Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses denominaron “bura-bura” o enfermedad del abandono al fenómeno por el que algunos prisioneros se quedaban sumidos en un estado de letargo hasta dejarse morir. Ahora bien, ¿de dónde obtiene el cerebro la motivación y las ganas de vivir? ¿Por qué hay quién pierde los ánimos, las ganas y hasta el instinto de supervivencia?
Este tema ha interesado desde hace décadas a expertos y profanos. Nick Moloney, uno de los regatistas más famosos del mundo, señala que se trata de una inflexión mental: morir es fácil, vivir es lo más difícil. Él mismo se ha visto en situaciones extremas, esas en las que el dolor era tan intenso que la falta de adrenalina le impedía seguir navegando.
Una vez quedó atrapado, herido y a la deriva. Fue entonces cuando perdió por completo la voluntad de vivir. Ese es el peor escenario psicológico en el que una persona puede caer, porque entonces la esperanza se esfuma y con ello la persona deja de luchar. En esos instantes el ser humano está obligado a realizar un último esfuerzo; uno que va más allá de lo físico y que demanda de lo emocional…
¿En qué consiste esto último? ¿Cómo encender la motivación cuando estamos en situaciones límite?
¿De dónde obtiene el cerebro la motivación y las ganas de vivir?
Uno de los mayores expertos en resistencia psicológica y supervivencia fue el doctor Al Siebert, de la Universidad de Michigan. Uno de sus libros más conocidos sobre el tema fue The Survivor Personality: Why Some People are Stronger, Smarter, and More Skillful at Handling Life’s Difficulties. En este trabajo nos presenta numerosos ejemplos de supervivencia y también de pérdidas.
Una de los más llamativos fue el caso de un avión militar canadiense con 18 personas que se estrelló muy cerca de una base del Ártico canadiense. Trece de ellas sobrevivieron, logrando por sí mismos avanzar y caminar durante 4 días hasta la base militar. Del resto, tres fallecieron en el acto y dos de ellos, sin tener heridas, acabaron muriendo de congelación. Esto último fue altamente desconcertante para todos.
Tal y como explicaba el doctor Al Siebert, en esa zona, a pesar de lo riguroso del clima, la comunidad nativa vive con normalidad y los niños se crían felizmente. Eran militares, estaban equipados y disponían de los restos del avión para protegerse del frío. Sin embargo, tal y como contaron los supervivientes, dos de sus compañeros eligieron quedarse porque se habían rendido.
Al Siebert denominó muerte psicógena a ese fenómeno por el que el ser humano se rinde y se deja morir. Este es un hecho que al parecer es más común de lo que pensamos. Esto nos plantea una pregunta evidente y necesaria. ¿De dónde obtiene el cerebro la motivación y las ganas de vivir?
La dopamina no lo es todo
Algo que siempre se da por sentado desde el ámbito de la neurociencia es que la dopamina y el núcleo accumbens son el centro del placer y la motivación. Este neurotransmisor es el que impulsa esas conductas que nos producen bienestar, como son por ejemplo, comer, socializar, divertirnos, tener sexo, etc. La supervivencia también está impulsada por este elemento.
Ahora bien, estudios como el realizado en el departamento de neurociencia de la Universidad de Colonia (Alemania) señalan algo importante. Ha podido verse en modelos animales (ratones) que, aunque sus niveles de dopamina estén agotados, continúan evidenciando comportamientos motivacionales que garantizan su supervivencia.
Es más, sabemos también que las personas que padecen párkinson (y que por su enfermedad presentan escasez de dopamina en el cerebro) no pierden el interés por alimentarse, por socializar o realizar esas conductas que al fin y al cabo garantizan también su supervivencia. Esto nos demuestra que hay algo más que el aspecto neuroquímico.
La importancia de los hábitos, propósitos y una vida social rica y activa
¿De dónde obtiene el cerebro la motivación y las ganas de vivir? Hasta no hace mucho pensábamos que todo dependía de ese universo neurológico, de la dopamina, la serotonina, las endorfinas. Bien, hay algo importante que debemos comprender. El cerebro no segrega estos químicos solo porque sí. Aparecen en el flujo sanguíneo porque algo lo favorece.
Sobrevivir requiere esfuerzos y motivos
Volvamos al caso de los militares en el Ártico canadiense. Esas 13 personas que se salvaron tenían esperanza. Sabían que salir a buscar ayuda era mejor que quedarse quietos y rendirse. El simple acto de tener un propósito favorece la liberación de esos neurotransmisores. El regatista herido y perdido a la deriva, apenas tenía fuerzas ni motivación para seguir gobernando su embarcación.
Aun así, lo hizo porque recordó a su familia, a las personas que lo amaban. Recordar nuestros motivos para vivir, enciende la motivación para seguir vivo y luchar por la existencia. E importantes son también los hábitos, las costumbres. Nadie tiene ganas (motivación) de levantarse a las 6 de la mañana para hacer deporte. Sin embargo, ser exigentes con nuestras rutinas nos permite seguir desarrollando hábitos saludables.
Por último, y no menos importante, si nos preguntamos de dónde obtiene el cerebro la motivación, hay un aspecto que debemos tener presente. Como bien hemos señalado, la motivación necesita “motivos” para activarse y algo así nos lo ofrece una vida activa, el contacto social, las buenas relaciones… Las ganas de vivir no nos viene de fábrica debemos encontrarlas a diario trazando metas, disfrutando de lo que nos rodean y alimentando la esperanza.
Fuente: Mentes maravillosas