Bogotá, 8 ago (EFE).- En Colombia se realizan la misma cantidad de funerales para personas que para animales. Cementerios con lápidas personalizadas para Coqui o Pelusita, velatorios para perros, hámsters e incluso gallinas… La oferta postmortem para mascotas es un negocio en un país que se desvive por un miembro más de la familia.
Mientras Darwin, sus padres y sus hermanos se abrazan devastados frente a dos funcionarios que entierran el ataúd de cartón con Dominic, Sombra, un cachorro de bulldog francés, corretea arriba y abajo, entre las tumbas del cementerio para mascotas de Funeravet en La Calera, a las afueras de Bogotá.
Dominic murió hace unos días, con apenas tres años, después de que le dieran convulsiones, pero a pesar de su corta edad fue un apoyo fundamental para Darwin Cárdenas: “Fue un buen perro y todo el mundo merece, a pesar de que sea bueno o malo, tener un entierro digno de ser recordado”, dice a EFE el joven.
Él ha optado por enterrarle, y pronto le pondrán una lápida digna de su “hijo” perruno para equipararlas al resto de tumbas que con molinillos, juguetes raídos o recordatorios rememoran a perros, gatos y otros animales. En esta empresa atienden entre 28 y 35 servicios diarios, aunque la mayoría prefiere la cremación colectiva, que es lo más barato.
SERVICIO DIGNO
Funeravet comenzó en 2001, “viendo la necesidad de las clínicas veterinarias porque no había quien hiciera una buena disposición de las mascotas”, explica Francisco Moreno, veterinario y coordinador de mercadeo de esta empresa.
“Cuando a una persona se le moría un perro o un gato no había una disposición clara; la ley no era clara”, explica a EFE Moreno, “entonces las personas lo que hacían era que las llevaban ellas mismas a la clínica y se hacía una disposición de desechos antropomórficos o el propietario se lo llevaba y lo acababa enterrando en la casa o botando a la basura”.
El padre de Darwin, Edgar, de hecho cuenta ahora avergonzado -y aún con los ojos hinchados de llorar a Dominic, con quien convivió en la casa de su hijo- que el primer perro que tuvieron en la familia acabó en el río.
“Antes, como no había nada de esto, uno hacía lo que veía hacer a sus padres; yo no lo veía bien, pero pues lo lanzamos al río”, confiesa. A él siempre le pesó eso, pero su hijo, después de ver el ataúd de cartón ser enterrado dice airoso: “Ahora sí ya puedo estar tranquilo”.
VELATORIOS
En una de las sedes de Bogotá de Capillas La Fe, una de las principales funerarias de Colombia, están realizando dos velatorios; mientras grupos de familias entran y salen del edificio principal donde velan a abuelos, tíos o amigos, en un anexo más chiquito yacen los cuerpos de Tony y Martina en dos ataúdes.
De momento solo ha acudido César Pachón, con atuendo de bici, a despedir a Martina, que fue la mascota de la familia y quien les acompañó por 13 años y acaba de morir de cáncer: “Es duro porque uno se acuerda de muchos momentos con ella. En las mañanas llegaba cuando yo vivía con mis papás y se me arrunchaba en la cama”, recuerda con ternura.
Al rato llega la familia y en cuanto ven a Martina a través del cristal del ataúd rompen en lágrimas. “La arreglaron bonita”, dice la madre de César, a modo de consolación.
Ya sea en velatorios como el de Martina o servicios más discretos como los de cremación, en esta funeraria atienden unos 1.300 servicios mensuales de animales. “En este momento estamos atendiendo el mismo número de mascotas que de servicios de humanos”, apunta la gerente de operaciones de Capillas La Fe, Johana Estrada. Incluso han realizado servicios para hámsters, cuyes o gallinas.
En Colombia, más o menos de cada 100 familias, 70 tienen mascotas que se han convertido casi en hijos, explica Estrada. Por eso, surgió la “necesidad de un servicio funerario digno en las mismas condiciones y con la misma humanidad que un servicio para las personas”.
César no cree que sea tanto la necesidad de “humanizar a un animal” sino que después de tantos años, de tanto amor y compañía, “se lo merece”. “Es un miembro más de la familia”, resume y se merece un adiós a la altura de todos los buenos días que dio durante su vida.
Irene Escudero