Infobae.- Dicen que la vida es “una de cal y una de arena”, pero si repasamos la biografía de Keanu Reeves -que este 2 de septiembre cumple 57 años- pareciera que la vida a veces erra las proporciones.
Es que el héroe de Matrix, Máxima Velocidad y Punto límite, entre otras, el hombre de pinta innegable, el artista de dotes actorales dudosas pero de carisma indiscutible, enfrentó situaciones extremas, esas que aunque no te voltean, te dejan huellas tan profundas como dolorosas.
Es cierto que ante estos golpazos de la vida, la mayoría de los mortales -sean estrellas de Hollywood o no- tienen dos alternativas: rendirse o volverse más sabios. Keanu es del segundo grupo, el de los resilientes, esos que, como él mismo afirma, “no necesitan la felicidad para vivir”, o al menos no la felicidad que nos “vende” Hollywood.
Cuando la infancia no es un paraíso
Lo llamaron Keanu, que en hawaiano significa “brisa fresca sobre las montañas”. Pero no nació en esas paradisíacas islas sino en Beirut. Su padre, Samuel Nowlin Reeves, sí es oriundo de Hawai, y su madre, Patricia Taylor, era británica. Fue en la capital del Líbano donde la pareja se conoció. Patricia trabajaba como diseñadora de vestuario y corista en un casino y Reeves padre era geólogo, aunque luego se dedicaría a un negocio más lucrativo aunque ilegal: el tráfico de heroína. Era un hombre tosco, con serias adicciones, que solía terminar las discusiones golpeando a su esposa.
Cuando Reeves cumplió dos años, el matrimonio se separó. La ruptura era entendible, lo que no fue entendible es que el padre desapareciera de la vida de su hijo. Volvía esporádicamente, y cuando lo hacía era mejor que volviera a desaparecer. Solía maltratar y humillar a Keanu y a sus hermanas, Kimm y Emma. Así las cosas, hasta que se fue definitivamente de sus vidas. “Pasé mis últimas vacaciones con mi padre cuando tenía 13 años. En nuestro último día nos sentamos en la terraza y miramos el cielo oscuro. Apenas dijo algo esa noche. Al día siguiente nos llevó al aeropuerto. No volvimos a escuchar de él durante 10 años. Ni llamadas, ni cartas, ni nada”.
Pese a los maltratos, y quizá porque la sangre tira, Keanu y sus hermanas no solo no lo olvidaron sino que lo buscaron durante años en hospitales y cárceles. Jamás dieron con él. “Era como si la tierra se lo hubiese tragado”, aseguró el actor. En julio de 1993 descubrieron que el hombre había sido condenado a 10 años de prisión por posesión de cocaína.
Separada del padre de sus hijos, Patricia trató de reacomodar su vida. Buscando una estabilidad laboral se mudaron a Australia, pero con tres chicos chicos no resultaba fácil conseguir trabajo. Cuando le ofrecieron ser stripper, aceptó; lo importante era poder mantenerlos. A finales de los años 60 las cosas comenzaron a mejorar y la familia se trasladó de Sidney a Nueva York.
En la Gran Manzana, Taylor conoció al director de cine Paul Aaron. Se casaron en 1970 y se separaron al año siguiente. Un año después Taylor se mudó a Canadá, donde conoció a su tercer marido, el promotor musical Robert Miller, con quien tuvo su tercera hija, Karina Miller. La relación duró tres años. Su último matrimonio fue con el peluquero Jack Bond, con quien tampoco duró mucho.
Keanu no solo cambiaba de padrastros, también de amigos. Cada vez que se mudaban tenía que cambiar de escuela, lo que le provocaba una gran sensación de desarraigo. En cada una de las cuatro secundarias a la que concurrió debía adaptarse no solo a nuevos compañeros sino también a otros maestros y contenidos escolares. Sus notas no eran las mejores y creció creyendo que era “poco inteligente”: muchas veces se sentía “como una máquina mal engrasada”. Se volvió desobediente y hasta lo expulsaron de la escuela de Artes en Toronto. Se anotó en LaSalle College, donde descubrió que era muy bueno jugando al hockey sobre hielo. Una fractura terminó con sus sueños de ser jugador profesional.
Con el tiempo sabría que su dificultad para entablar relaciones sociales con otras personas no era solo por las mudanzas sino porque tiene síndrome de Asperger. Las personas que lo padecen tienen intereses repetitivos y restringidos, y se caracterizan por su falta de empatía hacia quienes los rodean, pero también suelen poseer altas capacidades intelectuales y una memoria brillante. En suma, y otra vez: una de cal y una de arena.
Ese amigo del alma que se fue demasiado pronto
A Keanu no le resulta fácil hacer amigos, pero cuando lo conseguía, eran para siempre. En 1989 conoció a River Phoenix mientras filmaban Te amaré hasta que te mate, una comedia de humor negro. En 1991 volvieron a trabajar juntos en Mi mundo privado, dirigidos por Gus Van Sant. “Era como estar suspendidos a cien metros del suelo y mirar a una hermosa piscina de agua”, contaba Keanu en su famosa entrevista junto a River para la revista GQ. “Nos mirábamos el uno al otro como diciendo: ‘¿Quieres saltar? Sí, vamos a saltar’”.
Entre toma y toma, los jóvenes compartieron charlas. Keanu descubrió que River había tenido una infancia tanto o más complicada que la suya. Sus padres vivían de la recolección de frutos en Texas hasta que se unieron a una secta, se convirtieron en misioneros y comenzaron a peregrinar por México, Puerto Rico y Venezuela. River le contó que tanto él como sus hermanos crecieron como nómades, sin educación formal, con absoluta libertad. Keanu preguntó por qué ya no pertenecían al culto y River le respondió que la práctica del “flirty fishing”, la prostitución religiosa, hizo que la familia abandonara la secta y cambiara el apellido Bottom por Phoenix, en referencia al mito del ave que resucita.
“Hasta ese momento, prácticamente no tenía amigos en la industria, porque no había conocido a nadie con quien quisiera pasar el rato en privado. Es más fácil para mí separar mi vida privada de mi vida laboral”, contaría Keanu sobre esa amistad.
La amistad entre ambos actores se consolidó. Por eso cuando el 31 de octubre de 1993 el hermano mayor de Joaquin Phoenix, la estrella de Joker, murió a los 23 años, víctima de un cóctel explosivo de cocaína y heroína, Keanu sintió que el mundo se volvía a desplomar. Devastado estuvo a punto de dejar la actuación, durante mucho tiempo se preguntó si podría haber hecho más para que su amigo dejara las drogas.
Decidió seguir sin olvidar o quizá en honor a su amigo. “River sintió las cosas de manera diferente. Se abrió al sufrimiento del mundo y quería que todos fueran tan felices y libres como él”, dijo Reeves en una entrevista con Cosmopolitan en 1994. “Disfruté mucho de su compañía, de su mente, su espíritu y su alma”.
Perdió a su hija y a su ex novia
Cinco años después, parecía que la vida le había dado una tregua, pero no; volvería a golpearlo y de la peor forma posible. En 1998 conoció a Jennifer Syme, una actriz ocho años menor que trabajaba como asistente personal del director David Lynch. Se enamoraron y comenzaron un romance; al poco tiempo ella quedó embarazada.
La pareja estaba feliz y con el nombre elegido para su beba: Ava Archer Syme Reeves. Faltaban unas horas para la Navidad de 1999 y un mes para que se cumplieran los nueves de gestación cuando Syme sintió fuertes dolores. Tuvo un parto prematuro: Ava alcanzó a vivir unas horas y murió. Su mamá quedó sumida en una tristeza muy fuerte que terminó con la pareja, aunque siguieron siendo amigos.
Dieciocho meses después otra vez la muerte visitaba al actor. El 1 de abril de 2001 Jennifer regresaba de una fiesta en la casa del cantante Marilyn Manson cuando su camioneta chocó contra tres autos estacionados. El impacto fue tan fuerte que no sobrevivió. Tenía solo 28 años. Syme fue enterrada junto a su hija. Reeves ayudó a llevar su ataúd a la salida de la iglesia.
Tiempo después Reeves mostró todo su dolor en una entrevista en la revista Parade. “El duelo cambia de forma, pero nunca acaba. Lo único que puedes hacer es esperar que el duelo se transforme, y en lugar de sentir dolor y confusión, exista consuelo y placer allí, no solo perdida”. Y agregó: “La gente tiene la idea errónea de que puedes lidiar con esto, pero se equivocan. Cuando las personas que amas no están, estás solo”.
Mientras la tragedia no dejaba de noquear su vida, los éxitos laborales se sucedían. En 1991 filmó Punto límite, tres años después Máxima velocidad y un año antes de que termine el siglo XX fue parte de ese tanque que se transformó en clásico: Matrix. Todas fueron éxitos o exitazos.
No había terminado de llorar a su ex novia, cuando un año después su hermana Kim Reeves le dijo que necesitaba hablar con él. Se encontraron y ella le contó que la leucemia que había logrado superar cuando era niña había vuelto. El actor suspendió todos sus compromisos para acompañarla: “Ella es lo más importante para mí. Cuando te enfrentas a una situación como esta con un ser querido, todo se pone en perspectiva”, dijo sobre esta época de su vida.
Keanu se comprometió a fondo con su curación. No solo la acompañó y buscó los mejores médicos e instituciones, también donó millones de dólares de sus ganancias a hospitales y programas de investigación en la lucha contra el cáncer.
Pasados 10 años, Kim se curó aparentemente de la enfermedad, pero volvió a recaer de manera aún más agresiva: desde 2016 se mantiene ingresada en clínicas privadas en Europa -primero en Suiza, actualmente en Italia-, donde su hermano la visita con frecuencia. Se lo podía ver llevando su silla de ruedas, sentado al borde de la cama o dándole la mano, como el hermano que es y no como la fantasía que representa. La propia Kim declaró en la revista People: “Mi hermano es mi príncipe”, y todos le dieron la razón.
Con tantos golpazos de la vida, Keanu podría haber acallado sus dolores con adicciones, algo frecuente en el micromundo hollywoodense, pero decidió andar más liviano por la vida y aligerar la de los demás.
Convencido de que en la saga Matrix lo más valioso no era su actuación sino el vestuario y los efectos especiales, compartió lo que ganaba con el equipo y, sin remordimientos, repartió entre ellos 40 de los 75 millones de dólares de su salario. Según los empleados del estudio, el actor era el único de todo el elenco que saludaba a cada empleado y recordaba sus nombres. A uno de ellos le regaló 20 mil dólares solo porque supo que pasaba por una situación difícil, y a varios de los dobles de riesgo les regaló motos Harley-Davidson como muestra de agradecimiento. Si le preguntan si no teme perder su fortuna, responde: “El dinero es en lo último que pienso, con lo que ya tengo puedo vivir durante los próximos siglos”.
Reeves no es solo generoso con su billetera, también con su tiempo. En un vuelo con destino a Los Ángeles hubo un aterrizaje de emergencia. Los pasajeros estaban entre enojados y asustados, así que los entretuvo contando anécdotas y pasando música country desde su móvil.
Hace un tiempo declaró: “Mi idea de la felicidad está relacionada con recostarme en la cama con la persona que amo, compartir una cena con amigos o andar en moto. No tiene nada que ver con un saldo bancario de varios dígitos”. Porque cuando la muerte y las tragedias te visitaron tantas veces para llevarse o coquetear con lo que amás, todo toma otra dimensión. Ya lo dijo Frida Kahlo: “Reír nos hace invencibles, no como los que siempre ganan sino como aquellos que no se rinden”. Y Keanu jamás se da por vencido.