Allá por el lejano 1967 el grupo musical “Cristina y los Stop” consiguió una gran popularidad con su canción “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”. Varias décadas más tarde, la ciencia nos ha mostrado que las dos primeras están íntimamente relacionadas y que si tienes dinero, es más probable que también tengas salud.
En 2013, todos los medios especializados recogieron en sus portadas y titulares un artículo científico de gran interés sobre esta idea, titulado “Tú código postal es más importante para tu salud que tu código genético”. El trabajo venía firmado por el español Rafael Cofiño, Jefe del Servicio de Evaluación de la Salud en la Consejería de Sanidad de Asturias, e incluía frases premonitorias como “la aparición, evolución, pronóstico y desenlace de muchos de los episodios que atiendes todos los días tienen que ver con las condiciones de vida de esas personas. Es decir, con el lugar donde residen, cómo viven, cómo trabajan o cómo se relacionan. Su código postal influye más en su salud que su código genético. Intuyes también que es difícil tomar determinadas decisiones saludables en entornos y «códigos postales» no saludables”. Esta intuición de que seguir un estilo de vida saludable es más difícil en entornos pobres, se desarrolló ampliamente en los siguientes años con una gran cantidad de estudios que confirmaban la idea de Cofiño: el barrio donde vives es un indicador, bastante preciso, de problemas de salud, o lo que es lo mismo, ser pobre también empobrece tu salud.
El avance más reciente en este campo se ha publicado hace solo dos días en la Revista Neurology y se trata de un estudio de cohorte que asocia vivir en barrios pobres con un mayor deterioro cognitivo… finalmente, el código postal también influye en tu cerebro.
A grandes rasgos, y explicado de manera sencilla, un estudio de cohorte consiste en comparar la frecuencia de aparición de un determinado evento entre dos grupos, uno de los cuales está expuesto a un factor que no está presente en el otro grupo. En este caso, los investigadores utilizaron, procedentes de dos estudios anteriores, a 601 personas de residentes en Wisconsin y siguieron su evolución durante diez años. Los participantes tenían una edad promedio de 59 años y, según las pruebas cognitivas y resonancias magnéticas realizadas, no tenían problemas cognitivos o de memoria al comienzo del estudio, aunque el 69% tenía antecedentes familiares de demencia.
Además de la resonancia magnética inicial, los participantes se sometieron a exploraciones y pruebas adicionales cada tres a cinco años. Con cada exploración, los investigadores midieron también el volumen cerebral en áreas del cerebro relacionadas con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. Los participantes se dividían de la siguiente manera: 19 participantes eran residentes en los barrios más pobres del estado, mientras que el resto, 582 voluntarios, vivían en barrios con una mayor renta per cápita.
En las primeras pruebas no se registraron diferencias significativas en el volumen del cerebro o en las capacidades cognitivas de las personas que vivían en los barrios más desfavorecidos y las de otras localizaciones, pero al final del estudio, los investigadores encontraron “encogimiento cerebral en áreas del cerebro asociadas con la demencia en personas de los vecindarios más desfavorecidos, mientras que no hubo encogimiento en el otro grupo”. No solo eso, los investigadores también encontraron una mayor tasa de disminución en las pruebas que miden el riesgo de enfermedad de Alzheimer.
Las conclusiones del estudio son notables y afirman que “vivir en los vecindarios más desfavorecidos está asociado con una degeneración acelerada en las regiones cerebrales características del Alzheimer y un mayor deterioro cognitivo”.
El estudio cuenta con varias limitaciones, como el pequeño número de participantes de los barrios más desfavorecidos o un entorno geográfico (Wisconsin) muy reducido, por lo que los propios autores recomiendan estudios más amplios y diversos para confirmar sus resultados.
Yahoo.com