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Pandemia de pobres

Nueva York/Los Ángeles, 24 abr (EFE).- Carlos Tapia vive en El Bronx y, entre familiares y amigos, conoce directamente a más de 30 personas que han enfermado con la COVID-19. Como el suyo, hay en Estados Unidos centenares de casos, concentrados casi siempre en los barrios más humildes, que están sufriendo de forma desproporcionada el drama de la actual pandemia.

Lo que iba a ser el “gran igualador” no lo es tanto, y es que los datos de la mayoría de las ciudades estadounidenses golpeadas por la pandemia muestran que a menos recursos, mayor riesgo de infectarse y morir por coronavirus.

En Nueva York, el gran foco estadounidense con aproximadamente un cuarto de todos los muertos del país, los cinco distritos postales con mayor porcentaje de casos tienen una renta per cápita promedio de menos de 27.000 dólares al año, considerada dentro del umbral de pobreza, frente a los cinco con la menor proporción de contagios, con una renta per cápita media de más de 118.000 dólares anuales.

La situación se repite a lo largo del país, con una llamativa excepción en Los Ángeles, donde las personas ricas están sufriendo tasas de infección más altas, de acuerdo a los datos oficiales. ¿El motivo? Según expertos, probablemente otra diferencia más: un privilegio en el acceso a las pruebas, mucho más fáciles de conseguir para quien tiene más recursos.

Mientras que en Los Ángeles exclusivas zonas como Bel Air y Hollywood Hills acumulan el mayor número de positivos, en Nueva York el mapa de la enfermedad dibuja con claridad un arco que va desde El Bronx, en el norte, cruza el área central de Queens y desemboca en el sur de Brooklyn. Es el Nueva York que no conocen los turistas.

COMO LA PÓLVORA

Jackson Heights, Corona y Elmhurst, tres barrios contiguos en Queens, son el epicentro del epicentro de la pandemia, no solo en el estado de Nueva York o en Estados Unidos, sino a nivel global, destaca la legisladora Catalina Cruz, que los representa en la Asamblea estatal y que apunta directamente a la pobreza como el factor clave.

Esta es una área considerada como una de las más diversas del mundo, barrios humildes donde familias llegadas de más de un centenar de países se ganan la vida y donde su desbordado hospital -con un camión frigorífico a la puerta para almacenar cadáveres- se ha convertido en símbolo de la crisis.

Aquí, la enfermedad ha prendido como la pólvora, con muchos residentes hacinados en pequeños apartamentos, parte cultura, parte necesidad. “Vivimos con toda la familia. Vivimos con el abuelo, con la abuela, con el tío”, explica a Efe Cruz. “Se enferma una persona sola y se riega la enfermedad por toda la casa”.

Contener el virus se hace mucho más complicado cuando casi nadie puede dejar de trabajar, por lo que en estos vecindarios las medidas de confinamiento que se siguen a rajatabla en otras partes de la Gran Manzana son casi una quimera.

En El Bronx, Tapia ha perdido a dos de sus tíos por el coronavirus, uno de ellos un taxista de 72 años que, pese a ser consciente del riesgo, continuó conduciendo su taxi para no quedarse sin ingresos hasta que cayó enfermo.

DISPARIDAD EN EL ACCESO A PRUEBAS

Entretanto, en barrios adinerados de Los Ángeles, la cocinera privada Jessica Asaro ha visto florecer su negocio de entrega de comida preparada y alimentos de calidad durante la pandemia.

“Tengo un cliente para el que compro que vive en Malibú, y ahí tienen todo montado para hacer tests desde el coche, con señales y todo, como si fuera un ‘drive through’. No he visto nada en mi área parecido”, reflexiona esta californiana de 32 años.

Conoce bien las distintas realidades de la ciudad, pues vive en el barrio de Los Feliz, de clase media, limítrofe con East Hollywood, uno de los más pobres, con una renta promedio anual de menos de 30.000 dólares, que contrasta con los 125.000 dólares de Malibú.

En su zona y en la colindante, “ni siquiera” hacen la prueba a aquellos con síntomas. “No van a desperdiciar un kit de prueba contigo”.

La disparidad en el acceso a las pruebas del coronavirus puede explicar el anómalo caso de Los Ángeles, donde los datos son “muy engañosos” al mostrar una mayor prevalencia en vecindarios ricos, según la profesora Karin Michels, jefa del Departamento de Epidemiología de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA, en inglés).

California ha tenido una escasez particular en los kits de pruebas, lo que ha llevado a que los residentes más adinerados de Los Ángeles puedan permitírselos para ellos y sus familiares, a diferencia de la gente con menos ingresos, detalla Michels, una de las voces más autorizadas del país sobre enfermedades contagiosas.

En Nueva York también hay problemas para acceder a los tests y muchos enfermos no han podido hacérselos, pero el alud de casos y de fallecimientos ofrece una muestra mucho más representativa de los afectados y pone de relevancia la pobreza como un gran factor.

LAS MINORÍAS, ESPECIALMENTE GOLPEADAS

Y en EE.UU. casi siempre hablar de pobreza es hablar de las minorías latina y afroamericana, una realidad que vuelve a hacerse evidente con el coronavirus. Los datos son incompletos y van cayendo gota a gota, pero la conclusión parece ya clara: ser negro o hispano dispara el riesgo de morir de COVID-19.

En Nueva York, la tasa de mortalidad es de 20 fallecidos por cada 100.000 para latinos y afroamericanos, el doble que para los blancos, mientras que en otros puntos de EE.UU. las diferencias son aún mayores.

En Illinois, más del 40 % de los muertos son afroamericanos, pese a que representan apenas un 15 % de la población; mientras que en Michigan el 41 % de los fallecidos son negros, cuando únicamente suponen el 14 % de los habitantes; y en Luisiana representan casi el 60 % de los decesos, siendo un tercio de la población.

En la capital del país, en Washington D.C., una ciudad donde los afroamericanos suponen cerca de la mitad de la población, casi el 60 % de los muertos por COVID-19 son negros.

A escala nacional, las primeras cifras oficiales apuntan a que el 30 % de los fallecimientos por la pandemia en EE.UU. son afroamericanos, a pesar de ser únicamente el 13 % de los habitantes del país.

¿EXISTE EL SESGO RACIAL EN HOSPITALES?

La directora ejecutiva de Advancing Health Equity, Uche Blackstock, cuya organización se dedica a luchar contra la desigualdad en la atención sanitaria, subraya, en declaraciones a Efe, que todo apunta a que “los latinos y los negros tienen el doble de probabilidades de morir por coronavirus que los blancos”.

Una de las razones que sugiere Blackstock es el sesgo implícito de los propios profesionales del sector sanitario, que tienden a dar más atención a los pacientes blancos que a los de color.

Esta visión está respaldada por numerosos estudios, como uno de la Universidad de Carolina del Norte de Chapel Hill, que ha concluido que “el sesgo implícito contra las personas negras, hispanas y de piel oscura está presente entre muchos proveedores de atención médica de diferentes especialidades, niveles de capacitación y niveles de experiencia”.

La disparidad racial y de clase en el número de positivos de coronavirus y, sobre todo de muertes, no es algo nuevo en el sistema sanitario de EE.UU. Lo mismo se ha visto con otras enfermedades crónicas, como la hepatitis, el asma o la hipertensión, indica a Efe Juan Pinzón, director de Salud de la Community Service Society, una organización neoyorquina de apoyo a comunidades desfavorecidas.

La pandemia es un episodio más, pero uno que quizás pueda traer algún cambio. “Ojalá sea una oportunidad para empezar más a mirar cómo cambiamos el sistema de salud, la desigualdad que existe, para que eso no vuelva a pasar”, suspira.

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