Francesco Moro no puede decir exactamente cómo su padre de 65 años contrajo el coronavirus, pero se imagina que tiene algo que ver con el hecho de que él y su hermano mayor se enfermaron una semana antes. Aunque ambos son adultos, viven con sus padres en una casa modesta afuera de Bérgamo, el epicentro del brote italiano.
“La cocina y la sala, las habitaciones que más compartimos, son bastante pequeñas”, dijo Moro, de 28 años. “La probabilidad de transmitir el virus es mucho más alta”.
Esa lógica ha captado la atención de los científicos sociales que están explorando una teoría que quizá explique en parte por qué la pandemia ha resultado especialmente mortífera en Italia y España. En esos países, grandes cantidades de personas en edad laboral viven con sus padres, y la gente más joven quizá esté llevando el virus a casa y propagándolo a sus padres mayores, mucho más vulnerables.
Lejos de ser universalmente aceptada, esta hipótesis es el tema de un feroz debate después de la publicación de un artículo de investigación que afirma haber encontrado un vínculo entre la incidencia de los adultos que viven con sus padres y las muertes por el virus. Algunos economistas han cuestionado el rigor y la validez de ese análisis. Los italianos y los españoles están oponiéndose a la idea de que un elemento de orgullo cultural —las familias multigeneracionales que viven en un mismo lugar en vez de enviar a las personas mayores a asilos de ancianos— ahora se está presentando como una vulnerabilidad mortal.
El argumento se está desarrollando ahora que los epidemiólogos de sillón y los antropólogos autodesignados se basan en estereotipos culturales para especular sobre asuntos de gran importancia. Algunos afirman que Japón ha tenido menos muertes porque la gente hace reverencias en vez de estrechar las manos; otros dicen que Francia ha sufrido porque la gente insiste en besarse.
En Italia y España, una tendencia cultural relacionada con la vida intergeneracional parece haberse visto aumentada por una catástrofe económica que obligó a muchísimas personas sin empleo a refugiarse con sus padres. En la década después de la crisis financiera de 2008, el porcentaje de italianos de 25 a 29 años que estaban viviendo con sus padres aumento de 61 a 67 por ciento, de acuerdo con Eurostat. En España, la misma cohorte se expandió de un 51 a un 63 por ciento.
El artículo que provocó la discusión respecto de la relevancia de ese tipo de cifras en la pandemia fue el trabajo de dos economistas de la Universidad de Bonn en Alemania: Christian Bayer y Moritz Kuhn. Compararon el porcentaje de personas de entre 30 y 49 años que viven con sus padres con los índices de mortalidad de los casos confirmados de coronavirus hasta mediados de marzo.
Hallaron una correlación sorprendente, presentándola como una parte importante de la explicación de por qué el virus ha provocado muchas más muertes en Italia, que ahora tiene más que cualquier otro país, casi 14.000.
“No tenemos un método para revelar una relación causal”, reconoció Kuhn en una entrevista. “Pero lo que mostramos es que hay una correlación muy sólida”. Eso constituye “al menos un indicio de que podría haber una relación causal subyacente”, agregó.
En el Instituto de Economía Internacional Peterson en Washington, Jacob Kirkegaard, académico sénior, llevó a cabo un análisis similar mientras actualizaba los datos de mortalidad disponibles hasta el 25 de marzo. Su trabajo mostró que Italia y España eran casos evidentemente atípicos: la probabilidad de que los adultos jóvenes en esos países vivieran con sus padres era el doble que en Alemania, Francia y el Reino Unido. El índice de mortalidad de España era más de tres veces mayor que el de esos países; el de Italia era al menos seis veces más alto.
“Es bastante sorprendente”, dijo Kirkegaard. “Muchas personas que trabajan son portadores asintomáticos. Si muchas personas mayores se infectan se genera un gran problema”.
Los demógrafos en la Universidad de Oxford el mes pasado publicaron un estudio con el que animaron a los gobiernos a adaptar sus estrategias de distanciamiento social según las condiciones de los países individuales, poniendo especial atención a las estructuras etarias.
Italia tiene una de las proporciones más altas de personas mayores en el mundo, señaló el estudio, con un 23 por ciento de la población de al menos 65 años, y sorprendentes niveles de “contacto intergeneracional”. Cerrar las escuelas en Italia parecía riesgoso, advirtió el estudio, porque muchos padres dependerían de sus propios padres para cuidar a sus hijos, lo cual aumentaría la amenaza de transmisión de los niños a las personas mayores.
Estos análisis provocaron una oposición concertada por parte de los científicos sociales italianos, que citaron un lugar común: la correlación no es causación.
En un artículo creado a partir de los economistas de la Universidad de Bonn como una respuesta de la investigación, cinco académicos advirtieron que comparar datos a través de fronteras era un ejercicio lleno de baches metodológicos. Dadas las diferencias en las pruebas de un país a otro, simplemente obtener un entendimiento preciso de los índices de mortalidad comparables era difícil, si no imposible, lo cual sesgaría cualquier hallazgo.
Los científicos generalmente sostienen que el norte de Italia se convirtió en el epicentro de la pandemia en Europa porque gran parte de su industria está vinculada con China, y las personas van y vienen de ahí. Lo más probable es que la densidad de la región haya permitido la propagación del virus.
Aunque los adultos que viven con sus padres quizá en efecto vuelvan la pandemia especialmente mortífera, según lo reconocen los escépticos, muchas otras características seguramente desempeñan un papel también. Italia depende de hospitales grandes y centralizados que quizá faciliten la transmisión. Los factores del estilo de vida también podrían ser clave.
“Aquí en Italia, quizá sea estúpido decirlo, pero solemos estar más cerca los unos de los otros”, dijo Francesco Drago, economista de la Universidad de Catania en Sicilia. “Solemos tocar, abrazar. Ese puede ser otro factor. El punto es que, sin datos detallados, microdatos, es difícil establecer implicaciones de políticas”.
Criticar con poca autoridad la vida intergeneracional podría, según teme, ser tomada como un ímpetu para enviar a las personas mayores a asilos de ancianos, donde estarían en un mayor riesgo de propagar el virus entre sí, con consecuencias letales.
“Si las personas mayores se concentran en un solo lugar, puede ser peor”, comentó.
En España, los ciudadanos se horrorizaron al enterarse de las personas mayores que fueron encontradas muertas en asilos de ancianos, algunos abandonados en sus camas, incluyendo dos decenas en un solo sitio en Madrid.
Sin embargo, los investigadores detrás del análisis demográfico dicen que no están haciendo juicios de valor ni haciendo llamados a favor de que las personas sean echadas de sus casas. Están buscando indicadores que puedan permitir que los creadores de políticas protejan a las personas cuando surge una amenaza a la salud pública.
“No hay una política universal”, dijo Kuhn. “Estamos diciendo que, si vives en un país donde es muy prevaleciente que haya una interacción intergeneracional, donde los abuelos generalmente recogen a los niños en la escuela, entonces, si surge una situación como esta, quizá tus políticas de control deban ser distintas”.
La zona de Trastevere en Rome, el lunes por la mañana, el 16 de marzo de 2020. (Nadia Shira Cohen/The New York Times)
Voluntarios entregan comida a los residentes mayores en Berlín, el 25 de marzo de 2020. (Emile Ducke/The New York Times)