Recuperar el clítoris para volver a la vida - N Digital
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Recuperar el clítoris para volver a la vida

Abiyán, (EFE).- Anne es de nuevo una mujer normal, ha dejado de estar muerta, según asegura, y ahora vuelve a disfrutar del placer de vivir. Todo ello gracias a una cirugía que le devolvió lo que la mutilación genital femenina le había arrancado: su clítoris.

“La vida se volvió muy difícil después de aquello (la ablación del clítoris)”, explica a Efe esta joven de 20 años que vive en Abiyán, capital de Costa de Marfil, y cuyo nombre ha sido modificado para preservar su intimidad, “me sentía cómoda, aceptada, dentro de mi comunidad, pero en casa todo era un infierno”.

Anne habla de forma calmada, buscando con cuidado entre sus recuerdos y desprendiendo sonrisas que hoy regresan a su rostro, desde su puesto en el mercado de Treichville, un barrio popular de Abiyán.

“Los encuentros sexuales eran dolorosos y a veces sangraba”, describe con cierto pudor al conversar sobre un tema que solo se trata en el hogar, “creo que por miedo y vergüenza mi marido me apoyó cuando supimos que en Burkina Faso era posible tener acceso a cirugía reparadora”.

Una amiga suya sabía de una ONG francesa, Asociación Cultural Zassa de África (ACZA), que realizaba este tipo de reconstrucciones, y la decisión de acudir a ellos cambiaría para siempre su vida: “Fue como ver la luz al final del túnel”, medita.

Prefirió que la cirugía se realizase lejos de su hogar y de los juicios que pudieran caerle encima por parte de la sociedad más conservadora, y en la clínica de Burkina, Emma conoció también a otras mujeres de otros países vecinos.

Como matriarca de esta organización sin ánimo de lucro, y rodeada de un equipo de cirujanos, Marta Diomandé -quien también fue mutilada en su niñez- consigue que tanto mujeres en Francia como en Costa de Marfil superen el calvario que supone la ablación del clítoris.

Fue otra mujer con una mutilación de tipo 3, es decir, con “el aparato genital prácticamente cerrado”, y a la que le financió dos cirugías reconstructoras, la que le inspiró para comenzar su labor.

“Era la única forma de devolverle una vida sexual”, asegura a Efe Diomandé, quien pagó por dichas reconstrucciones unos 700.000 francos CFA (1.000 euros).

MÁS DE 200 MILLONES DE MUJERES

Su labor más importante, no obstante, no es la reconstrucción física, sino los cursos de sexología que imparte. Diomandé optó por no recuperar su clítoris, pero no por ello renuncia a una vida sexual plena.

“He aprendido (a conocer) y a usar mi cuerpo para tener placer con mi pareja, y esa es la experiencia que comparto con otras mujeres”, expresa con orgullo.

Esta mujer, que vive a caballo entre Francia y Costa de Marfil, cree que si no hubiera sido mutilada su lucha hoy no tendría la misma fuerza, y que ahora su corte se ha convertido en “una marca de identidad”.

Una marca que padecen, quizás no como seña de orgullo, más de 200 millones de mujeres y niñas en los 30 países de África, Oriente Medio y Asia en los que todavía se practica la ablación, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Un práctica que en algunas etnias y religiones se lleva a cabo por temor a que la niña sea repudiada, no pueda casarse o sea considerada impura, pero que no conlleva ningún beneficio para la salud y puede derivar en otras graves dolencias como la fístula obstétrica.

RITOS DE PASO ALTERNATIVOS

En Costa de Marfil, a pesar de que esta práctica está prohibida y penada con hasta cinco años de cárcel -o incluso 20 años si le provoca la muerte- entre el 36 y el 38 % de la población femenina ha sido mutilada, según datos del Gobierno.

En las provincias del oeste, noroeste y norte del país, más del 70 % de mujeres de entre 15 y 49 años han sufrido esta práctica, practicada sobre todo por “curadores tradicionales”.

Diomandé procede de una de esas zonas, donde este corte, que supone la mutilación del clítoris en la más leve de las prácticas y el corte de los labios mayores y/o menores, con suturación de la apertura vaginal en el peor, se practica por razones animistas, por tradición “étnica”.

“Con 7 años, si me hubieran preguntado si quería ser circuncidada, habría dicho que no”, reflexiona, “hoy no quiero que mi hija sufra una ablación de clítoris, pero sí que se beneficie del rito que supone el paso a la vida adulta”.

Como en tantos otros lugares de África, la ablación es concebida como un prerrequisito, una práctica ancestral obligada con el fin de marcar el paso de la niñez a la vida adulta a golpe de cuchilla.

“Todo yacouba (pueblo de etnia mandinga localizado en el oeste de Costa de Marfil) desea que su hija atraviese este acto de paso porque no se trata solo de circuncisión, sino que también las matronas transmiten su saber y sus bendiciones a las muchachas. Es la primera gran fiesta para los yacoubas”, cuenta Diomandé.

Por ello, esta madre apuesta porque la tradición, la celebración, la fiesta que supone convertirse en una mujer adulta digna del resto de adultos continúe, pero que en ella no se mutile a las niñas.

“El objetivo es quedarse con lo positivo de la tradición”, insiste Diomandé, quien enfatiza que para ello es imprescindible educar, sensibilizar a las viejas y nuevas generaciones y reinsertar a aquellas personas que se ganan la vida practicando el corte.

El año pasado, comenzó a realizar un rito de paso alternativo -sin mutilación- en tres aldeas de su región de origen, y en 2020 ya se practicará en siete.

De esta manera, poco a poco, la tradición deja de ser algo doloroso, abandona la sangre y el trauma -y en su lugar- celebra la vida femenina.

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Recuperar el clítoris para volver a la vida

Abiyán, (EFE).- Anne es de nuevo una mujer normal, ha dejado de estar muerta, según asegura, y ahora vuelve a disfrutar del placer de vivir. Todo ello gracias a una cirugía que le devolvió lo que la mutilación genital femenina le había arrancado: su clítoris.

“La vida se volvió muy difícil después de aquello (la ablación del clítoris)”, explica a Efe esta joven de 20 años que vive en Abiyán, capital de Costa de Marfil, y cuyo nombre ha sido modificado para preservar su intimidad, “me sentía cómoda, aceptada, dentro de mi comunidad, pero en casa todo era un infierno”.

Anne habla de forma calmada, buscando con cuidado entre sus recuerdos y desprendiendo sonrisas que hoy regresan a su rostro, desde su puesto en el mercado de Treichville, un barrio popular de Abiyán.

“Los encuentros sexuales eran dolorosos y a veces sangraba”, describe con cierto pudor al conversar sobre un tema que solo se trata en el hogar, “creo que por miedo y vergüenza mi marido me apoyó cuando supimos que en Burkina Faso era posible tener acceso a cirugía reparadora”.

Una amiga suya sabía de una ONG francesa, Asociación Cultural Zassa de África (ACZA), que realizaba este tipo de reconstrucciones, y la decisión de acudir a ellos cambiaría para siempre su vida: “Fue como ver la luz al final del túnel”, medita.

Prefirió que la cirugía se realizase lejos de su hogar y de los juicios que pudieran caerle encima por parte de la sociedad más conservadora, y en la clínica de Burkina, Emma conoció también a otras mujeres de otros países vecinos.

Como matriarca de esta organización sin ánimo de lucro, y rodeada de un equipo de cirujanos, Marta Diomandé -quien también fue mutilada en su niñez- consigue que tanto mujeres en Francia como en Costa de Marfil superen el calvario que supone la ablación del clítoris.

Fue otra mujer con una mutilación de tipo 3, es decir, con “el aparato genital prácticamente cerrado”, y a la que le financió dos cirugías reconstructoras, la que le inspiró para comenzar su labor.

“Era la única forma de devolverle una vida sexual”, asegura a Efe Diomandé, quien pagó por dichas reconstrucciones unos 700.000 francos CFA (1.000 euros).

MÁS DE 200 MILLONES DE MUJERES

Su labor más importante, no obstante, no es la reconstrucción física, sino los cursos de sexología que imparte. Diomandé optó por no recuperar su clítoris, pero no por ello renuncia a una vida sexual plena.

“He aprendido (a conocer) y a usar mi cuerpo para tener placer con mi pareja, y esa es la experiencia que comparto con otras mujeres”, expresa con orgullo.

Esta mujer, que vive a caballo entre Francia y Costa de Marfil, cree que si no hubiera sido mutilada su lucha hoy no tendría la misma fuerza, y que ahora su corte se ha convertido en “una marca de identidad”.

Una marca que padecen, quizás no como seña de orgullo, más de 200 millones de mujeres y niñas en los 30 países de África, Oriente Medio y Asia en los que todavía se practica la ablación, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Un práctica que en algunas etnias y religiones se lleva a cabo por temor a que la niña sea repudiada, no pueda casarse o sea considerada impura, pero que no conlleva ningún beneficio para la salud y puede derivar en otras graves dolencias como la fístula obstétrica.

RITOS DE PASO ALTERNATIVOS

En Costa de Marfil, a pesar de que esta práctica está prohibida y penada con hasta cinco años de cárcel -o incluso 20 años si le provoca la muerte- entre el 36 y el 38 % de la población femenina ha sido mutilada, según datos del Gobierno.

En las provincias del oeste, noroeste y norte del país, más del 70 % de mujeres de entre 15 y 49 años han sufrido esta práctica, practicada sobre todo por “curadores tradicionales”.

Diomandé procede de una de esas zonas, donde este corte, que supone la mutilación del clítoris en la más leve de las prácticas y el corte de los labios mayores y/o menores, con suturación de la apertura vaginal en el peor, se practica por razones animistas, por tradición “étnica”.

“Con 7 años, si me hubieran preguntado si quería ser circuncidada, habría dicho que no”, reflexiona, “hoy no quiero que mi hija sufra una ablación de clítoris, pero sí que se beneficie del rito que supone el paso a la vida adulta”.

Como en tantos otros lugares de África, la ablación es concebida como un prerrequisito, una práctica ancestral obligada con el fin de marcar el paso de la niñez a la vida adulta a golpe de cuchilla.

“Todo yacouba (pueblo de etnia mandinga localizado en el oeste de Costa de Marfil) desea que su hija atraviese este acto de paso porque no se trata solo de circuncisión, sino que también las matronas transmiten su saber y sus bendiciones a las muchachas. Es la primera gran fiesta para los yacoubas”, cuenta Diomandé.

Por ello, esta madre apuesta porque la tradición, la celebración, la fiesta que supone convertirse en una mujer adulta digna del resto de adultos continúe, pero que en ella no se mutile a las niñas.

“El objetivo es quedarse con lo positivo de la tradición”, insiste Diomandé, quien enfatiza que para ello es imprescindible educar, sensibilizar a las viejas y nuevas generaciones y reinsertar a aquellas personas que se ganan la vida practicando el corte.

El año pasado, comenzó a realizar un rito de paso alternativo -sin mutilación- en tres aldeas de su región de origen, y en 2020 ya se practicará en siete.

De esta manera, poco a poco, la tradición deja de ser algo doloroso, abandona la sangre y el trauma -y en su lugar- celebra la vida femenina.

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