Amber Heard: ¿Ahora todos somos celebridades? - N Digital
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Amber Heard: ¿Ahora todos somos celebridades?

SOLO UNA LEY FEDERAL PUEDE AYUDAR A DETENER LA ‘PORNOGRAFÍA DE VENGANZA’.

En 2014, cientos de fotografías íntimas y privadas de celebridades —la mayoría mujeres— se publicaron en 4chan, el foro de mensajes en línea. De ahí, se publicaron en otros sitios de internet como Reddit, donde la página que tenía los enlaces a las imágenes ganó 75.000 suscriptores en menos de un día. Unos hackers que lograron tener acceso a las cuentas de Apple de varias celebridades robaron las fotografías. El “hackeo de celebridades” expuso los cuerpos de esas mujeres en contra de su voluntad y convirtió sus momentos más privados en entretenimiento público.

Sé lo devastadora que es esa experiencia porque yo fui una de las afectadas. Más de 50 de mis fotografías personales fueron robadas y publicadas, algunas manipuladas y a la mayoría les agregaron comentarios degradantes y sexualmente explícitos.

Completos extraños se aprovecharon de mis momentos más privados sin mi permiso. Enfrenté una serie de propuestas indecorosas y mensajes de acoso. El hackeo puso en peligro mi seguridad física, mi carrera, mi autoestima y todas las relaciones que he tenido o tendré.

Como nada desaparece de internet, este tormento jamás acabará.

Imagina que alguien te desnuda en medio de una calle concurrida y de pronto te expone a la mirada lasciva de extraños. Ahora imagina que ese momento jamás termina, sino que se sigue repitiendo sin fin y que, mientras eso ocurre, lo único que puedes escuchar es a la multitud que grita: “Te lo mereces”.

La gente no les muestra mucha empatía a las celebridades, incluso cuando alguien viola su vida privada y cuando esa violación es tan personal y destructiva. Hay una creencia generalizada de que las celebridades entregaron su privacidad a cambio de fama y que las personas famosas tienen los recursos suficientes para protegerse.

¿Por qué la gente debería preocuparse cuando se viola la privacidad de las celebridades?

Las celebridades viven bajo un mayor escrutinio del que experimentan los demás, y la riqueza y los privilegios sí aligeran la carga de muchas dificultades. Pero la gente que tiene ocupaciones que se ejercen ante la mirada del público, no le pertenece al público. Sin importar si eres famoso o no, negarle a cualquiera el derecho de ejercer control sobre quién puede ver su cuerpo desnudo u observar sus actividades íntimas es negar su humanidad.

Además, si el hackeo de celebridades nos enseñó algo, es que la riqueza y la fama no evitan que te conviertas en víctima de este tipo de abuso y no puede devolverte la integridad si te ha ocurrido esta situación.

Debería preocuparnos la privacidad de las celebridades por otro motivo: actualmente todos están a un paso de volverse famosos. El poder de las redes sociales hace posible que cualquier persona se enfrente a la mirada de todo el mundo. La pornografía no consensual enfrenta a sus víctimas a un terrible tipo de fama. Además, la víctima promedio de la pornografía no consensual tiene muy pocos recursos para manejar las repercusiones de esa fama involuntaria.

Soy una mujer blanca de alto perfil en la industria del entretenimiento. Tengo la fortuna de contar con fantásticos asesores legales y acceso a agentes de la policía que me escuchan. Tengo seguridad financiera y disfruto en gran medida de la buena fe que me demuestran los fanáticos. No obstante, a pesar de todos los recursos y las ventajas que disfruto, fui víctima de este abuso. Hasta el día de hoy, mis fotografías privadas siguen en línea y mis verdugos no han recibido su castigo.

¿Qué pasa cuando una persona que no tiene las mismas ventajas que yo se convierte en una víctima?

Holly Jacobs estaba trabajando en su tesis de doctorado en Miami cuando descubrió que sus imágenes privadas habían sido publicadas sin su consentimiento. Enviaron las fotografías a su familia, a sus amigos, a su jefe y a sus colegas. No podía ir a la tienda de abarrotes sin preguntarse si las personas formadas en la fila con ella las habían visto. Las imágenes estaban en los primeros resultados de las búsquedas en línea con su nombre; todo lo demás acerca de ella —su trabajo, sus logros, su identidad— desapareció bajo una serie de enlaces a sitios pornográficos.

Jacobs escribe que trabajaba en su tesis durante el día y, de manera frenética, enviaba solicitudes para eliminar enlaces en sitios web durante la noche. Después de un mes de realizar ese ritual, creyó que finalmente había logrado eliminar el material, pero descubrió que en cuestión de dos semanas se habían publicado en otros cientos de sitios web más. Como muchas otras víctimas de la pornografía no consensual, escribe que experimentó mucha ansiedad, vergüenza y depresión. La violación de su privacidad afectaba todos los aspectos de su vida, desde su educación y sus posibilidades profesionales hasta sus relaciones íntimas. El abuso del que fue víctima la obligó a cambiar su nombre legal.

Hay miles de historias como la de Jacobs, muchas de ellas con finales trágicos. La pornografía no consensual afecta a las mujeres de manera desproporcionada, con consecuencias personales y profesionales devastadoras. El mes pasado, la representante Katie Hill de California renunció al cargo después de que se publicaron, sin su consentimiento, fotografías suyas en las que aparece desnuda. La renuncia de Hill enfatiza la manera en que la pornografía no consensual puede obligar a las mujeres a salir de cargos de poder y evitar que participen en la política.

Estas consecuencias de la pornografía no consensual se intensifican cuanto más vulnerable sea la víctima: las mujeres de bajos recursos, las mujeres de color y las personas de la comunidad LGBTQ enfrentan un riesgo mucho mayor. Un estudio reveló que casi la mitad de las víctimas de la pornografía no consensual han sido acosadas o acechadas en línea por personas que han visto su contenido privado. Además, el 30 por ciento de ellas han sido acosadas o acechadas en persona o por teléfono. Casi todas dijeron haber sufrido una angustia emocional considerable y más de la mitad tuvo pensamientos suicidas. Varias mujeres y chicas han acabado con su vida después de ser víctimas de este tipo de abuso.

Como un esfuerzo para combatir la situación, Jacobs fundó una organización sin fines de lucro llamada Cyber Civil Rights Initiative (Iniciativa de los Derechos Ciberciviles, o CCRI, por su sigla en inglés) en 2013. Me enteré de eso cuando Jacobs fue nombrada finalista del premio Mujeres de Valor L’Oréal 2018, en el que fui presentadora. Durante seis años, CCRI ha liderado esfuerzos cruciales para que se produzcan cambios tecnológicos, sociales y legales con el fin de combatir la pornografía no consensual, el abuso en internet y los ataques generalizados a los derechos a la privacidad que son tan predominantes en nuestro mundo digital.

La reforma legislativa es una parte importante de esta iniciativa, además de proporcionar apoyo durante crisis y otros recursos para víctimas en todo el mundo y trabajar con las principales empresas tecnológicas para desarrollar políticas que prohíban y eliminen la pornografía no consensual. Mary Anne Franks, profesora de Derecho y presidenta de la organización, redactó en 2013 el primer modelo de estatuto con el que se criminaliza la pornografía no consensual. Cuando CCRI comenzó su trabajo, solo tres estados tenían leyes contra la pornografía no consensual; actualmente 46 las tienen.

Sin embargo, la gran mayoría de estas leyes estatales se quedan cortas. Las creencias erróneas sobre “la libertad de expresión” y la influencia de compañías tecnológicas y grupos empresariales poderosos han dado como resultado leyes poco eficaces y débiles que no logran proteger la privacidad de verdad.

Un ejemplo es Nueva York, el estado que más recientemente promulgó legislación que criminaliza la pornografía no consensual. El gobernador Andrew Cuomo firmó el proyecto de ley en julio, pero había estado en proceso desde 2013. En sus primeras versiones, el proyecto de ley definía claramente el delito como una violación de la privacidad. Todos los años, los simpatizantes del proyecto veían como los grupos de libertades civiles y los cabilderos corporativos se esforzaban por debilitar sus disposiciones. Una táctica clave de los cabilderos de la industria, también utilizada en otros estados, era argumentar que la divulgación no autorizada de imágenes sexuales no es principalmente un asunto de privacidad. Estos grupos insistían en que el delito debía definirse más bien como “acoso”. Para 2019, quienes apoyaban el proyecto se sintieron obligados a ceder y aceptar esa definición con el fin de evitar tener que esperar otro año para que se aprobara la ley.

Como lo explicaron Franks y Danielle Citron, otra profesora de Derecho, en una publicación de un blog en Harvard Law Review, tratar la pornografía no consensual como acoso en vez de violación a la privacidad tiene graves consecuencias legales.

Las leyes respecto del acoso castigan a los perpetradores cuyo motivo explícito era causar daño o angustia a la víctima. Sin embargo, una venganza personal no fue lo que motivó a las personas detrás del hackeo de mis fotografías y las de otras mujeres famosas. No es lo que motivó a los marines que intercambiaron fotos de sus colegas desnudas en sus grupos cerrados de Facebook, ni a los oficiales de la Patrulla de Autopistas de California que divulgaron fotografías íntimas de las mujeres que habían arrestado como un “juego”, ni a los hombres que operan “sitios de pornografía de venganza” para obtener ganancias y notoriedad.

Precisamente por eso, “pornografía de venganza”, el término que suele usarse para describir este abuso, es el nombre equivocado: está enfocado en la intención en vez de en el consentimiento. Lo que importa no es por qué el perpetrador publicó las imágenes, sino que la víctima no dio su consentimiento para que lo hiciera.

Por eso es que las leyes en contra de la pornografía no consensual deberían parecerse a las leyes que se oponen a otros tipos de violaciones a la privacidad, como las leyes que prohíben la publicación no autorizada de una gran gama de información privada, como los registros médicos y los números de Seguridad Social.

Como el conjunto de leyes estatales no protege de verdad la privacidad íntima, es esencial que el Congreso apruebe leyes que lo hagan. Por eso es que en mayo hablé en la conferencia de prensa de la introducción de la Stopping Harmful Image Exploitation and Limiting Distribution Act (Ley para Detener la Explotación de Imágenes Dañinas y Limitar su Distribución, o SHIELD, por su sigla en inglés), un proyecto de ley federal bipartidista propuesto por los representantes Jackie Speier de California y John Katko de New York.

Todas las personas, desde las más famosas hasta las más desconocidas, tanto los privilegiados como los pobres, tienen derecho a la privacidad.

Puedo decirles de primera mano que las situaciones de pornografía no consensual son humillantes, degradantes y cambian tu vida. La pornografía no consensual es una de las peores violaciones a la privacidad y ningún nivel de poder o privilegio puede protegerte de algo así. Sin embargo, los que tenemos poder y privilegios tenemos una responsabilidad especial de luchar por terminar con este problema. Todos podemos hacer algo al respecto hablando sobre nuestras experiencias, apoyando a organizaciones como Cyber Civil Rights Initiative y comunicándonos con los legisladores. Terminar con la violencia de la pornografía no consensual no debe ser algo que dependa de ciclos temporales de indignación o de casos que involucran a celebridades, sino que debe contar con el apoyo de leyes que protejan el derecho que todos tenemos a la privacidad íntima.

(Amber Heard es actriz y activista).

 c.2019 The New York Times Company

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