WASHINGTON — En la víspera del arresto de Jane Fonda sucedido en esta ciudad durante la semana pasada, un integrante de su equipo de redes sociales le preguntó si estaría dispuesta a escribir una carta desde la cárcel. “¿Con qué?”, respondió Fonda. “No tendré mi teléfono”. Hizo una pausa y agregó: “Ni pañales para adulto”. También, continuó Fonda, cavilando en voz alta, una cosa es que Martin Luther King Jr. haya escrito una carta desde prisión, ¿pero ella? El plan quedó cancelado.
Fonda, de 81 años, se mudó a Washington en septiembre con el fin de destacar la urgencia de la crisis climática por medio de manifestaciones en el Capitolio donde, envuelta en un abrigo color rojo vivo, ha sido arrestada todos los viernes durante las últimas cuatro semanas, a menudo junto con uno o dos de sus amigos famosos como Sam Waterston, Ted Danson y, el viernes 1 de noviembre, Catherine Keener y Rosanna Arquette. Fonda planea seguir protestando hasta mediados de enero, cuando se reanudará el rodaje de su programa de Netflix, “Grace and Frankie”, y espera celebrar su cumpleaños 82 en prisión, el 21 de diciembre.
“Le pregunté: ‘¿De verdad vas a obligarme a hacer esto?’”, recordó Keener la noche del 31 de octubre. “Ella respondió: ‘No lo haré si tú no quieres hacerlo’”. Al día siguiente, Keener, Arquette y Fonda estuvieron entre las 46 personas que la policía se llevó con esposas de plástico por ocupar el atrio del edificio de oficinas del Senado Philip A. Hart en el Capitolio.
Keener y Arquette recibieron multas y fueron liberadas a las pocas horas, pero Fonda, quien debía comparecer ante el tribunal por sus detenciones previas, pasó la noche en la cárcel, tal como lo esperaba. “Una noche, ¡qué más da!”, les dijo Fonda a los reporteros minutos antes de que comenzara la sentada.
Fonda está sana, pero ser arrestada a su edad conlleva dificultades, como mantener el equilibrio con las manos atadas mientras intenta trepar a una camioneta de la policía. La semana pasada, se sintió una especie de alivio cuando la policía trasladó a los detenidos, cuya cifra se ha triplicado desde que ella empezó a manifestarse, en un autobús con escalones bajos, mientras los transeúntes que observaban vitoreaban: “¡Sí, Jane!”. Tras su liberación al día siguiente, Fonda le dijo a The Washington Post que había usado su abrigo como colchón y que le dolían los huesos.
Los manifestantes famosos son objetivos fáciles, y Fonda dijo que sin duda recibía tratos especiales por el privilegio de ser blanca y famosa, pero que aprovechaba lo que tenía. Conduce un auto eléctrico, se abstiene de usar plástico, come menos carne roja y ha reducido la frecuencia de sus viajes en avión —las celebridades normalmente optan por viajar en jets privados, mientras que Fonda afirma tomar vuelos comerciales— pero mencionó que se manifestaba porque siente la necesidad de hacer más.
“¿De qué sirve la fama si no puedes usarla para algo así de importante?”, preguntó.
Tiene la esperanza de inspirar a otros a inundar las calles y obligar a las empresas de combustibles fósiles a mantener bajo tierra los billones de dólares en reservas de petróleo que aún quedan. Independientemente de si logra cumplir este noble objetivo o no, al menos ha incursionado en la cultura pop. Hace poco, se hizo viral el video del discurso de aceptación que dio para los premios Bafta mientras la arrestaban, y uno de los disfraces de pareja que Buzzfeed sugirió para Halloween era el de Fonda y el policía que la arrestaba.
A pesar de que la actriz ha sido activista durante toda su vida, la única otra ocasión en la que ha pasado la noche en prisión fue en 1970, cuando tenía 32 años, mientras estaba en una gira de conferencias para protestar en contra de la guerra de Vietnam. Fue entonces cuando la arrestaron en Cleveland por posesión de lo que Fonda dice que eran vitaminas, y los cargos en su contra fueron retirados. Dos años después visitó Vietnam del Norte, lo cual la hizo acreedora del apodo Hanoi Jane, aunque luego se disculpó en repetidas ocasiones por cualquier insulto a los soldados estadounidenses. Sin embargo, le ha quedado el apodo, y en la manifestación del 1 de noviembre al menos un detractor, con una gorra de propaganda de la campaña de Trump, se lo gritó sin cesar.
Sus protestas y manifestaciones ahora son producciones de pleno derecho. Hay oradores y músicos, temas semanales (el océano, las mujeres, la militarización) y, todos los jueves en la noche, hay una charla educativa de una hora que se transmite en vivo por Facebook.
La más reciente incluyó a una amiga cercana de Fonda, la dramaturga Eve Ensler, y a la estratega de políticas públicas Emira Woods, mientras que Arquette y Keener se sentaron de piernas cruzadas en el suelo frente a ellas. “¡Se ven adorables!”, les dijo Fonda. “¡Mi audaz lideresa!”, le respondió Keener. Fonda venía bajando de un vuelo de Detroit, donde dio una plática con Lily Tomlin, su coprotagonista de “Grace and Frankie”, poco después de que terminó la charla a las 8 p. m., Fonda exclamó: “¡Vámonos a dormir!”.
El plan para realizar las manifestaciones que ocasionaron sus detenciones empezó a conformarse durante el Día del Trabajo en Estados Unidos, mientras estaba de vacaciones en Big Sur con Keener y Arquette. Fonda había estado batallando contra lo que describió como un profundo malestar físico y depresión que atribuía a las noticias cada vez peores sobre el clima.
Ese fin de semana, estaba leyendo una copia anticipada del nuevo libro de Naomi Klein “On Fire: The (Burning) Case for a Green New Deal”, y le vino la idea como un rayo. “Lo estaba pensando y elaborando, y luego no paraba de hacer llamadas telefónicas”, relató Keener (quien trabajó con Fonda y Arquette en “Paz, amor y malentendidos”, la película de 2012).
El plan nació durante una conferencia telefónica con Klein, Annie Leonard, directora ejecutiva de Greenpeace USA, y el activista por el medioambiente Bill McKibben. A los eventos los llamaron “Fire Drill Fridays” (“viernes de simulacros contra incendios”), inspirados por el grito apasionado de la activista sueca adolescente contra el cambio climático Greta Thunberg: “Nuestra casa está en llamas”. El plan requería que los manifestantes usaran ropa de color rojo, y Fonda aseguró que su nuevo abrigo, que compró en una oferta de Neiman Marcus, sería la última prenda que adquiriría en su vida, porque ya no necesita más cosas.
“Creo que comprendió el mensaje que buscaban transmitir los colegiales manifestantes”, escribió McKibben en un correo electrónico. “Es bueno que los chicos estén asumiendo el liderazgo, pero no resulta correcto coger el mayor problema del planeta y ponerlo en manos de personas de 15 años”.
El amanecer del 1 de noviembre en Washington fue glorioso y frío, y decenas de manifestantes del Fire Drill Friday se reunieron en el sótano de una iglesia cercana a la Corte Suprema para comer pastelitos, beber café y crear estrategias.
Tras finalizar una entrevista con NPR, Fonda, con su abrigo rojo y un sombrero verde oliva inclinado sobre su cabeza, revoloteó entre los presentes como una mamá gallina, saludando y dando abrazos calurosos. Después marcharon hacia el Capitolio, Fonda iba al frente de la multitud, mientras los equipos de camarógrafos y otros periodistas se apresuraban para seguirle el paso.
Un escenario con un telón de fondo de Fire Drill Fridays estaba montado en el jardín, y entre los cientos de presentes había exalumnos de la preparatoria de Fonda, Emma Willard School en Troy, Nueva York; miembros de Elders Climate Action, y alguien con un disfraz de oso polar de felpa. Fonda los saludó a todos e invitó a los oradores al escenario; entre ellos Keener, Arquette (“Toda vida humana depende de que honremos nuestro planeta”) y Ensler, quien recitó un poema sobre la Tierra que conmovió al público. Luego partieron hacia el edificio del Senado donde, poco antes de su arresto, le preguntaron a Fonda si su desobediencia civil estaba logrando el efecto que deseaba.
“Todos ustedes están aquí”, afirmó mientras señalaba al grupo de camarógrafos y periodistas. “Así que creo que sí está funcionando”.
c.2019 The New York Times Company