Jessica Meir y Christina Koch, las primeras mujeres que protagonizarán una caminata espacial sin compañía masculina, saldrán este viernes de la Estación Espacial Internacional que viaja a más de 27.000 kilómetros por hora, para reparar un control de las baterías de esas instalaciones, a 485 kilómetros de la Tierra.
Será la cuarta vez para Koch, decimocuarta mujer que ha participado en paseos espaciales; la primera para Jessica Meir. Y a 400 kilómetros de la Tierra, flotando sin un hombre al lado, las dos entrarán en los anales.
“Es maravilloso contribuir al programa espacial de vuelo en momento en que se están aceptando todas las contribuciones, cuando todo el mundo tiene un papel y eso puede llevar a más opciones de éxito”, había asegurado en unas declaraciones hace unas semanas Koch, ingeniera eléctrica de 40 años, que reconocía también la importancia de su misión “por la naturaleza histórica” y recordando que “en el pasado, las mujeres no siempre han estado en la mesa”.
Meir, de 42 años y bióloga marina, también subrayaba que el hito que están a punto de marcar “muestra todo el trabajo que se hizo durante décadas, todas las mujeres que trabajaron para que llegáramos adonde estamos hoy”, pero también recordaba algo más: “Es normal. Somos parte del equipo”.
Paridad y discriminación
No hay diferencia alguna en “cualificación y capacidades”, como recordaba hace unas semanas Megan McArthur, número dos del programa de astronautas, veterana ella misma del espacio. Y según la información de la NASA casi un tercio de sus astronautas en activo, 12 de 38, son mujeres. En la promoción del 2013, en la que se presentaron 6.300 candidatas, acabaron graduándose cuatro, entre ellas Koch y Meir. Fue la primera clase, y de momento la única, en la que hubo paridad de género, con el mismo número de graduados hombres que mujeres.
Es una igualdad que contribuye a recordar la injusticia de la discriminación pasada, y ha habido abundante. La NASA no empezó a aceptar mujeres en su programa de astronautas hasta finales de los años 70. Ya antes, en los años 50, se suspendió un exitoso programa en el que Randolph Lovelace puso a prueba a 13 mujeres cuyos resultados apuntaban a su mejor adecuación para los viajes espaciales o en cuestiones como resistencia al aislamiento o en pruebas de estrés. Y la agencia espacial estadounidense también tendrá para siempre en su propia historia de infamia aquella carta con la que enterró en 1962 los sueños de una niña que tenía la vista puesta en las estrellas: “No tenemos planes para emplear a mujeres en viajes espaciales por el grado de entrenamiento científico y de vuelo y las características físicas que se requieren”, escribieron.
Afortunadamente aquello ha quedado en papel mojado. Koch y Meir se preparan ahora para sumar su nombre a una historia en la que destacan nombres como Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó al espacio (en 1963); Svetlana Savistakaya, la primera que protagonizó un paseo espacial en 1984; Kathryn Sullivan, la primera estadounidense, que lo hizo unos meses después. Y Koch, cuando vuelva a la tierra en febrero, sumará otro hito. Llegó a la Estación Espacial Internacional en marzo y va camino de superar el vuelo más largo que había realizado hasta ahora una mujer (Peggy Whitson). Se quedará cerca del récord de Scott Kelly y su cuerpo será impagable para estudiar los efectos de las estancias de larga duración en el espacio en el cuerpo de mujer. Las misiones a Marte y la Luna son las siguientes fronteras y las astronautas quieren y merecen estar ahí. Sin género de dudas. Ni dudas de género.