Lo más sorprendente acerca de la crisis constitucional que estamos enfrentando actualmente es que haya tardado tanto en suceder. Desde el principio era obvio que el presidente de Estados Unidos es un autócrata en potencia que no tolera que restrinjan su poder de ninguna manera y considera que la crítica es una forma de traición, además, es respaldado por un partido que ha rechazado la legitimidad de su oposición durante muchos años. Lo que estamos viviendo en este momento era inevitable.
Lo que aún está por verse es el resultado. Si la democracia sobrevive —lo cual está muy lejos de ser una certeza— será gracias en gran medida a un toque impredecible de buena suerte: la deficiencia mental de Donald Trump.
No quiero decir que Trump es estúpido; un hombre estúpido no se las habría ingeniado para timar a tanta gente a lo largo de tantos años. Tampoco me refiero a que esté loco, aunque sus discursos y tuits (“mi gran e inigualable sabiduría”; los kurdos no nos ayudaron en Normandía) parecen cada vez más disparatados.
Sin embargo, sí es holgazán, totalmente desinteresado y demasiado inseguro como para escuchar un consejo o admitir que cometió un error. Además, dado que él en realidad representa la figura que acusa a otros de ser —un enemigo del pueblo— deberíamos estar agradecidos por sus defectos.
La noticia que me hizo pensar en estos términos, curiosamente, fue la revisión presupuestaria más reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso, la cual proyecta un déficit fiscal para 2019 de casi un billón de dólares, un aumento de más de 300.000 millones de dólares en comparación con el déficit que Trump heredó.
Ignoremos la clara demostración de que los republicanos que se hiperventilaban por los déficits en la época de Obama son absolutamente hipócritas. La cuestión más importante es que 300.000 millones de dólares es mucho dinero, y debió haber sido suficiente para comprarle a Trump muchos beneficios políticos.
Después de todo, otros nacionalistas blancos que intentan hacer lo mismo que Trump —socavar el Estado de derecho y convertir a sus naciones, democracias en papel, en verdaderas autocracias de un solo partido— han solidificado su permanencia en el poder cumpliendo con sus promesas populistas, aunque sea un poco. En Polonia, por ejemplo, el partido Ley y Justicia ha incrementado el gasto social y ha prometido un gran aumento en el salario mínimo.
No obstante, la política nacional de Trump ha consistido en la lucha descendente de clases sociales típica del Partido Republicano. Ni un centavo de esos 300.000 millones de dólares fue destinado a prestaciones sociales, ni al plan de infraestructura que tanto ha prometido y nunca ha ejecutado. En cambio, fue canalizado, en su mayoría, a los recortes fiscales para las empresas y los ricos que han hecho muy poco para estimular la inversión.
Al mismo tiempo, Trump ha continuado su obsesión personal con los aranceles, a pesar de la evidencia creciente de que están afectando el crecimiento. Se suponía que la economía era su punto político de venta más fuerte. En cambio, las encuestas que miden la aprobación de su creación neta de empleos dentro de la política económica, en promedio, apenas alcanzan cifras positivas, y es muy probable que empeoren a medida que los aranceles a los bienes de consumo entren en vigor y la economía se desacelere.
Sin embargo, ahora las oportunidades económicas desaprovechadas de Trump claramente han quedado en segundo plano frente a su autodestitución de facto.
Hace apenas unas pocas semanas, parecía que Trump iba a salir bien librado de las acusaciones en su contra, tanto de colusión con Rusia para trastocar las elecciones de 2016 como de obstrucción de la justicia; el informe de Mueller en esencia fue un fracaso, por un lado, debido a que la historia era complicada, por otro, debido a la timidez de Mueller.
No obstante, Trump se encargó de aclarar todas las dudas que quedaban. Primero, les pidió a regímenes extranjeros que consiguieran información incriminatoria sobre sus rivales políticos, no solo mediante llamadas telefónicas, sino descaradamente frente a una cámara. Ahora está inmerso en un esfuerzo rudimentario y manifiesto por obstruir la solicitud de juicio político de la Cámara de Representantes, lo cual sin duda es una ofensa digna de un juicio político por sí sola.
¿Por qué les facilitó tantos argumentos a los defensores de la democracia? Porque, por un lado, aparentemente se le subieron a la cabeza sus excusas, pues parece creer que son ciertas las descabelladas teorías conspirativas que sus seguidores divulgan para justificar sus acciones. Además, es obvio que no tiene una pizca de autocontrol. Incluso si considera cualquier esfuerzo por hacerle rendir cuentas como una forma de traición, debió haber sabido que declararlo en público era una mala idea.
Por lo tanto, las propias acciones de Trump demuestran por qué un voto a favor del juicio político, que hace apenas unas semanas parecía poco probable, ahora se augura inevitable. El fallo de culpabilidad en el Senado aún es una posibilidad remota, pero no tanto como antes aparentaba.
La conclusión más amplia es que, si Trump fuera más astuto y moderado, el camino hacia la autocracia pudo haber continuado sin obstáculos. Cuenta con el respaldo de un partido, cuyos representantes electos no han dado ninguna señal de escrúpulos democráticos. Prácticamente ejerce un control estatal sobre los medios noticiosos, gracias a Fox News y al resto del imperio de Murdoch. Ya ha logrado corromper a agencias gubernamentales clave, entre ellas el Departamento de Justicia.
Efectivamente, estas ventajas son tan grandes que el ataque a la democracia aún podría prevalecer. El único motivo por el que podría fallar es, como dije, las deficiencias de Trump.
El hecho de que siga respaldando con firmeza a un hombre que es tan evidente y grotescamente inadecuado para el cargo dice mucho sobre el Partido Republicano (aunque algunos republicanos de las bases ahora respaldan la solicitud del juicio político). No obstante, aquellos que queremos que sobreviva el Estados Unidos que conocemos, debemos agradecer que Trump es tan inmaduro e incompetente. Sus defectos de carácter son lo único que nos da la oportunidad de pelear.
c. 2019 The New York Times Company