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Resurgiendo de las cenizas: la historia de un sueño forjado en Capotillo

Por Jazmín Díaz- “Si yo hubiese nacido en un barrio diferente a la 42 de Capotillo, hoy no sería quien soy. No tendría la misma fuerza, ni la misma determinación. Le debo todo a ese barrio, porque fue allí donde aprendí a luchar por lo que quiero, me ayudó a ser el joven que soy ahora, y por eso siempre estaré agradecido”, expresa Dariel Encarnación, pelotero de los Astros de Houston, con una mirada llena de gratitud y nostalgia.

Capotillo, ese barrio marcado por la lucha y la esperanza de miles de jóvenes que sueñan con una vida distinta, es el lugar que vio nacer a Dariel. En sus calles, donde el destino parecía estar escrito para muchos, él decidió reescribir el suyo.

Desde pequeño, el béisbol no era solo un pasatiempo; era la tabla de salvación, la luz en medio de la oscuridad, el sueño que lo mantenía firme, enfocado en algo más grande que las tentaciones de la calle.

Dariel niño

Dariel niño

A sus 21 años, Dariel ha logrado lo que muchos solo sueñan: convertirse en pelotero profesional, un miembro de los Astros. Pero su historia no fue fácil, y cada paso hacia el éxito estuvo marcado por sacrificios, desvelos y un esfuerzo que desbordaba las fronteras de la esperanza. Desde niño, observó cómo su familia, con humildes esfuerzos, luchaba para brindarle una oportunidad diferente. Su padre, Jorge Francisco Encarnación, era un humilde vendedor de vegetales en el Mercado de la Duarte, y su madre, Ana Cecilia Rodríguez, se desempeñaba como maestra en una pequeña escuela local. Ellos fueron su faro, al enseñarle el valor del sacrificio y el poder de nunca rendirse.

“Recuerdo que mi papá trabajaba días enteros, pero siempre encontraba tiempo para mí. Cortaba dos días de trabajo solo para estar en la academia conmigo. Eso es lo que me mantuvo motivado. Sabía que no podía fallarle”, cuenta Dariel, con una profunda expresión en sus ojos, cargada de respeto y cariño hacia esos pilares que lo impulsaron a seguir.

A lo largo de los años, ese amor incondicional de su familia lo llevó hasta la academia de béisbol Franklin Ferreira, donde su talento comenzó a tomar forma. En Capotillo, las historias de los jóvenes muchas veces se tornan sombrías, pero Dariel eligió otra ruta. Decidió que no sería uno más de los que caían en las redes de la delincuencia, la violencia o las drogas. Desde muy joven, sus sueños eran más grandes que las dificultades que encontraba en su entorno.

Dariel adolescente

Dariel adolescente

A los 12 años, Dariel dejó su hogar y se mudó a la academia. Ese fue su primer gran sacrificio, alejarse de la calidez de su familia y enfrentarse a una disciplina que lo formaría no solo como pelotero, sino también como hombre.

“Al principio era difícil. El primer día llamé a mi mamá y le dije que me quería ir, pero ella me dijo que tranquilo, que ese sacrificio lo hacíamos por un sueño que teníamos. Cada vez que me sentía solo, pensaba en lo que mi papá y mi mamá estaban sacrificando por mí, y eso me daba fuerzas para seguir”, confiesa con una expresión que refleja toda la carga emocional de esos años.

Dariel adolescente

Dariel adolescente

Tres años después, cuando tenía 15, Dariel comenzó a mostrar su talento en exhibiciones ante scouts. Fueron años de ansiedad, donde la frustración se apoderaba de él, al ver que chicos con menos condiciones firmaban con grandes equipos. “Había momentos en los que veía a chicos con menos condiciones que yo firmar, y pensaba: ‘No lo voy a lograr’. Sentía que mi sueño se desvanecía”, recuerda, con una mezcla de melancolía y esperanza, rememorando esos momentos.

Pero la vida, en su forma impredecible, recompensó la perseverancia de Dariel. A los 16 años, tras meses de incertidumbre, llegó la noticia de manera inesperada: “Cuando llegamos de un juego de exhibición, mi entrenador me llama y me dice que me he estado portando mal. Yo, confundido, le respondí que no, que siempre me porto bien. Y ahí fue cuando me dijo con una sonrisa: ‘Te hemos firmado con los Houston Astros’”. La noticia fue un golpe de felicidad y alivio: al fin, vino como reconocimiento a tantos sacrificios, propios y de su familia.

Dariel el día que lo firmaron

Dariel el día que lo firmaron

Con su primer sueldo, Dariel logró el sueño que todo hijo dominicano tiene: comprarle una casa a sus padres. Hoy, es un joven que ha logrado mucho, pero que nunca olvida de dónde viene. Mantiene vivas sus raíces. En cada paso de su carrera, lleva consigo las enseñanzas de Capotillo, ese barrio que lo vio crecer entre grandes adversidades.

“Capotillo me enseñó a sobrevivir. Me enseñó a luchar por lo que quiero. Mi familia me enseñó lo que significa el sacrificio. Y eso es lo que me ha permitido llegar hasta aquí”, asegura con humildad y un orgullo que brota del alma.

Capotillo, ese rincón de la ciudad lleno de historia y gente luchadora, sigue siendo su refugio. Es el lugar al que regresa cada vez que puede, donde lo reconocen, lo abrazan, lo celebran. “Es mi vida. Nací allí, crecí allí, y aunque ahora esté alcanzando grandes cosas, siempre regresaré porque esa es mi gente, mi raíz”, dice con el corazón en la mano.

Dariel bateando

Dariel bateando

 

Hoy, Dariel no solo es un pelotero; es un ejemplo vivo de que, a pesar de las circunstancias, la determinación y el trabajo duro pueden llevarte a lugares inimaginables. Sigue visitando su barrio, recorriendo las calles donde todo comenzó, y enseñando a los jóvenes que, aunque el camino sea difícil, siempre hay una manera de alcanzar los sueños.

Me duele ver cómo de mis amigos, de los que crecieron conmigo, algunos han caído en la droga y la delincuencia. Pero yo trato de darles esperanza, trato de mostrarles que sí se puede”, dice con la mirada fija, consciente de que su éxito no es solo suyo, sino de todos aquellos que siguen luchando en el barrio.

Luis Dariel Encarnación es más que un jugador de pelota. Es el reflejo de un sueño que se forjó en las cenizas de la adversidad, y hoy, resurge como un faro de esperanza para los jóvenes de Capotillo y más allá, recordándoles que no importa de dónde vienes, lo que importa es hacia dónde vas.

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