Este 51 aniversario encuentra al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) sumido en una crisis interna de impredecibles consecuencias: así, desangrado y abatido, se ha convertido casi en una ruina política.
Son nítidas las razones de ese abismo: el PLD ha perdido un chorro de dirigentes y simpatizantes, que han emigrado hacia la Fuerza del Pueblo o al oficialismo; altos dirigentes fuertemente acusados y sometidos a la Justicia; grietas y rebatiñas internas que han destrozado la unidad clásica del partido; pérdida del control absoluto del Estado, y su dramático descalabro electoral.
Fundado el 15 de diciembre de 1973, nació para completar el gran proyecto liberal-duartiano. Ese día, el profesor Juan Bosch reunió a un puñado de fieles y le dio nombre a su nueva creación: PLD, que suena a PRD. Claro, Bosch había engendrado la semilla del cambio dentro del vientre perredeísta: la bandera morada es hija del jacho blanco. El maestro desgarrapatizó al buey e hizo una edición refinada del viejo PRD. Así, creó una logia de profesionales liberales, que abrazaron la nueva aventura con fe y gallardía.
El propósito de Bosch era corregir los vicios clásicos de la política tradicional, enterrando el caudillismo, sepultando la fiesta alocada de los caciques, darle el tiro de gracia al caos político de la nación. De este modo se construiría una conciencia de clase para refundar el Estado, convirtiéndolo en un aparato de redención social.
Esa aventura tenía el encanto de las cosas nuevas. Los discípulos más fieles del maestro le siguieron los pasos, entraron al santo seno del nuevo PLD y celebraron un rito de liberación. El PLD fue comunión y redención. El 15 de diciembre de 1973 fue bautismo sagrado, donde nació la gran logia morada.
Un sueño roto
Más de medio siglo después, sin embargo, ese sueño se ha roto en mil pedazos. Este escalofriante derrumbe hunde sus raíces en un proceso de acumulación acelerada de recursos y dinero por montón, que desviaron la misión histórica del partido.
En efecto, los discípulos del profesor se descarrillaron llevados por la ambición político-económica y cayeron en la dulzura asquerosa del dinero. La ambición se tragó a los ideales, y la dirigencia se volvió un carnaval de trepadores y burgueses encopetados. El mismo Bosch lo denunció y huyó de ellos, sus queridos discípulos de otros días. Estaba asqueado.
La debacle
Hay un punto crítico en ese proceso: 1996. Ese año, llega el PLD al poder por vez primera: ha nacido un camino nuevo, brilla en el horizonte político una nueva estrella. Los gurús de la política van decayendo, luego de tantas décadas al servicio de su pueblo; cada uno a su manera: Bosch formaba, Balaguer gobernaba.
Los nuevos funcionarios peledeístas, montados en la miel del Estado, prueban la dulzura del Gobierno, le van cogiendo el gustico a los privilegios del poder. Sin embargo, debían el poder a su “archienemigo” Balaguer, que se lo pasó para cerrarle el camino a Peña Gómez y el PRD. Peña Gómez era el relevo orgánico y natural de ambos caudillos: se lo había ganado por derecho propio, pero su sentimentalismo político y las querellas internas machacaron su salud. Sufrió enfermedades y un cáncer se hizo cargo de él. En 1998, murió. Balaguer y sus cachorros cuidaban sus espaldas.
El primer gobierno del PLD (1996-2000) arroja un saldo regular: relativa estabilidad social y económica, modernización institucional, nuevas tecnologías, privatización a granel. En 2004 alcanzó el poder absoluto, y sabemos que “el poder absoluto corrompe absolutamente” (Lord Acton).
La ruina morada
El PLD concentró el poder nacional, se engrandeció y atrapó las esferas del Estado. Lo tenía todo: era un partido-Estado. Controlaba los poderes públicos. En 2008 pasó la reelección, sin arrugas, y se impuso otra vez en 2012 y 2016 con Danilo Medina a la cabeza. Pero llegó el parteaguas. 6 de octubre de 2019: se celebran las primarias del PLD, con dos tendencias en disputa: Gonzalo Castillo, “el Penco” de Danilo, y Leonel como aspirante a repostularse.
Pierde Leonel en unas elecciones apretadas, y alega fraude. Habla de un hacker tecnológico que, como por arte de magia, habría cambiado la decisión de los votantes. Pero no se comprueba ese alegato, Gonzalo gana las primarias y se convierte en el candidato del PLD. Leonel rompe con el partido, controlado por el poderoso danilismo, y crea la Fuerza del Pueblo. Se postula y pierde en las elecciones generales.
Sin embargo, se erige como el principal líder de la oposición, al obtener cerca del 30 % de la votación. El PLD cae derrotado en las elecciones municipales, perdiendo la mayoría de los cabildos, y también sufre un gran revés en los comicios presidenciales de mayo. Por todo ello, está celebrando un cumpleaños triste: exfuncionarios y altos dirigentes seriamente acusados de corrupción y llevados a los tribunales, unido a un éxodo masivo de dirigentes.
Su futuro es incierto. Para algunos le espera una suerte parecida a la del Partido Reformista y la del PRD, partidos minoritarios que han caído en crisis profunda, al borde de la extinción. ¿Qué pasará?