Antes del siglo XIV, los defectos de visión, fueran congénitos o ligados a la edad, suponían una limitación irremediable. Afectaba sobre todo a quienes se dedicaban a trabajos de precisión o a actividades intelectuales basadas en la lectura y la escritura. Entre estos, los monjes los primeros en desarrollar este aparato en un monasterio allá por el 1300.
Un científico árabe, Ibn al-Haytham, conocido en Europa como Alhacén, creó en el siglo XI las bases teóricas para esta invención con su estudio de la córnea humana y de los efectos de los rayos de luz en espejos y lentes. Sus libros se tradujeron al latín y alimentaron un generalizado interés por la óptica y por sus aplicaciones prácticas. Aparecieron así las “piedras de lectura”, lentes semiesféricas que se usaban a modo de lupas y que constituyen el precedente de las gafas.
Un invento revolucionario
Realmente el invento se sitúa en 1286 y se atribuye al monje de Pisa Alessandro Della Spina. Él mismo fabricó las gafas que otro había ideado antes, pero sin querer comunicar su secreto. Alessandro, en cambio, enseñó a todos la manera de hacerlo. Además, otro de los primeros ejemplos conocidos de lentes cóncavas aparece en un retrato de principios del siglo XVI del Papa León X, parte de la familia de Médici, políticamente influyente y miope, y que fue pintado por el maestro italiano Rafael.
Lo cierto es que la miopía podría ser una anomalía moderna. Sus tasas han aumentado considerablemente en las últimas décadas y los investigadores estiman que la mitad del mundo la sufrirá en 2050.
Un estudio realizado por ‘Visión y vida’ descubrió que 6 de 10 jóvenes entre 17 y 27 años sufren este problema. Además, la generación nacida después de los 2000 tiene peor graduación y la padecen mucho antes. Pero hay naciones mucho peores: en Seúl, Corea del Sur, por ejemplo, alrededor del 95% de los hombres de 19 años lo son.
Desafortunadamente no hay que mirar al pasado para saber cómo las personas miopes y sin acceso a unas gafas se las apañan a diario. Según ‘The New York Times’, más de 2,5 mil millones las necesitan, pero no las pueden conseguir. Este es un problema que puede obstaculizar la educación de los niños, causar accidentes de tráfico e impedir que las personas trabajen. Una epidemia silenciosa que va en aumento.