No, el hombre con pelo despeinado, barba descuidada y zapatos viejos que se desplaza en el metro de San Petersburgo no es un vagabundo. Es Grigori Yakovlevich Perelman, el genio matemático ruso que resolvió uno de los problemas más complejos y duraderos en la historia de la matemática: la Conjetura de Poincaré. Este genio prefirió aislarse de la sociedad, antes que recibir un reconocimiento.
En 2003, Perelman sorprendió al mundo académico cuando publicó una serie de artículos que demostraban la conjetura, una pregunta que había desconcertado a matemáticos durante más de un siglo. Por este logro, el Instituto Clay le otorgó el Premio del Milenio, dotado con 1 millón de dólares. Sin embargo, en un acto que desafía las convenciones y expectativas, Perelman rechazó el premio, afirmando: “Si la solución es la correcta, no hace falta ningún otro reconocimiento”. Su historia se ha convertido en algo así como un mito moderno.
Hasta la fecha, la Conjetura de Poincaré es el único de los siete problemas del milenio que ha sido resuelto. A pesar de sus contribuciones extraordinarias, Perelman ha eludido la atención pública y ha evitado cualquier contacto con sus colegas matemáticos. Rompiendo con las normas de la comunidad científica, Perelman optó por una vida de aislamiento. Su enfoque ascético y ermitaño hacia la vida y la ciencia es tan inusual que ha inspirado a una nueva generación de jóvenes rusos. En San Petersburgo, no es raro encontrar camisetas con su imagen y la leyenda: “No se puede comprar todo”.
Esta historia demuestra que los grandes logros científicos no siempre se alinean con la fama o el reconocimiento social. Perelman representa una paradoja en la ciencia moderna: un individuo que ha alcanzado la cima del conocimiento matemático mientras rechaza las recompensas y el aplauso que suele acompañar a tales logros. En su soledad, encontró la eficacia y el foco para cambiar el curso de la matemática para siempre.
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