Al pronunciar la cuarta palabra “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, el Padre Luis F. Rodríguez Simé, criticó que la sociedad dominicana es deshonesta, donde los valores del Reino no son el modelo, “para la gran mayoría de nuestra sociedad, empezando por quienes dirigen los destinos de nuestra nación”.
Continuó diciendo “Igual de mortal, es el grito de aquellos que ven las prácticas alejadas de la justicia, cuando no honramos con la verdad de la realidad nuestros compromisos y obligaciones, cuando la propia conciencia ha cedido su dominio a la opinión ajena y a terceros”.
Criticó además que en la actualidad es más fácil comunicarse desde los antivalores que, desde los valores, “parece ser, que ese, es el lenguaje que se entiende con mejor facilidad. Parece que me entiendo mejor, con los demás, cuando soy injusto, que justo, siendo ladrón que honrado, siendo delincuente que serio”.
Cuarta palabra íntegra:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Puede resultar insoportable escuchar estas palabras de Jesús tomadas del salmo 22. Uno puede llegar a pensar que en la hora nona Jesús se sintió abandonado por Dios; que Jesús dudara del amor que el Padre sentía por Él; que quisiese renunciar al sufrimiento de la crucifixión; que perdiera la confianza en ese Abba amoroso al que nos invitaba a conocer; que todo lo que había predicado no fuera más que una quimera sin verdad; que allí, en lo alto de la cruz, Cristo había perdido todo atisbo de esperanza. Pero no. Cristo no pronunció el «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» como un grito de desolación, de sentimiento de abandono, como expresión de desvalimiento humano y espiritual. Estas palabras son un auténtico cántico de confianza y esperanza en Dios. Son el rezo de un salmo que comienza con estas mismas palabras y que narra paso a paso su pascua y su pasión. Es a su vez un himno de entrega al Padre. Jesús se entrega al Padre. Jesús convierte su sufrimiento y su dolor en oración. Jesús muestra su angustia delante de Dios por nuestra iniquidad. Jesús presenta su verdadera relación íntima con Dios.
Jesús grita para que la humanidad sea escuchada. Jesús muestra con esta ablación toda su confianza en el Dios Amor. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». ¿Cuántos de nosotros, en nuestra Republica Dominicana, no hemos pronunciado esta frase alguna vez? ¿Cuántos de nosotros no hemos roto nuestra relación íntima con el Padre al manifestar así nuestra desolación? ¿Cuántos de nosotros ponemos en tela de juicio nuestra fe y nuestra confianza en Dios al pronunciar con otro sentido las mismas palabras que Jesús? Me fijo en el «¿por qué?» Y lo hago mío. Y elevo mi mirada al cielo en este viernes santo. Levanto mis ojos y comprendo como con este «¿por qué?» Jesús se convierte en el ejemplo a seguir. Como debo aprender a pronunciar mis «¿por qué?» como muestra de confianza filial en Dios.
Como debo expresar esta frase como un grito de confianza en Él. Como pese a los momentos de desolación, dolor, desesperanza o sufrimiento mi «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» tiene que convertirse solo en manifestación de mi fragilidad humana y espiritual pero abierta a la misericordia del Padre. Como esta frase nunca tiene que devenir una rebeldía contra Dios sino una entrega a la voluntad del Padre. Como al pronunciar este «¿por qué?» me uno a Cristo, el primero de los abandonados, de los sufrientes, de los desamparados, de los doloridos y haciéndolo así me acojo a la providencia del Padre. Y al igual que Cristo, cada «¿por qué?» tiene que ser en mi vida un motivo real de unión íntima con Dios. Y los más impresionante para mí: este «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», cuando lo pronuncien mis labios, me tienen que recordar que Cristo lo gimió, en el momento álgido de la Pasión, para recordar el valor precioso y la gracia inmensa de la muerte en cruz para nuestra redención. Son palabras dichas para dejar constancia de la inmensidad de su sufrimiento por el mejor de los motivos y en el momento más crucial de su vida. Sí, me quejo a menudo, pero olvido también con frecuencia la cercanía de Dios, el acompañamiento permanente del Padre en mi vida y la manifestación de su amor infinito en medio de la cotidianidad de mis jornadas. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Cuando te haga esta pregunta cómo se la hizo Jesús, al Padre, y te pregunte el «¿por qué?» que no olvide nunca que lo primero que dijo es «Dios mío, Dios mío». Y que, cuando dude, cuando me pregunte dónde estás, que recuerde que comienzo una oración que pregunta y abre dudas y busca esperanza. Y, sobre todo, que no olvide que, poniéndote a ti por delante, nada tengo que temer. Hoy quiero unirme, a tantos, que en nuestra Republica Dominicana, que lanzan el mismo grito de angustia de Jesús, en la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”, porque vivimos en una sociedad deshonesta, donde los valores del Reino, no son el modelo, para la gran mayoría de nuestra sociedad, empezando por quienes dirigen los destinos de nuestra nación. Igual de mortal, es el grito de aquellos que ven las prácticas alejadas de la justicia, cuando no honramos con la verdad de la realidad nuestros compromisos y obligaciones, cuando la propia conciencia ha cedido su dominio a la opinión ajena y a terceros.
Hoy, es más fácil comunicarnos desde los antivalores que, desde los valores, parece ser, que ese, es el lenguaje que se entiende con mejor facilidad. Parece que me entiendo mejor, con los demás, cuando soy injusto, que justo, siendo ladrón que honrado, siendo delincuente que serio. Pero es bueno saber, que, para el justo, la verdad nunca estará encadenada, mucho menos crucificada, ella es libre y el que es de la verdad vive en la libertad. La cruz y la maldad de los hombres solo podrá atacar al portador de la verdad misma. La honestidad es vivir y actuar en la verdad, sin variaciones ni vacilaciones. Podemos preguntarnos, ¿de dónde vienen todas esas injusticias? De nuestro propio corazón. Una sociedad más justa se forja en el corazón del hombre. De nuestra propia conversión vienen cambios para bien de los demás.
Cada injusticia es un pecado. San Pablo llama al pecado “injusticia”. Cada pecado me aleja de Dios, Dios no me abandona, somos nosotros los que abandonamos a Dios, y al abandonar a Dios forjamos un ambiente injusto, deshonesto, donde no se respeta al otro. Con Jesús, también volvemos a gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué nos has abandonado?” cuando llevamos, sobre nuestros hombros, el pecado, los males y las vergüenzas de otros. En este año de la honestidad, pensamos en tantas familias que asumen para sí la carga de los extravíos de los suyos para honrar la familia y acompañar a los suyos justamente en los momentos más sombríos de sus vidas sin avergonzarse ni escandalizarse, tomando el trago amargo de su vía crucis existencial. La honestidad está también en quienes no reniegan de los suyos aún en sus caídas y agravios. San Agustín decía que nadie está tan lejos de Dios como el pecador, pero nadie está tan cerca del pecador como Dios.
Al meditar en esta cuarta palabra de Jesús saquemos el propósito de no abandonar al Señor, de acercarnos más a Él. Cristo, el justo, aquel que cargó con las injusticias, nos hace justos, nos convierte en instrumentos de justicia en el ambiente donde estamos. Acercarnos a Cristo, el justo, es el camino para hacer un mundo mejor.
Hoy, en este Viernes Santo, quiero con Jesús, lanzar mi grito hasta el cielo, Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
• Cuando en las calles de Republica Dominicana, tenemos que andar con miedo, hasta de quienes están uniformados.
• Cuando muchos, en la Republica Dominicana, solo quieren ganarse la vida fácil, desde la extorción, el narcotráfico.
• Cuando muchos son condenados injustamente, y los que merecen condenan parecen que son extraños a la ley. •
Cuando la violencia en República Dominicana es una realidad que deshonestamente, empieza por las autoridades, porque la desconocen y de la que no se quieren hacer responsables. La muerte y el luto siguen desfigurando el rostro de la familia dominicana.
• Cuando no somos honestos y no reconocemos que la violencia, en nuestro país, está hasta en nuestros íntimos pensamientos. • Cuando los males, no dejan que nuestro país se levante.
• Cuando nuestras mujeres lloran a sus condenados, a las víctimas de todo tipo de violencia, porque hasta en el seno familiar pueden aparecer depredadores y criminales cuyas víctimas son su propia gente, su propia sangre, su pareja…
• Cuando las madres lloran a sus familiares atrapados en la estafa de prestadores de salud y los seguros.
• Cuando vemos a diario, tantos que mueren en nuestras carreteras por accidentes, muchos de ellos por imprudencias.
• Cuando nuestras madres, lloran al ver a sus hijos sin ningún horizonte para sus vidas.
• Cuando vemos, que años van y años vienen y todavía no se ve una mejora en la educación del país. No hay que hacer muchos estudios para darnos cuenta del atraso cultural y conductual de nuestra nación: no se respeta la ley ni la autoridad, los ciudadanos no entienden ni pueden seguir instrucciones elementales.
• Cuando el descalabro moral y ético de la sociedad nos pone al lidiar a diario con la vergüenza que representa para nuestra nación tantos males que solo son muestra de la falta de autoridad: manejo temerario, desorden vial, mal uso del espacio público, delincuencia común, crimen organizado, vandalismo, violación de la propiedad privada… Un pueblo condenado a migajas sociales, a vivir de modo marginal.
• Cuando nuestras manos no nos alcanzar para tapar nuestras vergüenzas, padecemos un despojo social a raudales. Necesitamos un mar de honestidad que nos bañe y nos devuelva dignidad, que nos haga sentir verdadero orgullo, que nos devuelva la verdadera alegría de ser dominicanos.
• Cuando vemos, que la honestidad es una prenda preciosa que no aparece en los cofres del mundo de los negocios, ni en las relaciones laborales. • Cuando vemos a muchedumbres de trabajadores gastando sus vidas por nada en largas jornadas de trabajo que no les alcanzan para comer el pan de cada día. Es por eso que hoy, volvemos a decir:” Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Así como el Padre no abandonó a su Hijo, María tampoco. Ella estuvo al pie de la Cruz. La Virgen nos enseña a no abandonar al Señor. Que María Santísima, la Llena de Gracia, nos conceda a todos nosotros, la gracia de su Hijo de ser justos, honestos, sinceros, tomando conciencia que la honestidad empieza por nuestra relación correcta con Dios. Seamos Buenos Cristianos y honestos ciudadanos. Amen.