La idea de preservar el “castillo de naipes”, también conocida como efecto dominó proviene de los tiempos de la Guerra Fría e indicaba que si un país caía bajo la orbita del comunismo soviético y Washington permitía que eso ocurra, de forma inexorable y por derrame el comunismo se extendería a los países vecinos, con lo cual en poco tiempo tomaría amplias regiones.
Así́ se describía el peligro en que varias áreas del planeta se convertirían en un castillo de naipes que podía derrumbarse y generar la caída de las libertades occidentales a manos del comunismo; de allí que también se lo conozca como el “efecto dominó” que fuera pregonado en su tiempo por el presidente Truman, quien fue pionero en impulsar operaciones militares estadounidenses en el exterior generando con ello la estrategia de que Estados Unidos debía librar todas las guerras que fueran necesarias para neutralizar la expansión del comunismo soviético para evitar que llegue a zonas cercanas a su territorio. También fue Truman quien apoyó las acciones estadounidenses de ayuda económica y militar a países cuyos gobiernos estuvieran bajo amenaza para evitar que el comunismo se haga con sus instituciones democráticas.
Años después, el presidente Eisenhower se enfocó en la amenaza de la expansión comunista en la región conocida como Indochina, el presidente estadounidense denunció ante la comunidad internacional que allí podía surgir el efecto “del castillo de naipes”.
Ya situados en nuestro tiempo, pasados más de 20 años de la caída del comunismo. En marzo de 2022, durante su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Joe Biden se refirió al peligro de una invasión rusa de Ucrania y sostuvo que: “en la batalla entre las democracias y las autocracias; las primeras deben mantenerse fuertes y el mundo debe respaldarlas dentro parámetros de seguridad que preservan la paz. El presidente reflotó de ese modo la idea de las “democracias frente a las autocracias” y dio a entender que ese sería el principio vector de la política exterior de su administración.
En el marco del discurso, Biden se mostró convencido del reverdecer de conductas típicas de los tiempos de la Guerra Fría. El presidente ratificó la necesidad de políticas de contención y control para enfrentar los movimientos que generan Rusia, China y la República Islámica de Irán como potenciales amenazas a la estabilidad internacional.
Esa política de contención a la que refirió Biden fue la misma que sostuvo la vieja estrategia de Estados Unidos frente a la ex-Unión Soviética en tiempos de la Guerra Fría. En este punto es importante señalar que la presidencia de Donald Trump, quien precedió a Joe Biden tuvo un enfoque diferente, más amplio y moderno en materia de política exterior como quedo demostrado en los Acuerdos Abraham alcanzados por Trump y que serían impensables en la actualidad con la gestión Biden. Así, los estadounidenses pensaron que rever el enfoque de viejos aspectos estratégicos tuvo sentido durante la administración Trump y el país no se involucró en guerras ni conflictos armados de baja intensidad que no pudiera manejar. Sin embargo, las cosas cambiaron y actualmente el pensamiento estratégico de Biden es otro, con ello ocurrió lo que suele suceder en muchos dirigentes políticos occidentales cuya inclinación por aplicar paradigmas del pasado parece hacerlos sentir más cómodos aunque su éxito al aplicarlos no ha quedado probado. Esa ha sido la constante en la planificación de “los especialistas clásicos” en seguridad estratégica que se inclinan por aplicar antiguas teorías que los llevan a perder perspectiva en la visión de los nuevos desafíos que requieren nuevos enfoques.
La administración Trump comprendió muy bien los asuntos de la política exterior y se enfocó en una visión modernizada a los desafíos que se le presentaron. En la actualidad, la administración Biden no actúa de la misma manera y se observa cierta inclinación a reflotar viejas teorías de los años de la Guerra Fría. En consecuencia, no debe sorprender que la idea del “castillo de naipes” esté de regreso en los análisis estratégicos, más aún frente a la guerra actual de Rusia en Ucrania y las conductas de Moscú en sus relaciones con países que mantienen controversias con Estados Unidos.
Considerando la postura de la administración Biden en estos tópicos y aunque pueda sorprender, la misma debe entenderse como un enfoque poco acertado hacia los nuevos desafíos. La teoría del “castillo de naipes” de la Guerra Fría no ha hecho mas que empujar a la contra-inteligencia y la seguridad nacional estadounidense a ciertas zonas grises de vulnerabilidad con el peligro que eso conlleva. Insistir en la misma idea en éste presente convulsionado por la guerra entre Moscú y Kiev, la ríspida relación de China con Taiwán y el fracaso por reflotar el Acuerdo Nuclear con Irán, podría ser más peligroso aún y no ofrece garantías de resolución de los conflictos en curso.
Evitar que el castillo de naipes se derrumbe es la estrategia de la administración Biden, los hombres del presidente trabajan sobre esa teoría en los más altos niveles del aparato de seguridad nacional en Washington. Ese enfoque fundamenta la dirección de la política exterior actual que no descarta la guerra y de hecho está participando de forma objetiva en ella con apoyo económico, logística, inteligencia y sistemas de armas a Ucrania.
La idea original de Truman en su tiempo tuvo como prioridad evitar que la primera carta del castillo de naipes cayera en Corea. Así, Estados Unidos combatió una guerra dentro de esa estrategia y pagó un alto costo en vidas (casi cuarenta mil estadounidenses murieron). Sin embargo, el ejemplo mejor acabado de esa estrategia para defender “la caída del castillo de naipes” se utilizó en la guerra de Vietnam y su costo también fue alto en vidas perdidas, superando incluso los números de Corea .
Luego del comunismo soviético irrumpió otro enemigo y fue la guerra contra al terrorismo yihadista la que abrió un nuevo frente contra organizaciones y actores para-estatales para preservar “el castillo de naipes”. Sin embargo, después de más de veinte años, miles de vidas perdidas y millones de dólares gastados, el terrorismo yihadista se extendió y continúa activo a pesar del combate contra él y se ha extendido a distintas áreas del planeta.
Este escenario deja claro que las administraciones -mayoritariamente- demócratas tienen pendiente un enfoque moderno para evitar errores del pasado que afectaron operaciones militares y guerras ganadas en el campo de batalla (como Irak o la intervención en Afganistán) pero que se decidió perder luego en el Salón Oval con medidas desacertadas que muestran esos asuntos pendientes.
No hay que olvidar las experiencias del pasado, la guerra de Corea acabó en un punto muerto con ambas Coreas divididas, la de Vietnam no fue una victoria política, aunque la ex-Unión Soviética luego fuera derrotada. Lo mismo en materia de la confrontación contra el terrorismo yihadista cuya ideología radical que le da vida no ha podido ser neutralizada. En otras palabras, la teoría del fin de los tiempos no ha funcionado en forma completa, aunque es cierto que tampoco “el castillo de naipes haya caído del todo”.
Sin embargo, la administración Biden sostiene como única variable política que las democracias están en guerra con las autocracias en todo el mundo y cree que en estos conflictos, el avance de uno de los jugadores en pugna debe considerarse en detrimento del otro, lo que en definitiva configura una ecuación de suma cero.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Las estrategias conocidas en materia de administrar los conflictos para “contenerlos” y la teoría del “derrumbe del castillo de naipes” han sido vistas como remedio a los males que transita la comunidad internacional. No obstante, como lo demostró la Guerra Fría, las teorías académicas aplicadas en escenarios que mutan a gran velocidad sobre el terreno han dado lugar a resultados altamente costosos que pueden mensurarse en miles de vidas desperdiciadas y millones de dólares gastados. Esto demuestra que mayoritariamente en las relaciones políticas internacionales esas estrategias no dieron resultados y exhiben reiterados errores del liderazgo político que plantea ideas y soluciones inapropiadas. De allí que las viejas estrategias abren interrogantes y exigen soluciones modernas a los problemas nuevos.
Los actuales conflictos internacionales frente al terrorismo y las autocracias difícilmente podrán ser resueltos con recetas del pasado. Los nuevos escenarios exigen respuestas concretas respecto a la crisis de Taiwán, la guerra en curso en Ucrania y el combate contra el yihadismo radical en distintas regiones del mundo.
Las guerras inconclusas generaron graves problemas humanitarios y no aportaron a dibujar mapas de seguridad ni de defensa de las democracias y las libertades, ya sea en la confrontación al comunismo en su tiempo, con los totalitarismos actuales o con el terror yihadista. La comunidad internacional tiene las soluciones, solo cabe ver su aplicación de forma definitiva. Sin embargo, es claro que resolver los nuevos conflictos no se producirá con la aplicación de viejas teorías académicas ni estrategias de defensa y seguridad del pasado.
Fuente: Infobae