Todo está listo para el combate: los peleadores fueron pesados, eligieron a su rival, las apuestas quedaron hechas y los jueces entran a la arena.
Tras una señal, los soltarán y uno se abalanzará sobre otro.
Y, salvo que alguno muera o sean tantos los golpes y los cortes que ya no pueda seguir, la pelea se extenderá por 12 minutos.
Mientras, el público, dependiendo de sus apuestas, deseará la muerte o alentará con vítores y gritos al del bando de los rojos o el de los azules.
No es una pelea de lucha o de boxeo, ya que se combate generalmente a muerte. Y tampoco luchan humanos, sino aves.n el Club Gallístico de Puerto Rico, la autodenominada “meca mundial del gallo fino“, uno de los sitios turísticos alternativos en el este de San Juan.
Allí, como en más de 70 “galleras” de toda la isla, decenas de personas se reúnen cada fin de semana para participar en el que consideran su “deporte nacional”, “el más antiguo del país”, el “deporte de los caballeros”: las peleas de gallos.
Pero ahora, eso va a cambiar.
El Congreso de EE.UU. aprobó la pasada semana un proyecto de ley que incluye la prohibición de esta actividad entodos los territorios de la Unió (también en el “estado libre asociado” de Puerto Rico) y el presidente Donald Trump la firmó este jueves.
Grupos defensores de los derechos de los animales calificaron la ley como un logro potencial y un avance frente a lo que consideran una “práctica sangrienta” y una forma de maltrato y de crueldad.
Pero en Puerto Rico, la noticia fue un balde de agua fría para las miles de personas que se dedican allí a la “industria del gallo” (se calcula que unas 27.000 en una isla de poco más de 3 millones de habitantes) e incluso para las autoridades locales.
El propio gobernador Ricardo Roselló había volado de urgencia a Washington la semana pasada intentar disuadir a Trump para que no firmara la ley y un alcalde local, incluso, llegó a amenazar que, de aprobarse, no utilizaría la policía de su municipio para perseguir a los galleros.
Pero ahora la suerte está echada: la isla tendrá a partir de ahora un año para deshacerse de sus galleras y muchos se preguntan el impacto que esto podría tener.
“La gente está en un estado de desesperación, porque esto es un desastre para Puerto Rico“, asegura a BBC Mundo Juan Ramón Figueroa, portavoz del grupo “Unido por los Gallos”, que se opone a la regulación.
“Llevaría que a que personas que por generaciones han hecho esto de forma legal, pueden despertarse un día siendo unos criminales. Las peleas de gallo son parte de nuestra historia y de nuestra cultura”, agrega.
Los orígenes
Según la socióloga Lorence Morell Vega, las peleas de gallo constituyen una “práctica cultural” que llegó a la isla y se forjó durante la colonización española, luego fue prohibida durante una intervención de Estados Unidos y, 30 años después, se restableció y se ha seguido pasando “como deporte” de generación a generación.
Sin embargo, la profesora de la Universidad de Puerto Rico asegura que, más allá de esto, la importancia de estas peleas recae en “la cuestión económica”.
“En Puerto Rico hay toda una industria en torno a estas peleas y hay toda una estructura legal y fiscal para controlarlas”, explica a BBC Mundo.
De acuerdo con cálculos de algunos políticos locales, los ingresos asociados a los gallos en la isla ascienden a los US$87 millones, mientras se estima que genera unos 12,250 empleos directos y otros 15,000 de forma indirecta.
“En Puerto Rico tenemos un ente fiscalizador que se le llama Comisión de Asuntos Gallísticos, que se encarga de regular las galleras. Aquí no se permiten las peleas en los parques o los patios de las casas, sino solo en estos espacios oficiales, que han pedido un permiso y que han pagado para poder operar”, explica la experta.
Agrega que el gobierno local recibe una comisión por cada gallera que existe en la isla, algunas de las cuales pagan hasta US$4.000 por el derecho a funcionar.
Mientras, la oficina gallística desempeña también otra serie de funciones que van desde fiscalizar las apuestas hasta imponer las normas del juego.
También realiza “un test de dopaje” a los gallos para ver si tienen algún veneno que pueda debilitar-o matar- al rival.
“Uno de los riesgos con la prohibición es que las peleas entonces se vuelvan ilegales. Yo creo que no van a desaparecer, sino que se irán a la clandestinidad y ahí pueden hacer y deshacer lo que quieran, porque no hay nadie que los obligue a seguir una regla”, opina Morell Vega.
“El hecho de que se haya practicado por décadas no significa que sea correcto. Si fuera por eso, entonces no daríamos derechos a la mujer, porque es algo que no se ha hecho tradicionalmente”, comenta en diálogo con BBC Mundo.
“Las leyes tienen que evolucionar con la ética de los tiempos y hoy conocemos más de los animales de lo que pasaba hace unos años. Ahora sabemos que los animales, incluidas las aves, sienten miedo y temor. Y ninguna sociedad civilizada se puede permitir lucrar con el sufrimiento de los animales”, agrega.
La gran polémica
Y es que tras los reiterados intentos de prohibición de las peleas de gallos en los territorios de Estados Unidos están los grupos defensores de los animales que las consideran una “práctica sangrienta”.
La defensora de los derechos de los animales señala, además, que a estos animales le cortan las crestas, muchas plumas y son inyectados con hormonas y otras sustancias que alteran sus ciclos biológicos.
“Les ponen espuelas punzantes en las patas que, cuando combaten, laceran la carne (de sus contrincantes), sus huesos, le sacan los ojos y les causan agonías y heridas mortales en ocasiones”, agrega.
“Lo que es cruel o no es bastante relativo. Probablemente para mí un acto cruel es dejar a 27.000 familias sin empleo o que Estados Unidos tenga temporadas de cacería o que los pollos sean maltratados y triturados en la industria de la carne”, considera.
Byrne, sin embargo, alega que el hecho de que los animales sean maltratados en otros ámbitos no es motivo para justificar el abuso que también constituyen, en su criterio, las peleas de gallos.
“Que haya dos cosas equivocadas, no hacen que una sea correcta. Justificar un abuso con otro no hace al primero dejar de ser un abuso también. Ninguno debería existir, pero tampoco se deberían buscar justificaciones para hacer pelear a dos animales y lucrar con ello”, considera.
Los galleros, como regla general, niegan que obliguen a pelear a los animales, sino que lo consideran como “un proceso voluntario” y “natural”, propio de la especie.
“En el ambiente natural, el gallo va a pelear hasta la muerte igual. Nosotros que los criamos sabemos que durante las peleas ellos están disfrutando. Estudios científicos han demostrado que su cerebro es totalmente diferente al resto de los animales y eso hace que inhiban el dolor. Por eso vemos que no pueden parar de pelear hasta que no pueden más”, opina Figueroa.
En criterio de Marc Bekoff, profesor emérito de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Colorado, un hecho es que los animales peleen en sus ambientes naturales y otro que se les fuerce a combatir hasta la muerte.
Pero más allá de la polémica y los distintos puntos de vista, lo que muchos temen es que, tras la prohibición, no se ofrezcan opciones a las personas implicadas en el negocio o que, al final, deje un saldo negativo en la ya débil economía de Puerto Rico, devastado el pasado año por el huracán María y azotado por una crisis desde hace más de una década.
“Las peleas de gallos han sido una forma de empleo y supervivencia para muchas personas durante décadas. Y al final, estamos hablando de un sistema que no tiene otros mecanismos para integrarlos o para ofrecerle otras alternativas a esas personas”, considera Morell Vega.