(Science Times)
Realmente no sabemos cuándo el nuevo coronavirus comenzó a infectar a las personas. Pero ahora que entramos a junio, es justo afirmar que el SARS-CoV-2 ya ha estado con nosotros unos seis meses. En ese tiempo, muchos reporteros y editores encargados de la sección de ciencia y salud de The New York Times hemos modificado nuestro enfoque periodístico a fin de contar la historia de la pandemia del coronavirus. Si bien el coronavirus sigue siendo bastante misterioso y desconocido tras seis meses, hay algunas cosas de las que estamos bastante seguros. A continuación, algo de ese conocimeinto.
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Una crisis expone fallas sistémicas
Estados Unidos sabe cómo combatir guerras.
Sin embargo, como bien han demostrado estos últimos meses, la respuesta estadounidense a patógenos puede fácilmente volverse un desastre, pese a que los patógenos matan a más estadounidenses que muchas guerras.
No tenemos un Pentágono para los virus.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) son más como un FBI para investigaciones sobre epidemias que una máquina de guerra. Por años —tanto en el gobierno de Obama como en el de Trump— sus líderes han tenido que pedir autorización para decir casi cualquier palabra.
Anthony S. Fauci, el más prominente de los médicos asesores del equipo especial del coronavirus, es de hecho el director de un centro de investigación, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, en vez de algún equivalente médico a un batallón de combate.
El director general de Salud Pública de Estados Unidos es, en esencia, un almirante sin tripulación. Reparte recomendaciones y advertencias sanitarias, pero el Cuerpo Comisionado del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, el cual está bajo sus órdenes, solo tiene unos 6500 miembros activos, y muchos de ellos tienen otros trabajos, por lo general en los CDC.
Casi todas las tropas de primera línea —rastreadores de contactos, técnicos de laboratorio, epidemiólogos, personal en los hospitales de estados y ciudades— son financiadas por departamentos de salud estatales y locales cuyos presupuestos tienen años reduciéndose. Estos soldados son liderados por 50 comandantes, en la forma de gobernadores, y con tantos de ellos a cargo, es sorprendente que algún tipo de respuesta avance.
El resto de la respuesta está en manos de miles de milicias privadas: hospitales, aseguradoras, médicos, enfermeros, técnicos en terapia respiratoria, farmacéuticos, entre otros, todos ellos con distintos empleadores. Dentro de algunos límites, pueden hacer lo que quieran. Cuando no pueden obtener algo que necesitan del extranjero, están prácticamente indefensos sin ayuda logística federal.
Al igual que la guerra hace con las naciones derrotadas, las pandemias exponen las debilidades de sus sistemas.
Nuestra descoordinada y entramada respuesta ha producido más de 100.000 muertes. No hay duda de que podemos hacerlo mejor.
“Las grandes potencias tienen muy mal organizadas sus prioridades”, dijo recientemente Michael Ryan, director del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Gastan miles de millones en misiles y submarinos, y en combatir el terrorismo, y a los virus solo les dan unos centavos. Se pueden iniciar negociaciones de paz con el enemigo. Se pueden cambiar políticas para reducir la amenaza del terrorismo”, añadió. “Pero no se puede negociar con un virus, y sabemos que cada año están llegando nuevas amenazas”.
— DONALD G. MCNEIL JR.
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Los protectores faciales ofrecen seguridad
El debate sobre si los estadounidenses deben utilizar cubrebocas para controlar la transmisión del coronavirus se ha resuelto. Aunque las autoridades de salud pública dieron consejos confusos y a veces hasta contradictorios durante los primeros meses de la pandemia, la mayoría de los expertos ya están de acuerdo en que los individuos se protegen mejor entre ellos si todos utilizan cubrebocas.
Los investigadores saben que incluso los cubrebocas más sencillos pueden detener efectivamente las microgotas expulsadas de la nariz o boca de un infectado con cubrebocas. En un estudio publicado en abril en la revista Nature, un grupo de científicos demostró que cuando las personas infectadas con influenza, rinovirus o un coronavirus generador de resfriados leves utilizaron un cubrebocas, bloquearon casi el 100 por ciento de las microgotas virales que exhalaron, así como también algunas minúsculas partículas de aerosol.
Sin embargo, el uso de cubrebocas sigue siendo irregular en muchas partes de Estados Unidos. Pero los gobiernos y negocios están empezando a exigir, o al menos recomendar, que los cubrebocas sean utilizados en muchos espacios públicos.
También hay cada vez mayor evidencia de que algunos tipos de cubrebocas pueden protegerte de los gérmenes de otras personas. Los respiradores desechables de alta calidad N95 han sido aprobadas por las agencias federales de salud pública porque, si se usan correctamente, son capaces de filtrar al menos el 95 por ciento de las partículas que tienen 0,3 micras de diámetro. Un estudio reveló que los N95 eran capaces de capturar más del 90 por ciento de las partículas virales, incluso si las partículas eran alrededor de una quinta parte del tamaño de un coronavirus. Otros estudios han mostrado que los simples cubrebocas quirúrgicos azules bloquean entre un 50 y un 80 por ciento de las partículas, mientras que los cubrebocas de tela bloquean entre un 10 y un 30 por ciento de las pequeñas partículas.
“Utilizar un cubrebocas es mejor que no usar nada”, dijo Robert Atmar, un especialista en enfermedades infecciosas de la Escuela de Medicina de Baylor. Debido a que el coronavirus por lo general infecta a las personas cuando entra a sus cuerpos a través de la nariz y la boca, cubrir estas áreas puede ser la primera línea de defensa contra el virus, afirmó.
Utilizar una careta probablemente también logre que evites tocarte el rostro, lo cual es otra manera en la que el coronavirus puede transmitirse, de superficies contaminadas a individuos desprevenidos. Cuando se combinan con otras medidas protectoras como lavarse las manos y el distanciamiento social, los cubrebocas ayudan a reducir la transmisión de la enfermedad, dijo Atmar.
— KNVUL SHEIKH
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Hay muchas señales de que algo no está bien
El COVID-19 es una enfermedad respiratoria viral. Muchas descripciones iniciales de los síntomas se enfocaron en pacientes con problemas para respirar que después necesitaban respiradores. Sin embargo, el virus no limita su ataque a los pulmones, y los médicos han identificado varios síntomas y síndromes asociados con él.
En algunos pacientes, el virus sobreestimula el sistema inmunitario, causando que los pulmones se llenen de fluidos y dañando múltiples órganos, entre ellos el cerebro, el corazón, los riñones y el hígado.
Los primeros síntomas de la infección son por lo general tos y dificultad para respirar. Pero en abril, los CDC añadieron a la lista de síntomas el dolor de garganta, fiebre, escalofríos y dolores musculares. También se han observado malestares gastrointestinales, como diarrea y náuseas.
Otra señal indicadora de la infección puede ser una súbita y profunda disminución del sentido del olfato y gusto.
En algunos casos, adolescentes y adultos jóvenes han desarrollado lesiones dolorosas de color rojizo y púrpura en los dedos de los pies y las manos, pero pocos otros síntomas graves.
Un caso grave puede derivar en neumonía y síndrome de dificultad respiratoria aguda. Los niveles de oxígeno en la sangre se desploman, y los pacientes pueden requerir oxígeno suplementario o un respirador.
Pero incluso sin deterioro pulmonar, la enfermedad puede causar lesiones a los riñones, el corazón o el hígado. Los pacientes enfermos de gravedad son propensos a desarrollar peligrosos coágulos de sangre en las piernas y los pulmones. En algunos casos inusuales, la enfermedad detona accidentes cerebrovasculares isquémicos que bloquean las arterias que suministran sangre al cerebro, o daños cerebrales, como alteración del estado mental o encefalopatía.
La muerte puede ser provocada por paro cardíaco, insuficiencia renal, fallo multiorgánico, dificultad respiratoria o choque circulatorio.
— RONI CARYN RABIN
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Moderar las esperanzas de una vacuna
La idea es la simplicidad misma: si un número suficiente de la población tiene anticuerpos para el nuevo coronavirus, el virus se topará con demasiados “callejones sin salida” como para poder seguir infectando personas. Eso es lo que se conoce como inmunidad de grupo.
Y esa es la gran esperanza de una vacuna. Pero podría no suceder, incluso habiendo disponibilidad de vacunas, como nos ha demostrado la experiencia con las vacunas contra la gripe.
Paul Offit, médico del Hospital Infantil de Filadelfia y la Universidad de Pensilvania, señaló que, si bien las vacunas eliminaron el sarampión, la rubéola y la viruela, y casi erradicaron la poliomielitis en Estados Unidos, las vacunas contra la influenza y la tos ferina no han detenido los brotes (debido a que algunos padres se han negado a que sus hijos reciban las vacunas contra el sarampión, esa enfermedad también está regresando).
La influenza y la tos ferina se han seguido propagando, incluso luego de que suficientes personas en una comunidad se han vacunado para, en teoría, detener esas enfermedades. Eso se debe a que los anticuerpos que protegen a las personas contra los virus que infectan las superficies mucosas, como el revestimiento de la nariz, tienden a tener una vida muy corta.
Las vacunas contra las enfermedades respiratorias son, en el mejor de los casos, modestamente efectivas, afirmó Arnold Monto de la Universidad de Míchigan.
Como el coronavirus suele infectar el sistema respiratorio primero, Monto sospecha que una vacuna contra el COVID-19 tendría un efecto similar al de una vacuna de la gripe: reducirá la incidencia de la enfermedad y la hará menos grave en promedio, pero no erradicará el COVID-19.
Por supuesto, a Monto le gustaría que el virus desapareciera, pero una vacuna que reduzca la propagación y la gravedad de la enfermedad es mucho mejor que nada.
“Como persona mayor, lo que quiero es no terminar conectado a un respirador”, afirmó Monto.
— GINA KOLATA
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¿Cuánto tiempo puede continuar esta situación?
El verano está a la vuelta de la esquina, los estados están reactivándose y los nuevos casos de coronavirus se están reduciendo o, al menos, se están manteniendo estables en muchas partes de Estados Unidos. Al menos 100 equipos científicos de todo el mundo están compitiendo para desarrollar una vacuna.
Esas son todas las buenas noticias.
El virus no ha dado señales de que vaya a desaparecer: estaremos en esta era pandémica por mucho tiempo, probablemente un año o más. Los cubrebocas, el distanciamiento social, lavarse las manos compulsivamente, el alejamiento doloroso de amigos y familiares, todas esas medidas siguen siendo la mayor esperanza de mantenernos a salvo, y lo seguirán siendo durante algún tiempo.
“Este virus podría convertirse en otro virus endémico en nuestras comunidades, y tal vez nunca desaparezca”, advirtió el mes pasado Mike Ryan, director ejecutivo del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud. Algunos científicos creen que mientras más tiempo vivamos con el virus, más leves terminarán siendo sus efectos, pero eso aún está por verse.
Las predicciones que afirman que millones de dosis de una vacuna podrían estar disponibles para finales de este año podrían ser demasiado optimistas. Ninguna vacuna ha sido creada así de rápido.
La enfermedad sería menos aterradora si existiera un tratamiento que pudiera curarla o, al menos, prevenir su gravedad. Pero no lo hay. ¿Y qué hay del remdesivir, el muy esperado medicamento antiviral? Según los expertos, lo máximo que se puede esperar de él son beneficios “modestos”.
Lo cual nos remite de nuevo a los cubrebocas y al distanciamiento social, los cuales han llegado a sentirse bastante antisociales. Si tan solo pudiéramos volver a como solía ser la vida.
No podemos. No todavía. Hay demasiadas sorpresas con esta enfermedad —por ejemplo, adultos y niños con buena salud que inexplicablemente se enferman de gravedad— como para permitir tomarnos a la ligera la posibilidad de contagiarnos.
Cerca del 35 por ciento de las personas infectadas no presentan ningún síntoma, por lo que, si andan por ahí libremente y sin precauciones, podrían infectar a otras personas sin saberlo.
Hay enormes preguntas por responder. ¿Podrá lograrse que los lugares de trabajo sean seguros? ¿Qué hacemos con los trenes, metros, aviones, autobuses escolares? ¿Cuántas personas pueden trabajar desde casa? ¿Cuándo será seguro reabrir las escuelas? ¿Cómo logras que un niño de 6 años con la capacidad de concentración de una ardilla aplique el distanciamiento social?
En resumen: usa un cubrebocas, mantén tu distancia. Cuando llegue el momento a finales de año, vacúnate contra la gripe para protegerte de la enfermedad respiratoria que puedes evitar y para ayudar a que las salas de emergencia no se saturen. Anhela un tratamiento, una cura, una vacuna. Sé paciente. Tenemos que tomarnos nuestro tiempo. Si existe algo como un maratón de enfermedad, ya estamos en él.
— DENISE GRADY
Realmente no sabemos cuándo el nuevo coronavirus comenzó a infectar a las personas. Pero ahora que entramos a junio, es justo afirmar que el SARS-CoV-2 ya ha estado con nosotros unos seis meses. (Jens Mortensen/The New York Times)