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Por qué nos cuesta tanto ordenar y borrar las fotos del celular

Una de las colecciones más importantes que atesoramos es la que forman nuestras fotos personales. Ya surjan de la afición por la fotografía o con el propósito de documentar de forma gráfica ciertos lugares, objetos o acontecimientos, estas imágenes representan momentos y aspectos significativos de nuestra vida.

Las fotografías encapsulan fragmentos de la realidad que nos rodea, reflejan nuestra propia historia y forman un compendio único de recuerdos y vivencias.

Hoy es difícil imaginar un viaje placentero, una celebración en familia o una cena de amigos sin dejar un testimonio gráfico. En plena era del smartphone con cámara, cualquier situación, incluso la más trivial, está a solo un toque de quedar inmortalizada en una imagen.

Hacemos fotos como apoyo a los recuerdos, si bien el deseo de retratarlo todo es una distracción que nos entorpece la memoria. Queremos fotografiar todo cuanto despierte siquiera un mínimo interés. Hacemos incluso varias tomas, por si alguna sale mal. No es mala idea, pero quizá sea mejor seleccionar y conservar solo aquello que vale la pena.

Del carrete al fichero digital

En la época de las cámaras analógicas, la fotografía era un pasatiempo caro, por lo que eran pocas las instantáneas que solían tomarse de un acontecimiento. Incluso cuando se transferían a un álbum, una vez reveladas, se sometían a cierta selección.

Pero ese filtro personal de calidad no bastaba. A menudo sentíamos que las colecciones estaban desorganizadas y, a pesar de marcarnos el propósito de ponerles orden, pocas veces lo cumplíamos.

La llegada de la fotografía digital y de los teléfonos móviles con cámara ha multiplicado el número de fotografías que tomamos y guardamos. Y ha transformado, también, el contenido de las imágenes y los métodos con que las capturamos, organizamos y compartimos.

En este nuevo escenario de sobreabundancia y variedad, la tarea de organizar las fotos personales se ha vuelto más compleja y tediosa.

En la época de las cámaras analógicas, la fotografía era un pasatiempo caro, por lo que eran pocas las instantáneas que solían tomarse de un acontecimiento. Incluso cuando se transferían a un álbum, una vez reveladas, se sometían a cierta selección. (EFE/OLIVER BERG)

En la época de las cámaras analógicas, la fotografía era un pasatiempo caro, por lo que eran pocas las instantáneas que solían tomarse de un acontecimiento. Incluso cuando se transferían a un álbum, una vez reveladas, se sometían a cierta selección. (EFE/OLIVER BERG)

Por qué acumulamos tantas fotos

Al registrar experiencias propias, las fotografías tienen varios usos potenciales. Entre otros: sustentar la visión de un hecho pasado, refrescar la memoria sobre un evento o revivir instantes por mera diversión.

Además, las imágenes forman parte de nuestro espacio personal de información porque suelen generar respuestas afectivas intensas. A causa de esa relación emocional solemos cuidarnos de preservarlas durante muchos años.

Por todo ello, dedicamos cierto esfuerzo a ordenar nuestras fotografías. Al organizar nuestra colección anticipamos una necesidad futura: prevemos que en algún momento vamos a querer ver de nuevo las imágenes y revivir así esos momentos. O bien proyectamos compartirlas con otras personas, con la consiguiente recompensa emocional que se deriva en ambos casos.

La abundancia nos hizo pobres

Pese a esos beneficios potenciales, utilizamos estrategias rudimentarias para organizar las fotos personales. Tendemos a amontonarlas en colecciones que presentan una estructura bastante plana y desigual.

Tenemos grandes esperanzas de regresar más tarde a nuestra colección para filtrarla, ponerla en orden y facilitarnos la futura recuperación de imágenes. Pero está comprobado que esa pretendida reorganización rara vez se produce.

Como resultado, confiamos demasiado en la memoria autobiográfica y en tácticas primarias de ensayo y error. De ahí que a veces nos cueste tanto localizar aquella imagen concreta que “debe rondar por alguna parte”.

Esa gestión deficiente se ha visto acentuada por la convergencia de medios. El uso de varios dispositivos y procesos para crear, gestionar y almacenar imágenes representa un obstáculo importante para el mantenimiento a largo plazo.

Tanta dispersión nos disuade de gestionar. En consecuencia, adoptamos soluciones pasivas de preservación y tendemos a la mera acumulación.

Organizar fotos no es tarea fácil

Por su singularidad, las fotografías tomadas en la vida cotidiana constituyen un recurso muy valorado por quien las produce. Son documentos únicos, insustituibles. Forman una colección que tiende a crecer con el paso del tiempo y, por lo tanto, tiende a complicarse también la tarea de gestionarlas.

A pesar de las mejoras en los mecanismos de búsqueda, eludimos la tarea preparatoria de etiquetar y describir textualmente las imágenes. El esfuerzo que implica esta acción no tiene una recompensa directa.

Las fotografías encapsulan fragmentos de la realidad que nos rodea, reflejan nuestra propia historia y forman un compendio único de recuerdos y vivencias. (Foto: Aaron Doster-USA TODAY)

Las fotografías encapsulan fragmentos de la realidad que nos rodea, reflejan nuestra propia historia y forman un compendio único de recuerdos y vivencias. (Foto: Aaron Doster-USA TODAY)

Para encontrar imágenes, preferimos recurrir a la navegación porque de forma instintiva tendemos a activar en el cerebro rutinas espontáneas de búsqueda de objetos. Evitamos depender del procesamiento lingüístico que necesitamos para consultar por palabras clave.

Borrar nos da pereza

Asimismo, en el paradigma digital es laxo el empeño que solemos poner en decidir qué guardamos y qué no. La enorme capacidad de las memorias digitales y el bajo coste de conservarlo todo nos impulsan a guardar en exceso y nos disuaden de hacer limpieza.

Aunque librarse de borrar u organizar parezca una ventaja, lo es solo en parte: la capacidad de almacenamiento parece no tener límites, pero nuestra capacidad de atención sí los tiene.

Borrar parece tarea fácil, pero en realidad es un proceso difícil. Lo evidencia el hecho de que muchas de las imágenes guardadas son semiduplicados, es decir, fotos casi idénticas entre sí. Eliminamos solo el 17 % de las fotos que hacemos.

¿Por qué nos cuesta tanto borrar? La respuesta es clara: determinar qué fotos son desechables requiere atención, supone un esfuerzo cognitivo y provoca una situación paradójica por el hecho de emplear un tiempo valioso en piezas sin valor.

Las plataformas digitales, el archivo del mañana

La naturaleza intangible de los formatos digitales puede provocar la sensación de que nuestras fotos se han convertido en un material efímero y perecedero. Sin embargo, la aparición de plataformas sociales para almacenar, gestionar y compartir imágenes ha traído consigo nuevas formas de organizar y difundir las fotos personales.

Espacios como Flickr, Google Fotos, 500px o PhotoShelter, entre otros, pueden utilizarse como copia de seguridad o bien como escaparate digital. Parecen tener un gran potencial como archivo personal duradero. Pero no conviene adoptarlos como solución única de preservación, ya que internet es un entorno cambiante donde todo tiene una esperanza de vida incierta.

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