Por: Ling Almánzar
Juan Pablo Duarte, fundador de la República y hombre consagrado a las mejores causas de su pueblo, nació el 26 de enero de 1813, hace exactamente 212 años, en Santo Domingo. Hijo del comerciante español Juan José Duarte y de la seibana Manuela Díez.
En realidad, hay mucho desconocimiento acerca de su vida y su obra. Muchos son los niños y adultos que no conocen, lamentablemente, el legado y la trayectoria de este gran dominicano.
Duarte nació en un medio urbano. Pertenecía a la pequeña clase burguesa de su tiempo. En 1829, con apenas 16 años, pudo realiza un fecundo periplo por Estados Unidos, España y Francia. Su padre le permitió adquirir esos nuevos aires de libertad. Allí conoció el progreso europeo, sobre todo, los fueros de Cataluña.
Se sumergió en esas ideas de progreso y desarrollo, y las empleó para una causa noble y justa: preparar la Independencia. El país estaba dominado por el régimen haitiano, liderado por Jean Pierre Boyer. En 1822, los haitianos se apoderaron de la parte española y unificaron la isla, bajo su poder y reinado.
Duarte regresó con un pensamiento avanzado, y trilló un largo camino hacia la liberación de su pueblo oprimido. Recibió nociones y lecciones de filosofía, esgrima y otras materias, que le servirían para su gran empresa de liberación nacional. Fundó con sus compañeros el teatro La Dramática y la Filantrópica, que eran laboratorios de libertad: allí se presentaban obras que fomentaban las ideas de independencia y libertad.
El 16 de julio de 1838 crearon la sociedad secreta La Trinitaria, una organización para la independencia. Los nueve fundadores hicieron el juramento trinitario, sellado con sangre y con la vida. De inmediato, las autoridades haitianas iniciaron una persecución cruel contra los trinitarios, que se organizaban en grupos de tres personas, para conquistar y enrolar a otros interesados en el proyecto.
Duarte tuvo que salir hacia el exilio: se refugió en Curazao. Aquí, Francisco del Rosario Sánchez quedó al frente del movimiento independentista o duartista, esos “filorios” o “quijotes” soñadores, como les llamaban despectivamente. Matías Ramón Mella, otro espíritu inquieto, con su arrojo y gallardía lanzó el trabucazo inmortal, la noche gloriosa del 27 de febrero de 1844 en la Puerta de la Misericordia. (Fue en la Puerta de la Misericordia, no en la del Conde.) A la Puerta del Conde acudieron luego de lanzado el disparo triunfal, que tuvo que hacer Mella ante la frialdad de algunos que, a última hora, entraron en pánico, pensando en la despiadada reacción del Gobierno haitiano.
Lograda la separación de Haití, a Duarte lo fueron a buscar y regresó en la goleta Leonor. Fue recibido como “Padre de la Padre“. Sin embargo, nuevos sinsabores le esperaban en su amada tierra. Lo persiguieron los enemigos de la República, esos que querían vender la nación o amputarla, negociándola con otros países. Duarte ansiaba la independencia pura y dura, sin tapujos ni cortapisas.
Lo nombraron general y lo despacharon hacia Baní, donde se libraban fuertes combates por la naciente República. Hizo la primera rendición de cuentas: devolvió los 873 pesos que le sobraron de los mil que recibió; detalló los 127 que gastó en la travesía.
Se marchó de nuevo, esta vez arrojado y pateado por los traidores de la patria. Pedro Santana lo declaró “traidor” y lo desterró. Regresó 20 años después y se puso al servicio del Gobierno restaurador, en 1864. Otra vez, le asignaron una misión en el exterior para mantenerlo lejos de su terruño.
Murió el 15 de julio de 1876, en Venezuela, olvidado y abandonado, sin saber de la suerte triste de su amada República. Sus restos descansan en el Altar de la Patria. ¡Gloria y loor eterno para el gran fundador de la República!
