Por: Ling Almánzar
Para unos, genocidio y violencia despiadada; para otros, descubrimiento, esplendor y civilización: todo eso -y mucho más- sin duda sucedió hace 532 años con la llegada de los españoles a América (¿o Américas?). Fue encuentro entre dos mundos; uno acabó hundido y el otro se impuso a sangre y fuego.
Esa hazaña geográfica está preñada de mitos y tabúes históricos. Lo primero es la fecha: 12 de octubre de 1492, día en que Cristóbal Colón y sus arriesgados compañeros avistaron tierra y Rodrigo de Triana lanzó en el nuevo mundo su famoso grito de sorpresa.
Ese día -12 de octubre- sufrió una transformación con el cambio de calendario y de fechas. Claro, esto sucedió más tarde -en 1582, cuando el papa Gregorio XIII borró 11 días de un plumazo, para compensar el tiempo perdido desde la antigüedad-, pero sin duda tocó la fecha de la efemérides. Entonces, ¿fue el 12 o el 23 de octubre que ocurrió la hazaña de Colón?
Lo otro es la valoración histórica del hito. ¿Fueron malvados y perversos los españoles que demolieron el paradisíaco mundo precolombino y aborigen? Lo cierto es que eran hombres de otro mundo, dueños de una fantástica y alucinante mentalidad; con sus fantasías destruyeron un mundo y construyeron otro sobre las cenizas de la destrucción.
Debajo del mundo vivo están los restos de un mundo muerto: los indígenas dejaron un nítido y potente legado cultural. En realidad, Europa y América se inter-descubrieron, abrazándose y transfiriendo sus fantasías. La violencia es la partera de la Historia, dice Lenin.
Para España fue un descubrimiento, por supuesto. Siglos antes, los arrojados vikingos y Leif Erikson habían llegado a estas tierras y se habían establecido tímidamente, pero los nativos sepultaron esa presencia extraña y lejana. Así que, en octubre de 1492, los españoles pisaron el paraíso y la tierra ‘virgen’. La tierra prometida abrió su boca y recibió a los europeos.
Otra cosa: el nombre del nuevo mundo. Se honra al intrépido navegante y cartógrafo Américo Vespucio, gracias al alemán Martin de Waldseemüller, en cuyas manos cayó el mapa de aquél y le dio el homenaje, llamando América a estas tierras maravillosas. Con su nombre, Colombia homenajeó y reivindicó la figura de Colón.
La hazaña es el Día de la Raza. ¿Por qué? ¿Acaso no había otras razas antes del 12 de octubre? ¿Acaso no habrá una sola raza: la humana? Más apropiado sería llamarle encuentro entre culturas, choque de mundos, invasión y conquista. El lenguaje define una postura, crítica o complaciente, frente al hecho aplastante de lo ocurrido hace más de cinco siglos.
Ese encuentro olímpico no solo permitió la primera globalización e interconexión del mundo, sino que ha dejado, además, un espíritu de rebeldía regado por América. Toda violencia genera rechazo, odio y apatía. En Bolivia, por ejemplo, el 12 de octubre es el Día de la Descolonización, como si fuera un contra-descubrimiento: un grito de ardiente protesta ante ese acontecimiento singular.
Lo de América o Américas es cuestión geopolítica: se trata de una visión clásica o moderna trazada por las grades potencias de ayer y de hoy. Para España, la madre patria descubridora, es un solo continente: América, y ya está. Pero el poder fuerte de Estados Unidos ha rediseñado las venas del Nuevo Mundo. Para ellos, hay más de una América: la del Norte, la Central, la del Sur. Y hay, además, sub-Américas: el Caribe, las antillas… Es un asunto de poder estratégico: las grandes naciones dibujan los mapas de acuerdo a sus intereses.
Más de quinientos años después, Europa sigue descubriendo a América: la descubre en sus recursos naturales -más necesarios que ayer para un mañana incierto-, la descubre en sus gentes, en sus pueblos, en su calidez humana… en sus ríos, sus playas, sus sonrisas. El europeo llega y se prende a estas tierras benditas. La América -¿o Américas?- está más viva que en 1492. Si Colón volviera se repetiría la historia, como sucedió hace más de cinco siglos.