Cada cena del 24 de diciembre, cada almuerzo del 25, a veces son un puñado, a veces decenas de personas que se sientan alrededor de una mesa. En ese encuentro anual surge dentro de cada integrante y -también en forma colectiva- algo a lo que en general se le llama “espíritu navideño”, un deseo especial de disfrutar y compartir un momento. Pero ¿existe en realidad tal cosa? ¿Hay algún respaldo científico que avale su existencia o se trata simplemente de un decir, un latiguillo que se repite una vez por año?.
En la búsqueda del espíritu navideño, un grupo de investigadores daneses realizó en 2015 un estudio que midió la actividad cerebral a pacientes a través de resonancias magnéticas funcionales. La hipótesis que barajaban era que las personas responden de distintos modos a imágenes con alusiones navideñas en función de sus tradiciones familiares, de si acostumbraban festejar o no la Navidad.
Para ello, primero pidieron a los 26 participantes que completaran una encuesta relacionada con sus tradiciones navideñas, también con sus orígenes para comprender sus antecedentes culturales. Algunas de las preguntas eran: “¿Alguna vez celebraste la Navidad?” “¿Cuáles son tus sentimientos sobre la Navidad (mayormente positivos/mayormente negativos)” “¿Viviste toda tu vida en Dinamarca?”.
Gracias a esas preguntas categorizaron dos grupos: “el grupo Navidad” y “el grupo no Navidad”. Diez participantes fueron asignados al “grupo navideño” (ocho hombres, dos mujeres) y otros diez al “grupo no navideño” (ocho hombres, dos mujeres). Los seis participantes restantes fueron excluidos porque encontraron una fuerte conexión con la fiesta del 25 de diciembre pese a no tener ninguna tradición de Navidad o, por el contrario, identificaron sentimientos negativos pese a tener una historia de celebración regular.
A los 20 participantes que quedaron se les mostró una serie de imágenes. En total, vieron 84 fotos, durante dos segundos cada una, organizadas de un modo peculiar: se alternaban seis imágenes consecutivas con adornos y guiños navideños y le seguían otras similares en su aspecto pero sin nada que pudiera recordarles a Papá Noel.
“Los conjuntos alternos de imágenes navideñas y cotidianas dieron un estímulo de bloque intercalado con los períodos de tiempo en los que las imágenes navideñas se ven como ‘bloques de estimulación’ intercalados con ‘bloques de descanso’ de visualización de imágenes cotidianas. Se informó a los participantes que se presentarían diferentes imágenes, pero no se les dijo que había un tema navideño en el estudio”, aclara el informe.
Los resultados, medidos en resonancia magnética, arrojaron fuertes diferencias entre la reacción cerebral frente a los estímulos y, en gran medida, se debió a sus tradiciones culturales. El grupo navideño, mayormente compuesto por daneses que nacieron y vivieron toda su vida en su país de origen, mostraron más activaciones que sus pares “no navideños”, de distintas procedencias (Pakistán, La India, Turquía).
“El espíritu navideño es algo que definitivamente es difícil de medir cuantitativamente”, advirtió el médico danés Bryan Haddock, coautor del estudio, en diálogo con Infobae. “Nuestro análisis pudo mostrar una respuesta fisiológica a las imágenes navideñas que incluye toda la gama de estimulación sensorial y emocional activada por las imágenes. Podemos decir que ver la Navidad a nuestro alrededor estimula la corteza motora primaria y premotora izquierda, el lóbulo parietal inferior y superior derecho y la corteza somatosensorial primaria bilateral”, explicó.
Según precisó, su estudio midió la respuesta a los pocos segundos de visualizar las imágenes. Por ende, no se llegan a identificar las hormonas que entran en juego a la hora reaccionar ante la Navidad, pero sí lograron hacer un análisis minucioso de lo que le sucede al cerebro inmediatamente después de pensar en la fiesta.
El informe describe la función de cada región del cerebro estimulada por la Navidad. Los lóbulos parietales izquierdo y derecho cumplen un rol determinante en la autotrascendencia, el rasgo de la personalidad relacionado con la predisposición a la espiritualidad. Por su parte, la corteza premotora frontal es crucial para experimentar emociones compartidas con otros individuos, a lo que se suma que la corteza somatosensorial, la encargada de reconocer emociones en los rostros ajenos y en la recuperación de esa información. “En conjunto, estas áreas corticales posiblemente constituyan el correlato neuronal del espíritu navideño en el cerebro humano”, concluyen.
La oxitocina navideña
“Sí, definitivamente hay espíritu navideño en el cerebro”, aseguró ante la consulta Sebastian Ocklenburg, profesor del departamento de Psicología de la Facultad de Medicina MSH de Hamburgo, Alemania. El investigador cree que la Navidad es una oportunidad única para concretar aquello que se postergó durante el año.
“Las personas suelen estar muy estresadas y no tienen mucho tiempo para estar juntas y fortalecer sus vínculos afectivos. Se ha demostrado que muchos rituales navideños, como cantar villancicos juntos, dar regalos y, lo más importante, pasar tiempo con los seres queridos disminuyen el estrés y aumentan los vínculos, pero esto requiere tiempo que rara vez tenemos en la vida cotidiana”, planteó.
Cientos de millones de personas alrededor del mundo, con las diferencias horarias del caso, se reúnen a celebrar un evento único en el año con familiares o amigos. Es también una oportunidad para restablecer vínculos, volver a encontrarse después de largos meses de no coincidir. Hay una mística especial en la fecha y esa mística ocurre a nivel cerebral.
Según Ocklenburg, la oxitocina es la hormona clave que se dispara en la Nochebuena y Navidad. Es la hormona que estrecha los vínculos entre padres e hijos, pero también entre amigos y parejas adultas. “Como la Navidad se trata de reunirse y fortalecer los vínculos emocionales con familiares y amigos, la oxitocina es claramente la hormona más relevante para el espíritu navideño”, ratificó.
El síndrome anti Navidad
Así como hay un espíritu navideño, también existe su antítesis. Los investigadores lo llaman “Bah humbug syndrome”, una suerte de desdén por la fecha, un rechazo que surge justamente por los malos recuerdos asociados, por peleas familiares o, en su defecto, el nulo vínculo con la Navidad.
“Nuestro estudio muestra que la reacción a la Navidad es una respuesta aprendida en contraposición a ser genéticamente inherente a la naturaleza humana. Nuestra especulación sobre el ‘Bah humbug syndrome’ se basa en consideraciones negativas que la gente ‘ha aprendido’ sobre la fiesta”, explicó Haddock.
Ese fenómeno lleva el nombre de “predicción interoceptiva”. En lugar de reaccionar ante los estímulos como si fuera la primera vez que los recibiéramos, nuestro cerebro ejecuta un circuito interno construido en base a patrones de experiencias previas. Cuantas más experiencias negativas asocie el cerebro a la Navidad, más resistencia generará la celebración.
Al margen, la Navidad suele ser también un evento social. Se necesita pasar tiempo en familia o con amigos para disfrutarla. “Las personas que a menudo se sienten solas incluso en presencia de otros normalmente no obtienen la misma activación en los centros de recompensa del cerebro a partir de eventos sociales como las personas que disfrutan de la compañía de pares”, advirtió Ocklenburg.
En definitiva, los científicos que investigaron la neurociencia detrás de la Navidad hacen dos sugerencias a quienes deseen sumergirse al espíritu navideño. Por un lado, intentar abrirse a experiencias sociales, de compartir momentos y, a su vez, que esas experiencias involucren seres queridos, con los que disfrutar del ritual y así dejar atrás recuerdos tristes. Recién entonces, el espíritu navideño puede que surja por sí solo.