BBC Mundo.- El 20 de febrero de 2022, el presidente Luis Abinader con chaleco amarillo reflectante sobre una guayabera blanca, dirigía el hormigón hacia una zanja sobre la que se elevaban finas varas de acero. Y le hacían fotos, muchas fotos.
Era el primer paso para la construcción de la “verja perimetral inteligente” que separará República Dominicana de Haití y que en la frontera todos llaman “muro”. De fondo sonaba la música de Juan Luis Guerra y dos obispos y la cúpula militar seguían atentamente las acciones del mandatario y de la hormigonera.
La construcción es un nuevo episodio en la conflictiva relación histórica que mantienen los dos países que comparten la isla de La Española y una porosa frontera de más de 390 kilómetros, uno de los corredores terrestres más importantes de América Latina y el Caribe.
“La República Dominicana no puede hacerse cargo de la crisis política y económica de ese país (Haití) ni resolver el resto de sus problemas”, dijo Abinader en un acto con fuerte simbolismo patriótico en el que se cantó con vigor el himno nacional a pocos metros del país vecino, el más pobre de América.
Según los últimos datos del Banco Mundial y del gobierno dominicano, un 60% de la población haitiana vive en la pobreza, por un 24% en Dominicana. La pobreza extrema alcanza el 24% en Haití mientras que en es del 3,5% al otro lado de la frontera.
54 kilómetros
Los primeros metros de la verja ya se ven en Dajabón, en el noroeste de Dominicana, uno de los principales puntos fronterizos con Haití.
Ocho días después del inicio de la construcción, BBC Mundo visitó el lugar. La obra estaba parada. Sólo quedaba una excavadora con el motor apagado. Dos militares aburridos custodiaban la zona. Las vacas mugían en la parcela contigua. Junto a lo que será la verja se veían envases plásticos desechados.
A pocos pasos del muro y del lugar desde el que habló Abinader, unos niños haitianos se bañaban y unas mujeres lavaban la ropa en el río Masacre, cuyo escaso hilo de agua forma un límite flexible entre ambos países.
El muro promete ser mucho más firme.
En una primera etapa, que está prevista que concluya en el primer semestre del año, se construirán, según el gobierno dominicano, 54 kilómetros de hormigón armado y estructura metálica como el que se esboza en Dajabón. Contará con 19 torres de vigilancia y 10 puertas de acceso. No cubrirá todo el extenso límite territorial, sino que se elevará sobre las “áreas más pobladas y sensibles de la frontera”.
En la segunda fase, que debería comenzar en cuanto acabe la primera, se harán otros 110 km para una inversión total de 1.700 millones de pesos (unos US$30 millones), de acuerdo a los datos gubernamentales.
“Es una verja que beneficiará a ambos países para controlar el comercio bilateral, regular los flujos migratorios para combatir las mafias que trafican con personas, hacer frente al narcotráfico y la venta ilegal de armas y proteger la crianza y sembrados de ganaderos y productores agrícolas”, explicó Abinader.
“No me gusta”
En el acto del 20 de febrero no estuvo presente ningún miembro del gobierno haitiano, que no se ha pronunciado sobre el muro, construido en suelo dominicano.
Haití cuenta con un gobierno interino desde que en julio del año pasado fuera asesinado el presidente Jovenel Moise. Las elecciones para un nuevo mandatario están aplazadas por el elevado nivel de violencia en el país, asegura el actual Ejecutivo encabezado por Ariel Henry.
La pertinaz crisis económica de Haití, los desastres naturales y los conflictos políticos han hecho que históricamente muchos haitianos busquen una vida mejor, o al menos un modo de ganar dinero, en el país con el que comparten la isla.
Como Novilia, una mujer haitiana que vive en Dominicana en una casa de chapa y suelo de arena, desnudo, a pocos metros de la primera zanja de la verja que inauguró Abinader.
“Haitianos con dominicanos hacen negocios aquí. ¿Para qué hay que poner un muro? Yo allá no tengo presidente, y la cosa está difícil”, dice con cara resignada la mujer, que lleva 12 años en el país vecino.
“No me gusta (el muro), es malo para el negocio, todo el mundo pasa calamidad, todo el mundo busca algo aquí (en Dominicana)… No es bueno”, afirma seria junto a una vecina y amiga, también haitiana, que dice que es capaz de limpiar tres casas de dominicanos en una mañana.
Ellas, como cientos de haitianos en Dajabón y miles en toda Dominicana, reflejan los lazos económicos que unen a ambos pueblos, sobre todo en la frontera.
Según la última Encuesta Nacional de Inmigrantes en Dominicana, del año 2017, hay medio millón de haitianos en el país, que representan el 87% de la población extranjera. Pero cinco años después y dados los problemas en Haití, expertos aseguran que ahora puede haber hasta un 25% más.
Esos haitianos son clave para la economía dominicana, la segunda de crecimiento más rápido en América Latina y el Caribe en la última década. Se estima que un 80% de la mano de obra en el sector agropecuario y de la construcción en Dominicana es haitiana.
Haití fue en 2021 el tercer destino de las exportaciones dominicanas después de Suiza y EE.UU., según los datos de la Dirección General de Aduanas.
Pero la balanza comercial es extremadamente favorable a Dominicana, algo de lo que se queja Haití, que pide más ayuda para poder exportar al otro lado ron, cerveza y tabaco, sobre todo.
En 2021 Dominicana compró productos haitianos por valor de apenas unos US$4 millones y vendió a su vecino por más de US$500 millones.
Necesidad mutua
La relación es mucho más pareja a pie de calle en la frontera.
“Dominicano necesita a haitiano, haitiano necesita a dominicano”, resume Novilia desde su humilde vivienda.
A pesar de esa realidad aceptada casi por todos en la isla, muchos haitianos enfrentan problemas para regularizar su situación migratoria y a veces hostilidad por parte de sus vecinos del este.
En una parcela donde pastorea a una decena de cabezas de ganado, Ernesto Alfonso Martínez Peña remarca la necesidad mutua a ambos lados de la línea.
“El presidente (Abinader) debe canalizar de forma legal a los que vienen a trabajar en la finca. Porque si no vienen a trabajar los haitianos, se cae la producción de leche, la agrícola, la construcción”, me cuenta Martínez, que está a favor del muro porque ha sufrido robo de reses que atribuye a haitianos.
Un mercado sin muro
Ernesto, el ganadero, no es el único que defiende la construcción del muro.
Santos tiene 58 años, es dominicano y regenta uno de los miles de puestos en el Mercado Binacional de Dajabón, que se abre lunes y jueves de cada semana para unir a comerciantes de ambos lados de la frontera.
A las 8 de la mañana, el puente sobre el río Masacre se llena de haitianos que, cargados con bultos de mercancía sobre los hombros, cruzan entre golpes y carreras ante la mirada vigilante y a veces amenazante y poco compasiva de soldados dominicanos armados y vestidos con traje de campaña marrón claro.
“Hace tiempo que estamos invadidos. Hay más haitianos aquí que en Haití”, exagera Santos, que vende salsas y conservas en el mercado.
“Los que tienen trabajo aquí son los haitianos. Para nosotros es malo ahora. Lo que podemos ganar se lo están ganando ellos”, se queja.
Sin embargo, también admite que “la convivencia es buena”.
“De eso se vive en la frontera: del negocio con el haitiano”, nos dice.
Comparte su puesto en el mercado -donde la música alta disimula la algarabía de la compra-venta fronteriza- con una amiga haitiana que se dedica a cambiar dinero.
Santos es una de las muchas personas que encuentro en la frontera que se benefician del comercio con los haitianos, pero que a la vez marcan distancia con ellos.
Esa manera del dominicano de entenderse con el vecino, que oscila entre la convivencia y el repudio, la resume así para BBC Mundo la académica británica Bridget Wooding, investigadora de la inmigración haitiana en Dominicana: “(Los haitianos) Son necesitados pero indeseados”.
Otros muros
Wooding ve el muro como un elemento “extremo” en la dura historia de Dominicana hacia los haitianos, mayoritariamente negros, que se remonta a los tiempos del dictador Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) y su promoción del blanqueamiento de la sociedad dominicana.
Más recientemente continuó con la polémica sentencia de 2013 que desnacionalizó a más de 130.000 personas dominicanas de ascendencia haitiana.
El Tribunal Constitucional de Dominicana entendió entonces que a aquellas personas nacidas en el país desde 1929 y cuyos padres extranjeros no contaban con un estatus legal no les correspondía la nacionalidad dominicana.
En mayo de 2014, el Congreso dominicano aprobó una ley de naturalización como respuesta a aquella sentencia que había causado críticas internacionales. A finales de 2013 también se había decretado un plan de regularización de extranjeros.
Pero nada de eso generó procesos efectivos ni sencillos para miles de haitianos y descendientes nacidos en Dominicana.
“Tuvieron que registrarse como extranjeros en el país que los vio nacer y después de dos años, naturalizarse como dominicanos”, explica Wooding, conocedora de los trámites burocráticos.
Una de esas personas fue Zuleica Jiménez.
Vive junto a su marido Rafael y sus hijos en la comunidad rural de Pinzón, cerca de Comendador, en la provincia dominicana de Elías Piña, en el centro del país.
Sus padres, haitianos, estaban documentados en Dominicana, donde nació ella. Zuleica, sin embargo, nunca fue registrada y ahora no dispone de los documentos que acrediten su nacionalidad.
“Soy nacida y criada en Elías Piña, pero no tengo documentos y me siento mal porque tengo a mis hijos sin declarar”, dice Zuleica junto a su marido en la precaria vivienda al borde de una carretera sin asfaltar, a pocos metros de la frontera, una zona en la que se mezclan hasta confundirse Haití y Dominicana.
Después de la ley de 2014, Zuleica trató de regularizar su situación. “He gastado mucho dinero en eso en vano… Después de llevar los papeles a Santo Domingo no pasó nada”.
Está a favor del muro, pero preferiría que el gobierno de su país, que no la reconoce y la mantiene en condición de apátrida, invirtiera el dinero de forma diferente.
“Me interesa más que lo gasten en el proceso. El muro es importante, pero me interesa el proceso”.
Por qué ahora
En 2019 el entonces presidente Danilo Medina ya erigió en la provincia de Elías Piña unos pocos kilómetros de un muro que será ahora superado por la moderna verja tecnológica.
Pero Abinader, elegido en julio de 2020, ha ido más allá al apostar por firmeza por el muro como ningún dirigente lo había hecho.
La Presidencia, el Ministerio de Defensa y la Cancillería del país rechazaron o no respondieron a las numerosas peticiones de entrevista de BBC Mundo para hablar sobre la verja y los procesos de regularización como el de Zuleica Jiménez, así como sobre las recientes denuncias de deportaciones de mujeres haitianas embarazadas.
Bridget Wooding, directora del Centro de Investigación Aplicada de Dinámicas Migratorias (Obmica), afirma que “la verja perimetral es parte de un andamiaje que intenta presentar a lo haitiano como invasión pacífica”.
En Dominicana, le dice a BBC Mundo, “hay mucha parcialización contra una etnicidad y su descendencia, los haitianos, por complejidades de historia sociocultural”.
El sociólogo dominicano Juan Carlos Pérez, profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y egresado del Instituto de Estudios Políticos de París, argumenta que existe un sentimiento antihiatiano de una parte de la élite dominicana.
“Los políticos tratan de ganarse la adhesión de voto usando un discurso que divide para que los de aquí se sientan protegidos ante los de allá”.
“Es una manera de distraer la atención de los problemas reales de un país poniendo como pretexto a una población migrante como supuesta causa de los males”, agrega.
Y alerta de las consecuencias de la verja.
“Ninguna política de buena vecindad puede promoverse desde la política del muro. Esto tiene un efecto simbólico de agresión, de violencia y maltrato a la población que vive al otro lado”.
El muro económico
Así lo siente también Lesly Theogene, director del Ministerio de Comercio e Industria de Haití, que indica que prefiere hablar como ciudadano y no como miembro del gobierno interino.
“Pensamos que Abinader podría construir un muro económico, no un muro electrificado donde va a tener muertos”, me dice sobre el puente que conecta ambos países en Dajabón, la ciudad fronteriza donde comienza el muro y que refleja las tensiones pero sobre todo los vínculos de beneficio mutuo entre ambos pueblos.
Coincide con él Santiago Riverón, el alcalde de la ciudad fronteriza dominicana.
“Un muro no va a separar a estos dos países. Para bien o para mal estamos condenados a vivir juntos, ellos en su país y nosotros en el nuestro”.
Riverón, con sombrero y voz potente, forma parte del partido del presidente Abinader.
Sin embargo, no está de acuerdo con que la verja vaya a frenar la inmigración ilegal y dice que lo que hace falta es “un muro económico”, es decir, un proyecto de desarrollo empresarial que beneficie a ambos países y que haga entonces innecesario cruzar de país.
Cita como ejemplo la zona franca, que en plena frontera de Dajabón emplea a 18.000 trabajadores haitianos y del que dependen unas 40.000 personas en la zona.
“Esas personas que están trabajando allí no piensan dejar su terruño nunca”.
Quien sí lo dejó fue Jocelin cuando tenía 12 años. Como él entonces, muchos niños haitianos siguen cruzando solos cada día a Dominicana por el puente de Dajabón para trabajar de lo que sea.
“Pasaba hambre en Haití”, recuerda ahora, a punto de cumplir 18 años, en un centro de acogida en Ouanaminthe, en el lado haitiano de la frontera, donde se ve claramente el contraste con Dominicana: hay pocas calles asfaltadas, mucha más basura en la calle sin recoger y falta saneamiento y alcantarillado.
En Dominicana Jocelin limpió zapatos. Acabó en un orfanato en Dajabón, donde hoy se ve deambular a muchos niños haitianos solos o en grupo, sin ningún adulto. Se ofrecen sobre todo a lustrar calzado, pero muchos son víctimas de explotación laboral y sexual.
De vuelta en Haití, en el centro de acogida Lakay Jezy (La Casa de Jesús), Jocelin encontró tres comidas al día, un lujo para muchos niños haitianos, y la obligación de dejar la calle y volver a la escuela.
Ahora es un hábil costurero que quiere ganarse la vida como sastre y al que sus compañeros adolescentes en el centro le piden que les estreche los jeans para que les queden skinny, ceñidos, a la moda.
“En Dominicana hay gente que nos trata bien y otros que nos tratan mal”, me dice parco en palabras, tímido ante el extranjero.
“Quiero trabajar, tener independencia personal, quiero quedarme en Haití, amo Haití”, expresa cuando le pregunto sobre un futuro que desea que sea posible en su país y no al otro lado del muro.