La invasión de Ucrania por parte de Rusia hace que, por desgracia una vez más, tengamos que recordar lo que parece una obviedad: la guerra es mala para la salud. Hay que decirlo, otra vez, alto y claro. Podemos utilizar para ello las palabras del escritor Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, citando a su padre, el salubrista colombiano Héctor Abad Gómez: “Lo más nocivo para la salud de los humanos, aquí, no era ni el hambre ni las diarreas ni la malaria ni los virus ni las bacterias ni el cáncer ni las enfermedades respiratorias o cardiovasculares. El peor agente nocivo, el que más muertes ocasionaba entre los ciudadanos del país, eran los otros seres humanos”.
Esto es lo que ocasiona la violencia, de la cual la guerra es la representación más cruel y desgraciadamente también, la más refinada. Es obvio que cualquier conflicto armado se cobra un alto precio en vidas de los propios combatientes. Se estima que solo en el siglo XX las heridas ocasionadas por las guerras causaron 191 millones de muertes, la mitad de ellas en civiles. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, en el año 2000, murieron 310.000 personas como resultado de los conflictos bélicos.
Aun así, aparte de éste hay otros efectos sobre la salud de las contiendas. Entre ellos tenemos el desplazamiento de poblaciones; sólo hay que ver las imágenes de la población ucraniana saliendo de Kiev con los primeros bombardeos. Sin duda empeorará su situación de salud con el desplazamiento. En la misma línea, el sistema de atención de salud colapsará en muchas localizaciones o pasará a estar centrado en la atención a las heridas de guerra, no pudiendo atender a otros problemas de salud. Igual sucederá con los servicios sociales, y cualquier sistema de atención social. Quienes más lo sufrirán serán, como siempre, los más vulnerables.
También se verá favorecida la transmisión de enfermedades. Algo todavía peor, además, en el contexto pandémico actual. No olvidemos que la pandemia de gripe de 1918 surgió en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial. Algún artículo que estudiaba las similitudes y diferencias entre la pandemia de COVID-19 y de la de gripe de 1918 ha resaltado que “si la gripe española no fue imprevista, el contagio de COVID-19 fue parcialmente predecible y es de esperar que su impacto mundial no se vea eclipsado por una crisis importante como la Primera Guerra Mundial”.
La salud infantil se verá afectada y eso lastrará el desarrollo de toda una generación, precisamente la que debe asegurar el futuro de una comunidad. Las mujeres también verán muy resentida su salud, como ya se ha visto en multitud de conflictos armados y ha denunciado UNIFEM, el Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de las Mujeres. En las guerras, experimentan violencia, embarazo forzado, secuestro y abuso sexual y esclavitud.
Por otro lado, la afectación del medio ambiente será grave. Entre otros, los espacios naturales pueden ser destruidos o la evacuación de residuos verse afectada. Pero, además, no puede olvidarse que la central nuclear de Chernobyl, protegida por su sarcófago y que ya tuvo un impacto en vidas humanas muy importante, está unos kilómetros al norte de Kiev, cerca de la frontera con Bielorrusia. Si los combates le afectan, el desastre podría ser una catástrofe añadida de repercusiones continentales.
El impacto de la guerra sobre la salud mental implicará un aumento de la incidencia y de la prevalencia de los trastornos mentales. Y afectará más a las mujeres que a los hombres. La violencia de la guerra también debilitará, o anulará, las acciones que mejoran la salud. Es difícil que la prevención, la promoción o la protección de la salud se desarrollen en ambientes bélicos o dominados por la violencia.
Si una persona siente ansiedad, susto o agobio por la guerra en Ucrania, es entendible. La noticia de una guerra siempre llegará en mal momento. Pero que ocurra cuando toda la población del planeta se ha enfrentado a una pandemia por más de dos años, es un escenario, sin duda, mucho más complejo si de salud mental se trata.
“Sigmund Freud escribió en 1920 muchas ideas sobre parte de la esencia de la naturaleza humana que tiende a la repetición de situaciones dolorosas y destructivas. El médico neurólogo austriaco explica que el costo de vivir en sociedad, de respetar al otro y de sostener algo de la renuncia a ciertas satisfacciones instintivas o pulsionales retorna posteriormente con actos destructivos hacia uno mismo o hacia los demás, como por ejemplo, la guerra”, manifestó consultado por este medio el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Y añadió: “Para el padre del psicoanálisis los seres humanos somos pacifistas orgánicos en el sentido de que hay una parte que lucha todo el tiempo por la supervivencia mientras que entra en conflicto con una parte destructiva. Estas ideas dan cuenta de cómo hoy gracias a la tecnología podemos estar tan al tanto y siguiendo en vivo lo que está sucediendo en Ucrania. Cierto mecanismo de defensa puede hacerlo sentir como una ficción, como una película de guerra. Es un aspecto que desmiente la realidad y sin embargo, tenemos que tomar consciencia de que se trata de otra cosa”.
Para Catelli, “la reflexión colectiva es la que nos va a permitir poder cambiar algo de esto que insiste y se repite, tal como lo advirtió Freud. La apuesta por la vida, por esa posición pacifista orgánica es una apuesta por la pulsión de vida, por reconstruirlo todo de nuevo. El planteo es la apuesta por la vida ante la locura de masas, el liderazgo delirante y a la destructividad que hacen a la naturaleza del ser humano”.
Para colmo todos estos efectos han sido insuficientemente estudiados. Hace unos pocos años, un salubrista iraní, Mohsen Rezaeian, en la carta al editor de la revista European Journal of Epidemiology titulada “Wars versus SARS: Are epidemiological studies?” (Guerras versus SARS: ¿Están sesgados los estudios epidemiológicos?), citaba que, en función de los artículos indexados en PubMed, para la epidemiología del SARS (síndrome respiratorio agudo grave) existían cerca de 2,5 artículos por muerte, mientras que para la epidemiología de guerras y conflictos armados había solo 0,00005 artículos por muerte sucedida en el siglo XX.
“Hace algún tiempo, con motivo de los prolegómenos de otra batalla, la de Irak, un grupo de profesionales firmamos una carta titulada “Los profesionales de la salud y las consecuencias de una posible guerra en Irak: carta abierta al presidente del gobierno español” para tratar de levantar la voz en contra de aquella situación. Con escaso éxito, como se pudo comprobar muy poco tiempo después. Este vuelve a ser también un momento para levantar nuevamente la voz y tomar conciencia de que guerras hay varias (demasiadas) e, independientemente de que intervengan países ‘grandes’ o ‘pequeños’, todas llevan aparejado sufrimiento, desesperación, enfermedad y muerte”, expresó en un artículo para The Conversation Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia.
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