Barcelona.- El Barcelona consumaba una nueva humillación europea ante el Bayern de Múnich mientras el Camp Nou, durante los minutos de la basura, se divertía pasándose un balón de una gradería a la otra, resignado a encajar un duro baño que tan solo los más optimistas soñaban que se pudiera evitar.
“Esto es lo que hay”, sentenciaron Gerard Piqué y Ronald Koeman tras el 0-3. “La resignación es un suicidio cotidiano”, escribió Honoré de Balzac.
El resultado fue lo de menos. En la retina azulgrana no tiemblan el enésimo gol de rebote de Thomas Müller ni el instinto asesino de Robert Lewandovski, sino la impotencia de unos jugadores veteranos que ya acumulan demasiadas noches aciagas y la incapacidad de un entrenador para ser valiente desde el inicio.
Como ejemplo de ello, Koeman, que aprovechó el parón de selecciones para tensar aún más su relación con el presidente Joan Laporta, prefirió poner de titular a un Jordi Alba que arrastraba molestias musculares y que había tenido fiebre y diarrea la noche anterior, antes que a un Alejandro Balde fresco, joven y motivado.
El técnico neerlandés tampoco estuvo acertado con la titularidad de Sergi Roberto, silbado por su afición, en el carril derecho de un cobarde 3-5-2. Su propia defensa del jugador de Reus, argumentando que no jugó en su posición, demuestra la gravedad del asunto. A partir del minuto 60, con la entrada de ‘Gavi’ y Yusuf Demir con 0-2, se comprobó que había más soluciones.
Ahora mismo, el conjunto azulgrana ya pone en duda hasta que forme parte del segundo escalón de los equipos europeos y la clasificación para octavos de final en un grupo en el que también están Benfica y Dinamo de Kiev se vislumbra como una hazaña.
Por lo menos, hasta que regresen Ansu Fati y Ousmane Dembélé, a quien hasta hace unos meses ya se daba por perdido. Pero, ante la desesperación, ha pasado a formar parte de la esperanza. O eso es lo que pretende creer Koeman.
Mientras tanto, la realidad es que ante el Bayern el Barça no consiguió realizar ningún disparo a puerta y sus dos mejores ocasiones de gol fueron un remate de cabeza de Ronald Araujo que Manuel Neuer vio desaparecer lejos y una rosca de Philippe Coutinho que se acercó un poco más. Nada se supo de Luuk de Jong, quien pese a debutar como azulgrana no se escapó de recibir algunos silbidos.
Laporta se lo mira desde el despacho, consciente de que será una quimera compatibilizar la grave crisis económica del club con su máxima de que en el Barça no existen temporadas de transición.
Deportivamente, el curso de su primer mandato, el 2003-2004, ya vivió una situación similar durante los primeros meses, con un 5-1 en La Rosaleda incluido. Entonces apareció Edgar Davids en el mercado de invierno y la situación se empezó a revertir con Ronaldinho como líder de un equipo que acabaría ganando la Liga de Campeones en 2006.
Ahora nadie sabe cuánto tardará en levantarse de ésta el Barça. Y sus aficionados se lo miran con resignación. Todo el mundo ya sabe que “esto es lo que hay”.