“No hay mal que dure cien años”, diría un optimista. “Ni cuerpo que lo soporte”, completa una persona negativa. Dos ideas diferentes frente a una misma situación.
En tiempos en donde se pregona una vida con los filtros de Instagram, hay quienes defienden el costado de ser negativo.
¿Cuánto de cierto hay en ello de que el optimismo nos hace ingenuos y sostenerlo es una exigencia? ¿Cuánto de cierto en aquello que dice que entre los beneficios de ser una persona negativa se encuentra la auto protección? Veamos…
¿Qué es el pesimismo defensivo?
El pesimismo defensivo, como lo indica su nombre, consiste en ‘una estrategia de defensa mediante la cual buscamos protegernos de un efecto negativo potencial’, anticipándonos a esa situación, enfocada desde sus aristas negativas.
De esta definición, podemos quedarnos con la idea de anticipación, lo cual es positivo siempre y cuando nos ayude a prepararnos, y que nada tiene que ver con tener una mirada negativa de la vida.
Muchas personas tienden a enfatizar los beneficios de ser una persona negativa: pensar mal permite asimilar mejor lo que no sale como queremos. El inconveniente de esta idea, es que, con el tiempo, la persona podría siempre verse a sí misma como en desventaja, desvalorizando sus aspectos positivos y los recursos o factores protectores con los que cuenta.
Incluso, la permanente amenaza de lo negativo puede llegar a generar ansiedad, al reconocer todos los factores desagradables, que no se pueden controlar, impedir o prever.
Por otro lado, también hay que tener cuidado con los mensajes que te estés dando a ti mismo/a: “no creo aprobar el examen porque soy un perdedor” nos habla de mucho más que de pesimismo defensivo. Sugiere también que nuestra autoestima está siendo castigada.
Como comentamos, en ocasiones ser negativo puede representar una ventaja ya que puede ayudar a anticiparnos. Hay estudios que señalan que las personas que piensan de manera más pesimista son más proactivas y toman medidas preventivas respecto a las situaciones. Como son menos confiadas, esto les daría una situación ventajosa.
Sin embargo, de manera sostenida en el tiempo, no es óptimo ya que puede provocar desánimo, falta de motivación para emprender proyectos, quedarse con el problema y no buscar la solución, entre otras cosas.
Además debemos pensar lo que sucede en el cuerpo cuando nos alimentamos de negatividad: el cerebro segrega, en las glándulas suprarrenales, hormonas como el cortisol y el glutamato que, cronificadas, tienen importantes efectos.
Veamos algunos de los argumentos que existen respecto a los beneficios de ser una persona negativa:
El golpe no es tan duro
Las personas negativas piensan siempre en los peores resultados y escenarios, por lo cual las expectativas también son más bajas. Por eso, cuando algo sale bien, se sorprenden y lo disfrutan, y cuando algo sale mal, no se sienten tan frustrados.
Sin embargo, también es necesario destacar que esto muchas veces les impide disfrutar de los procesos y de sentir ilusión, dos componentes muy importantes y que luego se valoran mucho, se haya alcanzado el resultado esperado, o no.
Tener los pies sobre la tierra
Regirse por la negatividad permitiría tener una visión más detallada y realista frente a determinadas situaciones. Es posible que la persona negativa también sea más analítica, por lo cual, al haber pensado diferentes escenarios, también estaría más preparada. En este caso, ser negativo resulta adaptativo.
Es preciso pensar que cuando los modos de defensa se rigidizan, se convierten en impedimentos. Los mecanismos de defensa deben ser funcionales y situacionales. En lugar de defenderse por anticipado, sería conveniente que estas personas pudieran centrarse más en los recursos que poseen para afrontar una situación.
¿El pesimismo defensivo evita el sufrimiento?
Esta es una buena pregunta a hacerse cuando igualamos la negatividad a evitación del sufrimiento. Sin embargo, la idea requiere de un matiz: evitamos el impacto o lo sorpresivo de una situación, pero el malestar es permanente, ya que la incapacidad de pensarse como triunfante es tan dolorosa como frustrante. Anticiparse a la angustia no la evita, ya que la vivimos de igual modo.
Por otro lado, si bien el pesimismo tiene mala prensa, la solución o propuesta más adecuada no se corresponde con el optimismo excesivo: todos los estados que se encuentren en un extremo, no resultan buenos.
En la actualidad, existen distintos mandatos acerca de la felicidad full time y de ver todas las cosas buenas de la vida. Lo que conocemos como el positivismo tóxico. Estas ideas pueden ser muy saludables cuando nos invitan a valorar las pequeñas cosas del día a día y a movernos del lugar de la queja.
Sin embargo, se convierten en limitantes cuando nos impiden expresar nuestras emociones y gestionarlas, cuando tenemos que “tapar” lo que sentimos porque el malestar incomoda.
Es importante intentar buscar un término medio, ya que en ambos casos, las personas resultan igualmente agobiantes. No se trata de ver todo color de rosas o todo color negro, sino de aprender a reconocer los matices que existen en múltiples situaciones. Es decir, evitar la sobregeneralización.
No existen beneficios de ser una persona negativa si nuestras ideas nos impiden alcanzar nuestros logros porque nos paralizan, nos desaniman o interfieren de manera significativa en nuestra vida diaria. En dicho caso, quizás sea oportuno realizar una consulta a algún profesional para analizar cuáles creencias están en el fondo.