La quinta economía del mundo, el estado más rico y poblado de Estados Unidos, también el territorio con mayor cantidad de multimillonarios a nivel global y de la tasa más alta de pobreza del país. California, con 40 millones de habitantes, se convirtió en el nuevo campo de batalla de los republicanos trumpistas y los demócratas progresistas que gobiernan mayoritariamente el estado.
Todo está siendo cuestionado en “la tierra de la promesa”. Particularmente a su gobernador, el demócrata Gavin Newsom, que podría ser removido de su cargo antes de fin de año si prospera un referéndum agitado por los sectores más conservadores.
A pesar de que el gobierno de Newsom lanzó un rescate económico de 7.600 millones de dólares, que se sumó a los subsidios nacionales, un programa de apoyo para pagar el alquiler de viviendas y otro paquete de cientos de millones de dólares para beneficiar a los inmigrantes hispanos indocumentados que trabajan en las cosechas de verduras y frutas –California es el mayor productor de vegetales de Estados Unidos- los republicanos le reprochan que no haya hecho lo suficiente para paliar las consecuencias de la pandemia.
En el centro de la campaña para destituir a Newsom está su supuesto mal manejo de la pandemia de coronavirus. Pero, en realidad, lo que le reprochan los republicanos es que haya decretado el cierre total de las escuelas y de las actividades no esenciales.
Las críticas aumentaron en noviembre pasado, cuando se supo que el gobernador había festejado el cumpleaños de uno de sus colaboradores en un lujoso restaurante, mientras pedía a los californianos que se quedaran en sus casas y no se reunieran. Newson se disculpó por la metida de pata, pero no pudo detener las críticas que se extendieron al proceso de distribución y administración de las vacunas.
Newsom insiste en que se trata de una reacción de los trumpistas contra sus políticas progresistas. Escribió en Twitter: “Este llamado al referéndum revocatorio por parte de los republicanos amenaza nuestros valores y busca deshacer el importante progreso que hemos alcanzado”.
Y agregó en el hilo: “Progreso que va desde combatir el Covid-19 a ayudar a familias que están atravesando dificultades, hasta proteger el medio ambiente y presentar soluciones lógicas para evitar la violencia armada”.
La oficina del Secretario de Estado californiano anunció este lunes que se han recolectado suficientes firmas válidas -1,6 millones (100.000 más de las necesarias)-, como para que Newsom tenga que someterse a un referendo revocatorio a finales de año. Esta podría ser la segunda vez en la historia que el gobernador californiano se enfrente a un proceso de este tipo.
La anterior fue en 2003, cuando el entonces gobernador Gray Davies fue destituido y reemplazado por la estrella de Hollywood, Arnold Schwarzenegger, el último republicano en ocupar el cargo. Newsom fue elegido en 2018 con más de un 60% de los votos. Venía con una muy buena reputación por su trabajo como alcalde de San Francisco.
Y sigue siendo popular entre los tradicionales votantes progresistas del estado. De acuerdo a una encuesta publicada por Los Angeles Times, menos del 40% de los votantes californianos apoya la destitución. De todos modos, si no se invalida o retira un número importante de firmas en los próximos 20 días, el referéndum deberá realizarse.
Por detrás de todo este proceso existe un foco de tensión permanente en California que viene arrastrando desde hace décadas: es el estado americano con mayor concentración de ricos, pero también uno de los que alberga a más pobres. “La brecha en la riqueza de los californianos es la vulnerabilidad número uno del estado”, según Mark Baldassare, presidente del Instituto de Políticas Públicas de California. “La distancia entre los ricos y los pobres impacta en los costos de las viviendas, el costo de la vida, la crisis de las personas sin techo y, en última instancia, hace que algunos se pregunten si tienen un futuro aquí”, agrega en una charla con BBC News.
La raíz del mal californiano está, paradójicamente, en su éxito. Al ser el centro de la ciencia, tecnología e innovación de Estados Unidos concentró en algunos sectores, particularmente alrededor de San Francisco, una gran prosperidad. Esto trajo un aumento descontrolado de los precios de las viviendas y del costo de vida, lo que provocó el desplazamiento de muchos trabajadores de menores ingresos a áreas deprimidas económicamente. Uno de cada seis californianos es pobre, según un informe de marzo de este año encargado por el gobernador Newsom a un comité interdisciplinario e independiente.
La tasa de pobreza oficial es de 17,2%, la más alta del país. “La economía californiana es extraordinariamente exitosa, pero no ha beneficiado a mucha gente”, explica Anmol Chaddha, líder de esa investigación. “Sólo el 40% de la población del estado tiene la capacidad de gasto necesario para vivir con comodidad en California”.
Con el salario promedio de 15 dólares la hora, que en el caso de los hispanos baja considerablemente, es muy difícil mantener una vivienda en zonas cercanas a las grandes ciudades. En San Francisco, el promedio del alquiler de un departamento de dos ambientes es de 3.000 dólares.
La pobreza californiana se visibiliza, sobre todo, en el distrito de Skid Row en pleno downtown de Los Ángeles, donde sobreviven unas cinco mil personas sin hogar, homeless, junto a otras siete mil que se mantienen con los subsidios del Estado. Allí es donde van a parar los caídos del sueño americano: borrachos, pacientes psiquiátricos, ex presidiarios, los que perdieron sus casas.
Pero lo que se ve en la San Pedro St. frente a la Union Rescue Mission es apenas una muestra extrema de lo que ocurre en otras zonas deprimidas del Estado, donde se concentran los nuevos inmigrantes indocumentados que llegan de América Latina y los estadounidenses que quedaron fuera de la revolución digital por falta de educación y que no consiguen empleos con buenos salarios.
Estos últimos son los que apoyaron y llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump. Son los que expresan las posiciones más conservadoras y contra la inmigración. Están frustrados, enojados y aceptan como ciertas estrafalarias teorías conspirativas. Son los que vivaron la toma del Congreso por una turba azuzada desde la propia Casa Blanca, pocos días antes de la asunción del presidente Joe Biden. Y también los que firmaron masivamente la petición en favor del proceso de revocación del gobernador Newsom.