Estudios recientes nos advierten de que las personas nos estamos volviendo cada vez más egoístas. Ahora bien ¿Qué significa esto realmente? ¿Qué implicación podría tener de cara al futuro? En realidad, antes de abordar dicha posibilidad es importante comprender la diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente. Son tres dimensiones muy particulares que conviene descubrir.
Decía Pío Baroja con su habitual ingenio que cuando una persona se mira mucho a sí mismo no tiene cara, tiene careta. Es cierto, de algún modo, todos somos conscientes de que en el día a día son muchos los que caminan por el mundo con la careta puesta, intentando demostrar quizá con ello un particular sentido de autosuficiencia o de desapego.
Asimismo, podríamos decir también que entre el egoísmo y el egocentrismo se inscribe a menudo cierto intento de supervivencia, a menudo mal llevado. Es ese en el que uno, por las razones que sean, opta en un momento dado por volver el rostro hasta sí mismo y priorizarse en cada momento y circunstancia. Sin embargo, “el porque yo lo valgo o lo merezco” pasa muy a menudo por encima de los derechos y necesidades ajenas.
¿Cuál es la diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente?
A todos nos ha pasado alguna vez. De pronto, reclamas algo para ti o dejas claras tus necesidades y esa persona que tienes frente a ti te increpa con «está claro que cada vez eres más egoísta». Este término, el del egoísmo, cae sobre nosotros ante circunstancias tan comunes como por ejemplo, al dejar de dedicar tiempo a tareas que nos ocasionan más estrés que satisfacción.
A ojos de los demás, somos, en muchas situaciones, egoístas o egocéntricos, tergiversando con ello el auténtico significado e implicación de dichos términos. Es interesante por tanto, comprender y manejar mucho mejor este conjunto de dimensiones tan cotidianas. Las analizamos.
La personalidad egocéntrica: soy el centro del mundo
Ambición, exhibicionismo, soberbia… La diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente parte casi siempre de la raíz de la autoestima. Para Erich Fromm, la personalidad egocéntrica intenta esconder la inseguridad y la baja autoestima intentando obtener el control sobre la atención de los demás. El objetivo es que otros no exploren sus puntos débiles.
Son figuras ambiciosas, con grandes fantasías de poder y éxito, con escasa empatía y muy sensibles a las evaluaciones de los demás. Así, mientras el egoísta busca por encima de todo anteponer sus necesidades a las de los demás, el egocéntrico solo ansía ser el centro de atención y hacer de esas miradas el mecanismo para alimentar su identidad y baja autoestima.
Así, estudios como los realizados en la Universidad de Pisa (Palermo), por ejemplo, nos señalan que existe un modo de reducir el enfoque egocentrista. La autoconciencia, es decir, la toma de conciencia de uno mismo en relación a los demás reduce esa necesidad obsesiva de atención ajena.
La persona egoísta: el mundo es para mí
La diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente está en que solo esta última dimensión es, efectivamente, la más saludable. Sin embargo, como bien sabemos, vivimos en una sociedad en la que abunda el egoísmo. Es esa conducta en la que uno siempre está por delante de cualquiera. Solo importan las propias necesidades. En la escala de prioridades reina el “YO”, después yo y por último también yo.
De este modo, trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Waterloo (Canadá) nos advierten de algo. Nos estamos convirtiendo en una sociedad cada vez más egoísta. El individualismo, la autosuficiencia y la incapacidad de cooperar en conjunto para solucionar problemas locales y globales parecen instaurarse con fuerza.
La diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente: el mundo es de todos
El mundo es de todos. Somos figuras relevantes y excepcionales conviviendo con otras personas igual de trascendentes. Somos un yo en conjunto con otros yos. Un modo de asumir esta perspectiva es, como bien hemos señalado antes, mediante el desarrollo de la autoconciencia.
Ahora bien, ¿en qué consiste esta dimensión?
La autoconsciencia implica tener en mente las necesidades y deseos propias, atenderlos, y su vez, tener siempre en consideración los de los demás.
Implica respeto por uno mismo y por los demás. La diferencia entre ser egocéntrico, egoísta y autoconsciente significa que esta última aptitud nos habilita en la empatía y el auténtico sentido de convivencia.
Lo más decisivo en este constructo psicológico es balancear entre las esferas de los demás y las propias. De hecho, este es quizá el elemento más complejo en el que debemos aprender a navegar en el día a día. En ocasiones, cuando reclamamos la necesidad de atender necesidades propias nos etiquetan de egoístas cuando en realidad, lo único que hacemos es practicar el autocuidado.
Por ello, siempre es adecuado que aprendamos a confrontar la etiqueta de egoísta. La autoconciencia debe permitirnos tener en cuenta que a menudo, lo que nosotros queremos no tiene por qué rivalizar con lo que quiere el otro.
El egoísmo cae por sí mismo en el momento en que aprendemos a cooperar y llegar a acuerdos. Para ello, solo se necesitan dos dimensiones: comprensión y respeto.