La lectura de libros cuenta como ejercicio para el cerebro e incluso mejora la inteligencia emocional, según distintos estudios. Dado que por la pandemia de COVID-19 buena parte de la población mundial pasa mucho tiempo dentro de sus casas, podría servir de oportunidad para fortalecer una práctica que se ha reducido en los últimos años debido a distintos cambios culturales y tecnológicos. El ejercicio que cuenta involucra la atención de la lectura, por lo cual las diferencias entre leer en papel, en dispositivo electrónico o escuchar audiolibros son menores.
Entre las numerosas indagaciones sobre los beneficios de la lectura en la infancia se comprobó que es buena para el desarrollo del cerebro de los niños: “Un estudio sobre gemelos publicado por la Sociedad para la Investigación del Desarrollo Infantil descubrió que los niños que empezaban a leer a una edad más temprana obtenían mejores resultados en ciertos tests de inteligencia, así como también en el tamaño de su vocabulario”, cito Popular Science el trabajo.
Pero también al crecer el ejercicio intelectual de la lectura presenta ventajas: un estudio de la Universidad de Stanford mostró que continúa el desarrollo del cerebro en los adultos. Midió mediante resonancia magnética el modo en que los ejercicios de la lectura afectan distintas partes del órgano. Los voluntarios ingresaban al resonador con un libro de Jane Austen y leían, en tiempo real, durante la realización de la prueba.
Los neurobiólogos descubrieron que en el momento de concentrarse en la trama de la narración se veía “un aumento espectacular e inesperado en el flujo sanguíneo hacia partes del cerebro más allá de las que están a cargo de la función ejecutiva, las áreas que normalmente se asocian a prestar atención a una tarea”, dijo Natalie Phillips, la especialista en literatura que participó del equipo multidisciplinario. Phillips agregó que ese aumento general del flujo sanguíneo durante la lectura “sugiere que prestar atención a textos literarios requiere de la coordinación de múltiples funciones cognitivas complejas”.
Las resonancias magnéticas rastrearon el flujo sanguíneo en varias instancias: mientras los participantes miraban por encima un texto, como lo harían hojeando en una tienda de libros, y mientras leían detenidamente, como cuando estudian para un examen. También en una lectura concentrada pero placentera. Los diferentes estilos de lectura crearon patrones de actividad distintos y complejos.
El experimento sobre atención se centró en las dinámicas cognitivas de los variados tipos de concentración posibles al leer, incluida la atención flotante. En todos los casos se advirtió un entrenamiento perceptible en el cerebro, que podría ayudar a reducir o limitar la decadencia cognitiva.
Eso analizó otro estudio, de los Institutos Nacionales de Investigación Sanitaria de Zhunan, Taiwán. Realizado sobre casi 2000 personas de más de 64 años y con actualizaciones a los seis, 10 y 14 años, analizó el valor de estimulación de la lectura como actividad intelectual. Se sabe que dentro de los factores del estilo de vida que ayudan a mantener la mente activa a medida que las personas envejecen están los juegos, los rompecabezas, la atención a la radio y a la televisión, y también la lectura.
La elección del grupo de edad de los encuestados se debió a que la prevalencia de las deficiencias cognitivas a partir de los 60 años oscila entre el 6,7% y el 25,2%, y se agrava cuanto mayor es la edad. En 2015 se estimó que el total de personas con demencia en el mundo entero llegaba a 46,8 millones, lo cual equivale a un costo social de 818.000 millones.
“La lectura es una actividad intelectual típica. En comparación con otras actividades de esparcimiento, como las físicas o sociales, es más sedentaria y aislada. Leer por gusto ha demostrado tener beneficios en la salud de las personas mayores al prolongar la vida y la capacidad cognitiva podría ser la mediadora”, escribieron los autores. “Una mayor frecuencia de lectura, por ejemplo dos o más veces por semana, se asoció con un riesgo menor de decadencia de la función cognitiva en el largo plazo”, destacaron.
Y si bien la gente que más lee en general es gente que ha tenido mejor educación en la infancia y la juventud, “el estudio también determinó que las actividades de lectura frecuentes también anticipan mejores resultados cognitivos en todos los niveles educativos, y que las personas con menos educación formal podrían ser las que más se benefician en el largo plazo” de este ejercicio.
Los investigadores taiwaneses citaron otros trabajos en cuya misma línea se sumó el suyo, entre ellos uno sobre “el efecto de la terapia de aprendizaje, un programa de entrenamiento consistente en leer en voz alta y realizar cálculos aritméticos, lo cual activa la corteza prefrontal dorsolateral”, que mostró mejoras en el desempeño cognitivo de pacientes con demencia. También otro realizado entre 801 religiosos, en los Estados Unidos, a los que se siguió durante siete años para medir los efectos de incrementar la actividad cognitiva básica: encontró que reducía el riesgo de desarrollar Alzheimer y en general de decadencia cognitiva en la edad avanzada.
Si bien es cierto que “la frecuencia de lectura podría estar relacionada con la educación temprana”, reconocieron los investigadores el efecto de largo plazo que puede tener el aprendizaje en la vida de una persona, al comparar participantes en su estudio de escasa educación con otros con estudios superiores encontraron que la introducción del estímulo de la lectura funciona parejamente.
“Es posible que las personas con menor nivel educativo no tengan las habilidades intelectuales para la lectura de las personas con mayor nivel educativo, y su capacidad cognitiva previa antes del deterioro cognitivo era menor”, señalaron los autores. Sin embargo, “su capacidad para beneficiarse de la actividad lectora fue equivalente en el largo plazo, e incluso superior, a la de las personas con mayor nivel educativo”.
Un tercer estudio, de The New School, en la ciudad de Nueva York, encontró que la lectura de ficción literaria en particular es buena para la inteligencia emocional de los individuos: como la narrativa se concentra en retratos profundos de los sentimientos y las ideas de los personajes, funciona como un ejercicio para la capacidad humana de comprender las perspectivas ajenas. Algo similar concluyó un trabajo de la Universidad de Toronto: la “mejora en la empatía”, como definió el texto, “se deriva de practicar procesos como la inferencia y la proyección que suceden durante la lectura literaria, y del contenido de la ficción, que por lo general se trata de personajes humanos y sus interacciones en el mundo social”.
Al leer ficción el cerebro funciona exactamente igual que cuando se procesa información sobre otras personas: “La comprensión de historias activa las mismas áreas del cerebro que el proceso de entender a los demás”, escribieron los investigadores canadienses. Tanto la ficción como el ejercicio cotidiano de la conciencia se basan, para la mente humana, en simulaciones del mundo social: modelos mentales.
“La ficción simula al yo en interacción”, compararon. “Las personas que la leen mejoran su comprensión de los demás. Este efecto es especialmente notable en el caso de la ficción literaria, que también permite que las personas se modifiquen a sí mismas. Estos efectos se deben en parte a la vinculación personal en las historias, mediante inferencias y la participación emocional, y en parte al contenido de la ficción, que incluye personajes y circunstancias complejas que no se encuentran en la vida cotidiana”, concluyeron.