“Curiosamente, la pandemia ayudó al amor”, dice Helen Fisher por teléfono desde su departamento de Nueva York, muy cerca del Central Park. “Es un desastre para el mundo, claro, pero para el amor creó algo nuevo que probablemente sea algo muy bueno”.
Lo que dice tiene sustento, tanto a nivel personal, como científico. Helen Fisher tiene 75 años, y el 21 de julio del 2020, en plena pandemia, se casó con John Tierney, autor y ex columnista del New York Times. Se fugaron a Red Lodge, Montana, y la ceremonia fue oficiada por un amigo en común disfrazado como el Rey de Corazones.
Fisher y su marido practican lo que se acuñó como Living Apart Together. Ella pasa cinco días a la semana con él en el barrio de Spuyten Duyvil en el Bronx, y dos días vuelve a su hogar, desde donde charla con Infobae una mañana de enero. “Ayer estuve acá en mi casa. Salí a la noche con mis amigas, cenamos juntas y es genial. Hoy a la noche volveré a lo de mi marido donde pasaré cinco días y después volveré acá”, cuenta y no oculta una risa ante la sorpresa y la admiración de esta periodista.
Como una de las mayores expertas en la ciencia del amor, se puede decir que Fisher sabe lo que hace.
La doctora Helen Fisher es antropóloga biológica e investigadora principal del Instituto Kinsey. Ha realizado una extensa investigación, dado una serie de TED Talks con millones de reproducciones y escrito seis libros sobre la evolución y el futuro del sexo, el amor, el matrimonio, las diferencias de género en el cerebro y cómo la personalidad de cada persona da forma a quién es y a quién ama. Es, como la describen en Estados Unidos, “la voz de autoridad en todo lo que respecta al amor”.
Se considera afortunada, porque el confinamiento no la afectó demasiado. “Soy escritora así que estoy acostumbrada a estar en mi casa. En Nueva York podés ir a un restaurante y sentarte adentro. No hay teatros ni cines, pero la verdad es que estuvimos muy bien”. Pero la distribución de la vacuna es un tema que la inquieta: “Acá en Nueva York tenemos la vacuna pero es muy difícil conseguirla. Yo soy vieja, perfectamente sana y mi marido también, pero igual es muy difícil. Te metés en los sitios, llenás formularios y después te dicen que no hay. Pero la gente está empezando a conseguirla, así que ya llegará”.
Besar menos sapos
Con la pandemia, sin embargo, Fisher encontró la oportunidad de investigar el amor y las relaciones en un contexto extraordinario: “Antes de la pandemia las personas conocían a alguien por internet y después salían y se conocían. Pero ahora como la gente no puede salir hay una etapa nueva conocida como video chatting. Entonces, la gente se sigue conociendo en internet pero está bastante tiempo haciendo videollamadas antes de conocer al otro en persona”.
En julio del 2020, Fisher estudió a 5000 solteros de Estados Unidos. Descubrió que gracias a las videollamadas, la gente tiene conversaciones más largas y significativas, con mayor apertura e intimidad. Están menos interesados en su apariencia y en la de sus posibles parejas, y más interesados en si esta persona es estable financieramente y tiene un trabajo de tiempo completo. A esto lo llama Intentional Dating. “Estamos viviendo el Renacimiento de las citas. La gente está activamente buscando online para entrar en relaciones a largo plazo. El 50% de los que realizaron videollamadas se había enamorado de alguien online”.
“Lo hermoso -asegura Fisher- es que con esta modalidad el sexo no es una opción. Podés conocer a alguien sin tener que pensar si se toman de la mano, si uno acompaña al otro a la casa o no. Lo otro que ya no es necesario es el dinero. En una videollamada no tenés que decidir si gastar mucho en un lindo bar, o si sólo vas a un café por 20 minutos. Los solteros están más interesados en realmente llegar a conocer a la persona que en affaires de una noche”.
Según la experta, es una nueva etapa de ralentización de cortejo que seguramente continuará hasta después de que termine la pandemia. “Lo llamo Slow Love. Lo noto desde antes de la pandemia. En el pasado en Estados Unidos -y me imagino que ocurrirá lo mismo en Argentina- nos casábamos a los veintipocos y ahora más cerca de los 30. Vemos un alargamiento de la etapa pre-compromiso. A los 20 ahora nos estamos conociendo a nosotros mismos, lo que queremos,y lo que no”.
Las mujeres, más libres en el amor
Según Fisher, la tendencia global moderna más importante en el amor es que las mujeres están liderando el mercado laboral. Las mujeres tienen más dinero, y, por lo tanto, son más sexual y socialmente poderosas. Como resultado, cada vez hay más familias de doble ingreso. “Ahora las mujeres tienen el suficiente poder para dejar una mala relación. Son menos dependientes que hace 100 años, cuando el hombre era el jefe de familia, la gente creía que tenía que haber virginidad antes del casamiento, el lugar de la mujer era en la casa, y el ‘hasta que la muerte nos separe’”.
“Hace 100 años una mujer tenía que casarse joven porque no tenía educación, no iba a heredar dinero, así que tenía que contraer matrimonio para sobrevivir y tenía que casarse con alguien del mismo círculo social, con las mismas creencias religiosas, y con suerte de la granja de al lado”, resume.
En otro estudio de Fisher para el que entrevistó a 5 mil personas en Estados Unidos, sólo el 14% de las mujeres aseguró que se casaría por dinero. El otro 86% dijo estar buscando compañerismo, alguien que las respete, en quien confiar, que las haga reír, que se haga tiempo para ellas, además de sentir atracción física por esta persona. “Hoy las mujeres buscan cosas distintas a las del pasado, y por eso las relaciones están mejorando”, afirma la experta.
“Creo que conectamos el amor con dolor cuando sale mal pero con euforia cuando va bien. La gente cuando supera una mala relación vuelve a salir al ruedo para encontrar a otro, y es enormemente feliz cuando encuentra a la persona indicada. Hay dolor y hay placer. Tremendo placer, uno de los mayores placeres, y más que en el sexo”.
El amor romántico como heroína
Hace unos años, junto a otros colegas, Fisher analizó el cerebro de 100 personas con una máquina de resonancia magnética: gente enamorada; gente que había sido recientemente rechazada, y gente enamorada en una relación a largo plazo, por ejemplo, con 20 años de casados. Lo que descubrieron fue que en los tres casos había actividad en una pequeña zona cerca de la base del cerebro llamada área tegmental ventral.
“Esta pequeña área genera dopamina y la manda a distintas regiones y eso te da el júbilo, la euforia, el foco, la motivación y el ansia del amor romántico. Lo que es interesante -remarca la científica- es que está al lado de la fábrica que genera el hambre y la sed. El hambre y la sed te mantienen vivo hoy, mientras que el amor romántico te impulsa a que te enamores, formes una pareja y envíes tu ADN al mañana”.
El amor romántico es un impulso, no una emoción, explica: “Es un impulso básico que evoluciona probablemente desde hace millones de años para encontrar un compañero y empezar el proceso de apareamiento. Es uno de los tres impulsos básicos que evolucionan del apareamiento y la reproducción: el impulso sexual, el amor romántico intenso y el apego profundo a la pareja”.
Cuanto te enamorás, la persona adquiere un significado especial. “Todo lo que la rodea se vuelve especial, desde las canciones que escucha hasta la casa donde vive. Luego, te focalizás en lo que te gusta de esa persona. Ves lo que no te gusta, pero lo hacés a un lado. Si las cosas van mal, te desesperás. Si van bien, tenés mucha energía, te quedarías hasta altas horas de la noche hablando con esa persona. Sufrís cambios de humor. Notás respuestas fisiológicas como mariposas en el estómago. Hay dependencia de todo tipo.
Frustración, atracción. Las cosas van mal y te gusta más. Esperás que la persona te llame o te mande un mensaje. Deseás sexo con esa persona, y te volvés posesivo. Las tres principales características son: unión emocional, pensamiento intrusivo (no podés dejar de pensar en esa persona); y gran motivación para ganártela/lo. En definitiva, no podés controlar el amor romántico; podés tratar de no llamar por ejemplo; pero es como controlar el hambre y la sed: no se puede”.
El amor romántico es una adicción. Así lo probó Fisher. Escaneando los cerebros de los locamente enamorados y de los rechazados vieron actividad en el nucleus accumbens, conectado con distintas adicciones. “Esta región se vuelve activa con todas las substancias adictivas como la cocaína, la heroína, el alcohol, los cigarrillos, las anfetaminas… Y también en las adicciones del comportamiento como la del juego o del sexo. Vivimos por y para el amor. Es un sistema cerebral muy poderoso, conectado con adicciones básicas, y que evolucionó hace millones de años para que pasemos por alto muchas cosas para enamorarnos y reproducirnos”.
¿Por qué no puedo elegir de quién me enamoro?
Hay muchas razones culturales por las que nos enamoramos de una persona y no de otra. Encontrarse en el momento justo, y la proximidad son dos factores clave. “Uno tiende a sentirse atraído por gente que está cerca, pero también del mismo nivel socioeconómico, educativo, cultural, de inteligencia, y con valores y belleza física similares. Pero podés entrar en un lugar y todos tienen el mismo nivel de inteligencia y atractivo, por ejemplo, y no te enamorás de todos”.
Fue así que Fisher empezó a preguntarse si la respuesta estaría en la biología básica del ser humano. Mediante un estudio del circuito neuronal, descubrió cuatro sistemas cerebrales básicos, y que cada uno de ellos se asocia con una constelación de rasgos de personalidad dependiendo de si la sustancia más abundante en la persona es la serotonina, la dopamina, el estrógeno o la testosterona.
“Los que son muy expresivos en el sistema de dopamina tienden a sentir atracción por gente como ellos. Los llamo Exploradores: buscan lo nuevo, son curiosos, intrépidos, espontáneos, energéticos y flexibles mentalmente. Los grandes poetas y escritores argentinos seguramente hayan sido de este grupo”, especuló. “A los de alta serotonina los llamo Constructores. Son tradicionales, siguen las reglas, respetan la autoridad, son pensadores teóricos, les gustan los planes. También les atrae gente como ellos”.
“En esos dos casos, les atraen las similitudes. En los otros dos, los opuestos se atraen. A los que son del sistema de la testosterona les atraen los del estrógeno y viceversa. Llamo a los que son altos en testosterona Directores. Tienden a ser analiticos, lógicos, directos, escépticos, decisivos, buenos en cosas como ingeniería, computación y música. Los del sistema de estrógeno son los Negociadores. Ven el panorama completo, son holísticos, imaginativos, se llevan bien con la ambigüedad; son muy buenos leyendo el tono de voz y la postura. Son empáticos y confiables, y más emocionalmente abiertos”.
Básicamente, Fisher creó un cuestionario para ver en qué grado expresan las personas estos rasgos. Recopiló información de 14 millones de personas en 40 países y pudo descubrir estos patrones. “Lo importante es que somos una combinación de estos cuatro rasgos, por eso no somos un ‘tipo’: somos una combinación compleja de todos estos tipos, pero tenemos uno más fuerte”.
“Por ejemplo, yo estoy muy alta en la escala de dopamina. Estuve en más de 110 países -incluyendo Argentina, que fue increíble- y mi esposo es igual, escribe, viaja… Los dos somos Exploradores. Y él es alto en testosterona y yo en estrógeno, así que funciona muy bien. Él tiene muchas características que yo no y viceversa. Es una combinación natural, pero él es más alto en serotonina que yo, entonces es más probable que él siga las reglas más que yo. Yo sigo las reglas sólo si tienen sentido para mí, mientras que él las sigue aunque no tengan sentido”.
“Te cuento una anécdota: estábamos caminando hacia un lugar para cenar y pasamos por un parque. Había un cartel que decía: ‘Por favor, no pisar el pasto”. Bueno, ya no había pasto en ese lugar hace como 25 años. Yo sugerí tomar un atajo por ahí y él dijo que no, porque no podíamos caminar por el pasto”, cuenta con una carcajada final. “Es muy encantador, me gusta eso de él. Lo que importa de la investigación es que ninguna persona es igual. Yo tengo una gemela y ni nosotras somos iguales. Todos somos combinaciones de estilos con algunos rasgos más marcados. Y eso es lo que nos hace únicos”.