Los pequeños tiranos ejercen el poder en cuanto empiezan a andar y caminar. Todo les pertenece, todo lo quieren y protestan con gritos, mordiscos y pataletas cuando el mundo no está bajo su poder. Se trata del famoso síndrome del emperador.
Esta condición aparece ya a los tres o cuatro años de edad y supedita bajo su terrible conducta a unos padres que pierden su autoridad ante unos hijos que llegan a ejercer el maltrato.
El tema es mucho más serio de lo que parece. Muchos educadores, psicólogos y sociólogos están viendo un llamativo incremento de niños y adolescentes con perfiles claramente narcisistas.
El culto al ego y al «lo quiero todo y lo quiero ya» no solo ocasiona serios problemas de comportamiento. Este tipo de síndromes cursan con una elevada infelicidad y frustración.
Cuando los roles de la autoridad se invierten y son los hijos los que imponen sus normas, nos encontramos ante un drama anunciado. Los niños que crecen sin límites se convierten en adultos abusivos; en hombres y mujeres que esperan obtener siempre lo que quieren. Sin embargo, el mundo no sigue esta regla de tres y, por término medio, todo emperador acaba destronado.
El síndrome del emperador o del niño tirano
El síndrome del emperador se define como ese patrón de conducta disfuncional en el cual un niño ejerce la autoridad frente a sus padres. Su posición de poder le insta a aplicar una conducta desafiante, contestona y petulante. No solo hacen uso de un comportamiento exigente, además sobreentienden que sus padres deben estar siempre a su servicio.
Esta situación que, como bien hemos señalado, asoma ya a los tres años de edad, ocasiona serias desavenencias. Muchos de los padres y madres que viven esta realidad no saben cómo manejar la situación. Así, y por término medio, es común que aparezcan también problemas en los centros escolares y que esas alteraciones en su conducta sean una constante en sus vidas.
¿Cómo es el niño con síndrome del emperador?
El síndrome del emperador es fácilmente distinguible. A veces, basta con entrar a un avión, a un tren o a una tienda para identificar al instante al niño tirano. En general, las siguientes serían sus principales características:
Los niños tiranos supeditan por completo a la familia a sus caprichos, deseos y necesidades.
Son muy variables emocionalmente y siempre derivan en los extremos. Van de las rabietas al jolgorio, del insulto al mimo, de la felicidad absoluta al enfado que explota en pataleta.
Presentan baja empatía.
Bajo sentido de la responsabilidad.
Incapacidad para supeditarse a unas normas, a unos horarios y a unos hábitos.
Demandan toda la atención de sus padres (y de todo el mundo).
Presentan una bajo control de los impulsos.
Son caprichosos.
Tienen nula resistencia a la frustración.
Viven centrados en sus necesidades y caprichos espontáneos.
No aceptan ninguna figura de autoridad.
Nulos recursos para solucionar sus propios problemas.
Son celosos, egoístas y hacen uso de la mentira.
Son vengativos y cuando se sienten agraviados responden con violencia.
Suelen maltratar a sus padres (pataletas, gritos, insultos…)
No sienten remordimiento por sus conductas; rara vez piden perdón.
No se ajustan a ninguna norma, las discuten y desafían.
Tienen una mentalidad muy rígida y no toleran los cambios.
¿Cuáles son las causas del síndrome del emperador?
El síndrome del emperador evidencia, en realidad, una condición psicológica muy concreta: el trastorno de oposición desafiante (TOD). Este comportamiento disfuncional, desobediente y hostil ante cualquier figura de autoridad aparece en el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) en el apartado de trastornos del control de los impulsos y de la conducta.
Estudios como los realizados en la Universidad de Barcelona, España, nos señalan que este tipo de trastorno se observa entre el 2 y el 17 % de la población infantil. Así, por lo general, la aparición de estas realidades se debe en buena parte de los casos a una educación hiperpermisiva y la hiperprotección.
La falta de un estilo educativo coherente con pautas firmes, límites claros y buena comunicación emocional es otro disparador.
No podemos pasar por alto tampoco la posible presencia de trastornos de ansiedad, un trastorno bipolar o, incluso, depresiones.
Todas estas características deben verse de manera temprana en el niño, sobre los 3 o 4 años y durar más de 6 meses. El diagnóstico lo debe realizar un profesional especializado. Así, y aunque a menudo se hable del síndrome del emperador, debemos ser conscientes de que estamos ante un trastorno de conducta real y problemático.
¿Cómo se trata?
El síndrome del emperador ocasiona un gran sufrimiento y hostilidad a nivel familiar y escolar. Ahora bien, debemos considerar otro hecho igual de grave: los trastornos de oposición desafiante que no se tratan derivan el día de mañana en conductas antisociales.
Es decisivo que se haga una intervención temprana con la cual, reeducar a las familias en adecuadas pautas de educación y se atienda al niño de manera personalizada. Estas serían las pautas a seguir:
En primer lugar, se haría un correcto diagnóstico, en el cual se valoraría el entorno familiar y sus pautas de crianza y educación.
Por otro lado, debería diagnosticarse en el niño la presencia o no de otras condiciones: ansiedad, depresión, psicosis infantil, etc.
Los terapeutas deberían enseñar a los padres cómo aplicar un estilo educativo coherente, cómo establecer límites, normas… La comunicación positiva es otro recurso que deberían aprender tanto los padres como los hijos.
En lo relativo a los niños, se debería aplicar una terapia en la cual atender toda una serie de dimensiones: gestión emocional, control de impulsos, empatía, aprender a respetar a las figuras de autoridad, seguir unos hábitos y unas rutinas, aprender a resolver problemas, mejorar sus habilidades sociales…
Mi hijo padece el síndrome del emperador: ¿qué hago?
Es evidente que estas realidades son siempre tan complejas como delicadas. Si sospechas que tu hijo padece este trastorno, no lo dudes y consulta con el pediatra y, posteriormente, con un psicólogo de confianza para obtener un diagnóstico y un tratamiento oportunos.
En todos los casos, se necesita de la colaboración estrecha y constante de los padres. Sin ellos, este trastorno de conducta puede empeorar con el tiempo. El amor, el respeto y unos límites claros son las claves de la buena educación.
Fuente: Mejor con salud