A ocho meses de la llegada del COVID-19, son cada vez más los estudios y las investigaciones que buscan comprender la nueva enfermedad. Sin embargo, hay un apartado que siempre despertó un particular interés: el mundo de los anticuerpos y la inmunidad en las personas que cursaron la enfermedad.
Los anticuerpos juegan un papel importante en la neutralización del virus y brindan protección a la persona contra la reinfección viral. La respuesta de anticuerpos a la infección por SARS-CoV-2 se ha estudiado extensamente en la sangre (suero, plasma) de pacientes con COVID-19 con el fin de conocer mejor la respuesta inmune.
Estos son componentes clave en el arsenal de inmunidad protectora contra nuevas infecciones virales como el SARS-CoV-2. Comprender su durabilidad en una población diversa es un dato crítico e informa sobre nuestra capacidad para monitorear la seroprevalencia en las comunidades, seleccionar donantes de plasma para el tratamiento y diseñar vacunas contra COVID-19.
Los resultados del estudio surgen luego de analizar los datos de 30.082 personas, que fueron evaluadas dentro del Sistema de Salud Mount Sinai entre marzo y octubre de 2020. La prueba de anticuerpos utilizada en esta investigación fue a través de un ensayo inmunoabsorbente ligado a enzimas (ELISA), que se basa en la proteína de pico spike reveladora del virus que contiene la maquinaria que le permite adherirse y entrar en el organismo.
De este modo, la prueba de anticuerpos detecta la presencia o ausencia de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 y, lo que es más importante, es capaz de medir el nivel de anticuerpos que tiene un individuo. Además, tiene una alta sensibilidad y especificidad, lo que reduce significativamente la posibilidad de un falso negativo o positivo.
La respuesta del cuerpo humano a una infección se desarrolla en dos partes. Primero, una respuesta inmune innata, que libera sustancias químicas y glóbulos blancos que luchan contra un virus y lo destruyen. El segundo es una respuesta inmune adaptativa que, junto con otros efectos, produce anticuerpos dirigidos que pueden adherirse a un virus y detenerlo. Si este último es lo suficientemente fuerte, puede crear una respuesta duradera a la infección que proporcionará protección futura al sujeto.
A pesar del trabajo de investigación llevado a cabo, los científicos reconocen que estos datos todavía no aportan evidencia concluyente de que estos niveles sean capaces de proteger frete a una la reinfección o que en todos los individuos tengan la misma durabilidad.
Antecedentes de durabilidad
Algunos estudios habían indicado que los anticuerpos duraban pocas semanas, hasta un máximo de 12 meses, lo cual hacía que las reinfecciones representaran la amenaza de una temporada eterna de COVID-19. Sin embargo, un trabajo realizado sobre 30.000 personas en Islandia reveló que no es así: la inmunidad dura como mínimo cuatro meses, lo cual reabre la esperanza sobre la utilidad de una vacuna contra el SARS-CoV-2.