Infobae/Daniel Bajarlía
Es imposible analizar la segregación racial en los Estados Unidos sin entrar de lleno en la música. Durante años los blancos se interesaron por los ritmos de la población negra y las acusaciones de apropiación cultural no tardaron en aparecer. Sin embargo, la música tendió muchísimos puentes entre ambos mundos. Ray Charles fue uno de los que se animó a integrarlos de una forma nunca antes vista y creó un sonido completamente nuevo y universal. Se cumplen 90 años del nacimiento de uno de los artistas más importantes de la música popular, alguien que enseñó que, tanto en las artes como en la vida, siempre se gana más con la unidad que con la división.
Ray Charles Robinson nació en Albany, Georgia, el 23 de septiembre de 1930, en plena Gran Depresión. Vivió su infancia en Greenville, Florida, en la más absoluta pobreza. Como cuenta en su autobiografía (Brother Ray, 1978), “éramos pobres con P mayúscula. Incluso en comparación con otros negros de Greenville, estábamos en lo más bajo de la escala social, y todos los demás estaban por encima. Debajo de nosotros solo estaba el suelo”.
Durante su niñez sufrió varios embates que lo marcaron para siempre: su padre lo abandonó, su hermano pequeño murió ahogado en una pileta frente a sus ojos y fue perdiendo la vista gradualmente hasta quedar completamente ciego a los siete años, aparentemente a causa de un glaucoma. Cuando tenía quince, su madre falleció.
Ray, como él mismo decía, nació “con la música adentro”. Un vecino lo puso en contacto con el piano por primera vez a los tres años. Su mamá logró que ingresara a la Escuela de Sordos y Ciegos de Florida, en la localidad de Saint Augustine, donde aprendió a tocar el instrumento usando la notación musical en Braille.
Tras la muerte de su progenitora, Charles abandonó el colegio y trató de ganarse la vida como músico. Pudo insertarse en el circuito de Florida como pianista y cantante influenciado por el estilo de Nat King Cole. Luego viajó a Seattle, donde formó su primer trío de rhythm and blues. En 1949 firmó un contrato con una disquera y grabó en un estudio profesional por primera vez una canción de su autoría llamada Confession Blues, que se coló tímidamente en los rankings.
Para la comunidad afroamericana la canción resultaba incómoda, ya que el diálogo del cantante con sus coristas, influenciado por el intercambio entre los ministros religiosos y sus congregaciones, era abiertamente erótico: “empezaba en la iglesia y terminaba en el dormitorio”, señala Mike Evans en Ray Charles: The Birth Of Soul(2006). Para muchos, Ray se había apropiado de la música religiosa para dotarla de un contenido secular apto para el consumo de los blancos.
Como escribió el crítico Nelson George en su libro The Death of Rhythm & Blues (1988), “Al romper la división entre el púlpito y el escenario, recargar las preocupaciones del blues con fervor trascendental, vinculando sin vergüenza lo espiritual y lo sexual, Charles hizo que el placer (la satisfacción física) y el regocijo (la iluminación divina) parecieran lo mismo. Al hacerlo, logró que confluyeran bajo una estridente armonía la realidad del pecador de la noche del sábado y la del devoto del domingo a la mañana, que muchas veces es la misma persona”. De esto se trataba el soul, que con Charles a la cabeza, pero también con otros exponentes como Sam Cooke, James Brown, Aretha Franklin y Otis Redding, combinó la espiritualidad del góspel con las temáticas profanas del pop y a fines de los ’50 resultó ser el complemento perfecto para el rock and roll, que en ese momento y hasta la explosión de The Beatles, había perdido terreno.
La segregación también existía en la industria musical. Hasta Billboard elaboraba un ranking de música eminentemente blanca y otro de música negra que llevaba el nombre de música racial hasta que Jerry Wexler, que trabajó allí antes de incorporarse a Atlantic, acuñó el término “Rhythm and Blues”. What’d I Say fue una de las pocas canciones que logró traspasar la barrera y colarse en el chart de música popular caucásica.
Por suerte, los rankings estaban fuera del alcance de las leyes de segregación racial, por lo que sus divisiones eran cada vez más difusas. De a poco, los artistas negros se colaron en las listas pop y los artistas blancos en las de R&B, pero no por una cuestión de apropiación, sino porque a los adolescentes afroamericanos le gustaba la música de artistas como The Four Seasons o Jerry Lee Lewis.
A fines de 1959, Charles se pasó al sello ABC-Paramount, que le ofreció unas condiciones únicas para un artista de color: un jugoso adelanto, un mayor porcentaje de regalías y los derechos sobre sus propias grabaciones, además de un absoluto control creativo sobre su obra, un privilegio que nunca había recibido un artista afroamericano. Su primer hit con ellos, aún más grande que What’d I Say, fue Georgia On My Mind, una canción compuesta por Hoagy Carmichael y Stuart Gorrell en 1930 que en 1979 se convirtió en el himno oficial de ese Estado (aunque la letra era para una mujer llamada Georgia). Como señala el músico y ensayista Bob Stanley, ese sencillo “sangra por la herida de dos lealtades encontradas: el sur era la patria chica del cantante, pero en 1960 era el campo de batalla por los derechos civiles de los negros”.
Charles padeció en carne propia la discriminación. En las giras no lo dejaban entrar a determinados lugares, ni siquiera para usar el baño. En general su público era negro y cuando le tocaba presentarse ante audiencias mixtas exigía que no hubiera segregación. Muchas veces los promotores aceptaban su demanda, pero en una ocasión, en Augusta, Georgia, un grupo de estudiantes le informó que los blancos verían el show desde las mejores ubicaciones, mientras que los negros lo harían desde las plateas más altas del auditorio. Él exigió que si ambos públicos debían estar separados, entonces se debía invertir las localidades y dar a su gente los primeros asientos. Como el promotor se negó, Ray canceló el concierto y fue demandado por incumplir con el contrato pactado. “Me jodió bien, pero al menos aquel cabrón no pudo obligarme a obrar contra mi conciencia”, confesó en su autobiografía.
El músico fue un ferviente defensor del movimiento por los derechos civiles que encabezaba Martin Luther King Jr. y, si bien no participó de las movilizaciones, tocó varias veces a beneficio de su organización.
A diferencia de otros cantantes,Ray no llevó los reclamos de igualdad a su música. Salvo algunas excepciones, recién en 1972 grabó un álbum completo con canciones de protesta sobre el racismo titulado A Message From The People. En ese trabajo se destacan Look What They’ve Done To My Song, Ma (Mira Lo Que Han Hecho Con Mi Canción, Ma) –una especie de manifiesto que hace referencia a cómo los blancos se apropiaron y explotaron la música negra-, Abraham, Martin and John -sobre Abraham Lincoln, Martin Luther King y John F. Kennedy, los dirigentes que más contribuyeron a reconocer los derechos de la población afroamericana- y America The Beautiful, un himno patrio que el cantante grabó con el propósito de mostrar que amaba a su país, pero que debía encontrar una solución al problema del racismo.
Billy Joel escribió en un especial de la revista Rolling Stone -que reconoció a Charles como el segundo mejor cantante de la historia por detrás de Aretha Franklin-, que esta interpretación fue su forma de decir: “Éste también es mi país. Nosotros les dimos la música popular. Era nuestra antes que suya”. Para el ex presidente Barack Obama, no hay otra pieza musical más patriótica que la versión de Ray de esta canción.
A Message From The People también incluyó una versión del clásico de John Denver Take Me Home, Country Roads. No era la primera vez que Charles hacía música country. Además de haber expandido la música negra como uno de los pioneros del soul, Ray cruzó la barrera racial e incursionó en la música de los blancos. En 1962, con el álbum Modern Sounds in Country and Western Music desarrolló un sonido completo en el que convergieron los principales géneros de la música norteamericana. Desde ya, fue un éxito rotundo, tanto en el público blanco como en el negro, y tuvo una secuela pocos meses después. Para muchos, ese LP hizo tanto por la integración social como el movimiento por los derechos civiles. Mucho antes de que se derogaran las leyes discriminatorias, la música ya había acercado a blancos y negros. Las escuelas estaban divididas y en el transporte público se delimitaba dónde se sentaba cada uno, pero gracias a artistas como Ray Charles todos compraron los mismos discos y asistieron a los mismos conciertos.
Tras el suceso de Modern Sounds in Country and Western Music, su carrera se estancó. Se alejó de la composición para enfocarse en su faceta de intérprete, siempre explotando la fórmula del crossover que tanto rédito le había dado. Sin embargo, mientras la música popular mutaba hacia el rock más duro y la música disco, y luego hacia un pop más electrónico, su estilo quedó un tanto añejo. Más allá de algún hit ocasional (sus colaboraciones con Quincy Jones y Billy Joel en los ’80), lo más destacado de Ray Charles está en lo que hizo entre finales de los ’50 y la década del ’60. Ese período fue suficiente para convertirse en una leyenda que influenció tanto a Frank Sinatra como a Van Morrison.
El 10 de junio de 2004 falleció a los 73 años a causa de una insuficiencia hepática. Había superado la pobreza extrema y su adicción a la heroína y estuvo activo hasta sus últimos días. Pocos meses después se estrenó Ray, una película biográfica protagonizada por Jamie Foxx que reavivó el interés por su música.
En su funeral le rindieron tributo B.B. King, Glen Campbell, Stevie Wonder, Willie Nelson y Wynton Marsalis. Para alguien que consideraba que la música no tenía fronteras ni distinciones de raza, el hecho de que lo hayan despedido representantes del blues, el country, el R&B y el jazz fue el mejor homenaje que pudo haber recibido.
Al mes de su muerte salió a la luz el material que grabó durante su último año de vida. Genius Loves Company es un álbum de duetos donde el músico volvió a mostrar su versatilidad, no sólo con el repertorio elegido sino también con los invitados. Grandes figuras como Elton John, Diana Krall, Norah Jones y James Taylor se pusieron a su servicio e hicieron un trabajo espectacular que se llevó nueve premios Grammy.
Hasta último momento, Charles demostró que no había barreras raciales, que lo que se consideraba música blanca y negra era simplemente música. Si bien sus orígenes eran diferentes, cada género tenía algo interesante que ofrecer, aunque había que cruzar una línea inexistente para descubrirlo. “No me interesaba ser el primer cantante negro de country. Solo quería elegir algunas canciones country y cantarlas a mi modo”, admitió.
Primero borró los límites entre la música religiosa y la secular. Luego fue más allá y con tan solo un álbum barrió de un plumazo la segregación racial. Así, tomando lo mejor de cada mundo, creó una obra maravillosa que fue fundamental en la formación de una cultura más inclusiva. Clásicos como Hit The Road Jack, Hallelujah, I Love Her So o I Can’t Stop Loving You no son simplemente grandes canciones, son la prueba de que la música es universal y eso, en definitiva, es el mayor legado que dejó Ray Charles.