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Los niños mayores y el coronavirus: un giro inusitado en el debate

Niños con COVID-19 en EEUU

Apoorva Mandavilli

Un estudio publicado el mes pasado por investigadores de Corea del Sur sugirió que los niños de entre 10 y 19 años propagaban el coronavirus con mayor frecuencia que los adultos: un hallazgo que se ha citado de forma generalizada y ha influido en el debate sobre los riesgos de la reapertura de las escuelas.

Sin embargo, ahora, datos adicionales del equipo de investigación cuestionan esa conclusión; no queda claro quién infecta a quién. El incidente enfatiza la necesidad de considerar la preponderancia de la evidencia, en vez de cualquier estudio por sí solo, al momento de tomar decisiones sobre la educación o la salud de los niños, señalaron los científicos.

Algunos de los miembros conocidos del informe inicial que fueron infectados por niños de edades avanzadas de hecho estuvieron expuestos al virus al mismo tiempo que los niños. A todos ellos los pudieron infectar contactos que compartieron.

Según expertos, la revelación no niega el mensaje general de ese estudio: los niños menores de 10 años no propagan el virus tanto como lo hacen los adultos, y la capacidad de transmisión parece aumentar con la edad.

“El punto más importante del artículo es que clarifica el cuidado con el que debemos interpretar los estudios individuales, en particular sobre la transmisión de un virus en el que sabemos que las dinámicas son complejas”, comentó Alasdair Munro, investigador clínico de enfermedades infecciosas pediátricas en el Hospital Universitario de Southampton en el Reino Unido.

El primer estudio no buscaba demostrar la transmisión de niños a adultos, solo describir esfuerzos de rastreo de contactos en Corea del Sur, comentó Young June Choe, profesor adjunto de medicina preventiva y social en la Escuela de Medicina de la Universidad Hallym y uno de los autores de ambos estudios.

La mayoría de los estudios sobre la capacidad de transmisión en niños han sido observacionales y no han seguido de manera directa a niños infectados mientras propagan el virus. Los pocos estudios que lo han hecho no son directamente comparables: hay mucha variedad en sus métodos, las políticas relacionadas con la prevención y los niveles de transmisión comunitaria.

Muchos estudios han agrupado a niños de edades muy variadas. No obstante, es muy probable que un niño de 10 años sea muy distinto de una persona de 20 años en términos de riesgo de infección y transmisión, así como de tipo y nivel de actividad social, señaló Munro.

El primer estudio de Corea del Sur sí intentó documentar la transmisión directamente de niños, pero los agrupó en rangos de 10 años. Al rastrear los contactos de 29 niños de hasta 9 años, reveló que la probabilidad de que los niños contagiaran el virus a otras personas era la mitad que la de los adultos, un resultado consecuente con otras investigaciones.

Sin embargo, Choe y sus colegas informaron sobre un hallazgo extraño en el grupo de 124 niños de entre 10 y 19 años: la probabilidad de que contagiaran el coronavirus era significativamente más parecida a la de los adultos. En aquel entonces, algunos expertos le comentaron a The New York Times que el hallazgo probablemente era una casualidad.

El grupo de niños mayores no fue el mismo en ambos estudios, pero muchos aparecieron en los dos informes, mencionó Choe. En el último estudio, los investigadores encontraron tan solo un caso indisputable de transmisión entre niños mayores: una chica de 16 años que había regresado del Reino Unido a su hermana de 14 años.

El resto de los 40 contactos infectados de los niños mayores podrían deberse a una exposición compartida.

Los niños con infecciones confirmadas estuvieron aislados en hospitales o centros comunitarios de tratamiento, y el personal sanitario que tuvo contacto con ellos estuvo obligado a usar mascarillas, guantes, un traje de cuerpo entero y gafas. La baja tasa de transmisión de niños mayores observada aquí tal vez no represente lo que sucede en el mundo real.

El nuevo informe sí sugiere que al menos es poco probable que los niños mayores transmitan el virus más que los adultos, señaló Natalie Dean, especialista en bioestadística de la Universidad de Florida, como se había aseverado en un inicio.

“No hay una explicación biológica para eso”, comentó. “Para mí, no tenía ningún sentido”. En general, Dean agregó: “No se han observado muchas transmisiones reales de niños”.

Sin embargo, esto podría deberse a que la mayoría de los estudios han sido demasiado pequeños como para distinguir de manera adecuada entre los grupos etarios, y porque los niños se han quedado en casa, lejos de exposiciones potenciales.

Aunque el riesgo de transmisión de los niños es menor, suelen tener contacto con varias otras personas, más que un adulto promedio. Cuando las escuelas reabran, estas exposiciones aumentadas crearán más oportunidades para propagar el virus, lo cual podría contrarrestar su menor propensión a transmitirlo.

Dean y otros expertos advirtieron que no se debía interpretar la evidencia científica que se tiene hasta el momento como una afirmación de que los niños menores de 10 años simplemente no pueden propagar el virus.

No obstante, “no es correcto asegurar que no son transmisores”, comentó Bill Hanage, un epidemiólogo de la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard. “Hay gente que dice esto y está equivocada”.

Toda la evidencia disponible hasta el momento deja claro que los niños mayores, en particular los que están más cerca de la adultez, podrían propagar el virus tanto como los adultos, agregó Hanage.

“Es indiscutible que el riesgo más alto de contagiarse y detectar la infección está en los grupos de mayor edad”, comentó Hanage. “Creo que se debe tener mucho cuidado antes de tomar la decisión de abrir los bachilleratos”.

Los debates en torno a la reapertura de las escuelas son complicados porque mucho depende del nivel de transmisión comunitaria y de los factores socioeconómicos, señalaron Hanage y otros expertos.

Las escuelas pueden potenciar la propagación del virus de la influenza a un grado desproporcionado, en comparación con los restaurantes, bares y templos. Los niños podrían impulsar esos brotes, por lo tanto, tiene sentido cerrar las escuelas durante los brotes de influenza, opinó Hanage.

Sin embargo, según Hanage, con el coronavirus, “no se espera que el cierre de las escuelas sea de mayor provecho que cerrar otras partes de la sociedad”. De acuerdo con Hanage, en vez de reabrir los bares y los restaurantes al mismo tiempo que las escuelas, se debería priorizar a estas últimas, mientras que los bares y los restaurantes deberían cerrar para reducir la transmisión comunitaria y posibilitar la reapertura de las escuelas.

c.2020 The New York Times Company

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