Nada simboliza la batalla contra el nuevo coronavirus como la máscara facial: es el recordatorio más visible, aleccionador y contencioso de este invasor letal e invisible con el que debemos vivir hasta que encontremos una vacuna.
En 2020, usar una máscara en ciudades como Nueva York, Londres o París ha pasado de ser un distintivo de los paranoicos o vulnerables a la insignia de las personas concienciadas en la era de Covid-19. Incluso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se puso una después de haberlas menospreciado previamente. Varios estudios sugieren que los protectores faciales ayudan -siempre que estén hechos, mantenidos y llevados adecuadamente- a limitar la propagación de pequeñas partículas exhaladas que contienen el coronavirus.
Sin embargo, no todos los usan.
Las directivas iniciales de los funcionarios de salud fueron confusas, y muchos dijeron que el uso de máscaras solo era necesario por parte de profesionales médicos o personas que presentaban síntomas de infección. O que solo ciertos tipos de máscaras eran efectivas. La escasez de suministros tampoco ayudó.
Según una encuesta al principio de la pandemia realizada por el Instituto Max Planck de Investigación Demográfica, en Alemania, el uso de máscaras en Occidente iba muy por detrás de otras precauciones, como mantenerse alejado de otras personas, lavarse las manos regularmente y evitar el transporte público.
Pero a medida que las recomendaciones de salud cambiaron para subrayar el uso de máscaras, también lo hicieron algunas prácticas personales. La encuestadora YouGov ha estado investigando los hábitos de uso de máscaras, según ha sido reportada por los propios usuarios, a nivel mundial. De los datos surgen tres patrones distintos.
Todas las áreas que tenían un alto uso de máscaras desde un principio y donde la práctica se mantuvo elevada en respuesta a la pandemia, se encuentran en Asia.
Ahí es donde comenzó el brote de Covid-19 y donde el SARS de 2003 está grabado en la memoria de las personas. Algunos lugares han introducido la obligatoriedad de máscaras faciales. Japón repartió máscaras de tela al público sin imponer medidas de aislamiento draconianas. Puede que eso haya salvado vidas por sí solo.
Los lugares que inicialmente tenían un bajo uso de máscara, pero donde la adopción aumentó posteriormente, tuvieron diferentes experiencias de la pandemia. Sin embargo, hay un tema común: el uso aumentó significativamente después de que se establecieran las reglas para usarlas.
El alto uso informado en Francia, donde las personas necesitaban una declaración jurada para salir de casa en el punto álgido del confinamiento, y España, donde no se permitía que los niños salieran a la calle, refleja altos índices de muertes, estrictas cuarentenas y políticas de máscara obligatorias en esos países.
En Estados Unidos, los políticos de los distintos estados y el sector privado están tomando el asunto en sus propias manos: todos menos dos estados tienen al menos algunos requisitos sobre máscara, según la organización de voluntarios Masks4All, entre ellos Nueva York, que representa casi una cuarta parte de las muertes por virus del país. Esa es una gran razón por la cual más del 70% de los estadounidenses informan haber usado una máscara, según YouGov. Por otra parte, las cadenas de restaurantes y comercios minoristas como Walmart Inc., McDonald’s Corp. y Starbucks Corp. los requieren en sus establecimientos.
Las experiencias en países donde el virus se ha mantenido relativamente bajo control ponen de manifiesto el poder de las políticas claras frente a una recomendación más suave o la confianza en el sentido común de las personas.
Alemania, elogiada por su gestión cautelosa y constante de la crisis, experimentó un aumento en la adopción de máscaras después de introducir reglas de uso en abril. Hubo un salto significativo en México después de que los gobiernos locales ordenaran su uso y distribuyeran máscaras gratis. El nivel de Singapur se disparó hasta el 90%, desde alrededor del 23% a principios de marzo, después de que el Gobierno dejó de desalentar a los residentes a llevar cubiertas faciales, las distribuyera gratuitamente e impusiera su obligatoriedad con una multa por incumplimiento.
Después, están los países donde el uso de máscaras se ha mantenido bajo.
En algunos lugares, como Dinamarca, Finlandia y Noruega, es fácil de entender. Las crisis de covid-19 en esos países han sido relativamente contenidas, con cifras de muertes de entre las más bajas del mundo. Por lo tanto, la baja adopción de la máscara no indica necesariamente un fracaso de la política. Después de todo, las máscaras son solo una herramienta de muchas, y en absoluto son una panacea donde se usan.
La autoridad de salud de Dinamarca ha desalentado el uso de máscaras para las personas sanas en su día a día, cuestionando su efectividad y diciendo que “puede causar más daño que bien”. Ha habido preocupaciones de que las personas que se cubren la boca y la nariz pueden bajar la guardia o que las cubiertas faciales pueden incluso convertirse en un vector de transmisión del virus si se utilizan mal.
Sin embargo, un estudio italiano muestra que las máscaras animan a las personas a mantener la distancia. Los Centros De Control de enfermedades de EE.UU. (CDC, por su acrónimo en inglés) recomiendan usar máscaras de tela como medida preventiva, y un estudio de la OMS concluyó que había una aparente reducción del 85% en el riesgo de infección cuando un individuo lleva máscara.
Lo llamativo del grupo de bajo uso de máscaras es que incluye al país nórdico Suecia, donde la decisión de mantener abierta gran parte de la sociedad a medida que la epidemia empeoraba ha llevado a una tasa de mortalidad considerablemente más alta. A pesar del aumento de los llamamientos para que se introdujeran medidas gubernamentales como las reglas sobre uso de máscaras, los suecos no se muestran muy a favor.
El Reino Unido es aún más confuso. Tiene el mayor número de muertes en Europa, pero sin embargo solo el 38% de los encuestados en la última encuesta de YouGov dijo que usaban una máscara. Citan muchas razones, entre ellas quedarse en casa, recomendaciones contradictorias y la falta de ejemplo de los líderes. El primer ministro Boris Johnson fue fotografiado recientemente usando una máscara por primera vez, a pesar de haber enfermado seriamente con covid-19 en abril.
Cuando se introducen normas claras, como los requisitos de transporte público del mes pasado en Inglaterra y Escocia, los británicos muestran que cumplen las normas. De hecho, de acuerdo a una encuesta realizada por Ipsos MORI en abril y los resultados más recientes de YouGov en julio, aunque pocos británicos se cubren el rostro, una gran mayoría lo apoya o lo haría si el Gobierno lo ordenara. Como parte de las medidas para impulsar la economía, Inglaterra seguirá el ejemplo de Escocia al exigir que se usen máscaras en las tiendas a partir del 24 de julio.
Sin embargo, incluso las reglas pueden politizarse, como se ha visto en Estados Unidos y América Latina, donde posiblemente hay mucho más en juego. A los líderes que se deleitan en mostrarse como hombres duros generalmente no les gustan las máscaras faciales: el brasileño Jair Bolsonaro ha suavizado la ley de máscaras de su propio país, mientras que la resistencia de Trump a usar una máscara (hasta su reciente cambio de opinión) ha servido de apoyo a los estadounidenses anti-máscaras de sesgo republicano.
No obstante, las máscaras están ganando impulso a medida que los países reanudan la actividad económica mientras luchan contra un virus que todavía sigue con nosotros. El desafío inminente será superar la resistencia de las personas que no están convencidas de sus ventajas o el cansancio de aquellos que sienten que el Covid-19 no es un riesgo tan alto.
Al igual que con el cambio de comportamiento social en cuestiones de seguridad -como usar el cinturón de seguridad o no conducir cuando uno ha bebido- la adopción de la máscara requerirá tiempo y esfuerzo. Es probable que los límites para su aplicación resulten en estrategias del palo y la zanahoria: idealmente, las máscaras deberían ser gratuitas o distribuirse ampliamente; los mensajes del Gobierno deben ser más claros sobre dónde se requieren las máscaras y por qué, y deben aplicarse multas cuando sea necesario. Las máscaras en sí mismas deberían ser más cómodas y con un estilo más moderno.
Hasta que tengamos una vacuna o un tratamiento efectivo, todos los países deben mantener la guardia. Cuando los elásticos de las máscaras comiencen a aflojarse, podrían hacerlo para siempre.
Fuente: Infobae