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Muchos latinos no pudieron quedarse en casa. Ahora se están enfermando

Shawn Hubler, Thomas Fuller, Anjali Singhvi and Juliette Love

LAS TASAS DE INFECCIÓN DE CORONAVIRUS EN LAS COMUNIDADES LATINAS HAN CRECIDO RÁPIDAMENTE EN TODO ESTADOS UNIDOS.

DINUBA, California — Cuando el coronavirus se propagó por primera vez en los campos y las plantas procesadoras de alimentos en el valle central de California, el jefe de Graciela Ramírez anunció que los trabajadores de línea que temían a la infección iban a poder quedarse en casa sin paga.

Como operadora de maquinaria en Ruiz Foods, el mayor fabricante de burritos congelados de Estados Unidos, Ramírez siguió acudiendo a su trabajo para asegurarse de no perder su remuneración de 750 dólares por semana.

“Tengo necesidades”, dijo en español Ramírez, de 40 años y madre de cuatro hijos. “Mi comida, mi renta, mis cuentas”.

Pronto, sus compañeros de trabajo comenzaron a enfermarse, y cuando Ramírez empezó a tener congestión y fatiga y perdió la capacidad de oler la diferencia entre el arroz en su estufa y la sopa de fideo en su plato, su prueba también resultó positiva.

Fue una variación de lo que se ha convertido en un tema demográfico sombrío, y no solo en California. Las infecciones entre los latinos han superado con creces a las del resto del país, evidencia de la composición de la fuerza de trabajo esencial de la nación a medida que la epidemia estadounidense ha aumentado una vez más en las últimas semanas.

Los latinos en Estados Unidos no son un monolito cultural y no hay evidencia de que ningún grupo étnico sea inherentemente más vulnerable al virus que otros. Pero en las últimas dos semanas, los condados de todo el país donde al menos una cuarta parte de la población es latina han registrado un incremento del 32 por ciento en nuevos casos, comparados con un aumento del 15 por ciento en todos los demás condados, muestra un análisis del Times.

El análisis confirma los amplios recuentos nacionales de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, que muestran que los latinos constituyen el 34 por ciento de los casos en todo Estados Unidos, una proporción muy superior al 18 por ciento que el grupo representa en la población total.

También subraya un cambio desde el inicio del brote, en especial en áreas fuera de las ciudades, como el condado de Tulare, California, que inicialmente había evitado en gran medida los picos debilitantes de infecciones como los que se habían visto en Nueva York, Nueva Orleans, Chicago y otras áreas metropolitanas importantes.

La disparidad es particularmente marcada en estados poblados como California, Florida y Texas. Pero también ha aparecido en otras zonas del país. En Carolina del Norte, los latinos suman el 10 por ciento de la población, pero el 46 por ciento de las infecciones. En Wisconsin, son el 7 por ciento de la población y el 33 por ciento de los casos. En el condado de Yakima, Washington, el lugar del peor brote del estado, la mitad de los residentes son latinos. En el condado de Santa Cruz, que tiene la tasa más alta de casos en Arizona, la proporción hispana de la población es del 84 por ciento.

Los datos detallados de coronavirus desglosados por origen étnico son incompletos en muchos lugares, lo que dificulta saber por qué los latinos se han infectado en tasas más altas. Los condados con una alta proporción de latinos también tienden a presentar atributos que han hecho a los condados vulnerables al aumento reciente: hogares abarrotados, poblaciones más jóvenes y clima más cálido que empuja a las personas al interior, dijo Jed Kolko, investigador y economista jefe de Indeed.com, un sitio web de búsquedas de empleo. El rastreo de contactos en algunas áreas también han asociado los picos de infección con grandes reuniones familiares.

Pero el inexorable aumento de infecciones entre los latinos desde la Pascua —tanto aquí como en los países latinoamericanos— ha alarmado a los funcionarios de salud y las organizaciones latinas, que están pidiendo pruebas más específicas, una recolección de datos más completa y mejores protecciones en el lugar de trabajo a medida que se reabre la economía.

Y se ha convertido en un punto caliente en los estados que votan generalmente por el Partido Republicano (llamados estados rojos en inglés), donde las infecciones también están al alza. Líderes latinos demócratas y dirigentes de derechos civiles exigieron un pedido de disculpas esta semana al gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, quien atribuyó el fuerte aumento de las pruebas positivas de coronavirus en su estado a “trabajadores agrícolas abrumadoramente hispanos”. Los críticos de DeSantis dicen que su gobierno está convirtiendo en chivo expiatorio a los trabajadores inmigrantes después de ignorar los pedidos de más pruebas y protección para ellos.

En California, donde los latinos representan el 39 por ciento de la población y cerca del 57 por ciento de los casos nuevos, los picos han sido particularmente confusos. El estado fue el primero del país en quedarse en casa, y los datos de geolocalización de los teléfonos celulares indican que sus residentes estuvieron entre los más comprometidos a limitar su movimiento y, con ello, la propagación de la enfermedad.

Las tasas de infección se han mantenido relativamente bajas en los vecindarios acaudalados, incluido los ocupados por los latinos ricos del estado. Pero el confinamiento en casa nunca ocurrió para muchas familias latinas cuyos miembros trabajan en industrias que no cerraron, lo que los hace especialmente vulnerables al virus.

Durante el confinamiento, millones de latinos mantuvieron en funcionamiento una economía escueta: en las mesas de corte de las plantas procesadoras de alimentos, como agricultores, encargados de hospitales, preparadores de alimentos, trabajadores de supermercado y en muchos otros trabajos considerados esenciales. Y llevaron el virus a casas a menudo hacinadas, lo que agravó la propagación.

“Este era un punto totalmente ciego”, dijo Alicia Fernández, profesora de medicina en la Universidad de California, en San Francisco, que se especializa en la salud de latinos e inmigrantes. “Se necesita hacer mucho, mucho más en cuestión de protección laboral en el espacio de trabajo”.

Ahora el virus acecha a los latinos del sur al norte de California. El condado de Imperial, una región agrícola predominantemente latina al este de San Diego, tiene la tasa más alta de infección del estado: el doble de la tasa de Los Ángeles y más alta que la del golpeado estado de Nueva York. En San Francisco, los latinos constituyen el 15 por ciento de la población pero representan la mitad de los casos de coronavirus.

Muchas calles de San Francisco estaban casi desiertas durante el confinamiento. Pero la imagen era distinta en los hogares latinos del área de la bahía, donde continuaba la rutina diaria de los desplazamientos a lugares de trabajo distantes.

“Quedarse en casa es un lujo”, dijo Kirsten Bibbins-Domingo, vicedecana de salud poblacional y equidad de acceso a la salud en la Escuela de Medicina de San Francisco en la Universidad de California. “En las partes más adineradas de la ciudad, la gente se quedó en casa desde antes y por más tiempo, porque se requiere de recursos. No todas las comunidades se pueden dar el lujo de hacer eso”.

Los investigadores dicen que una de las ilustraciones más crudas de cómo el virus penetró en la comunidad latina viene de un estudio en Mission, un distrito de la ciudad, dirigido por la Universidad de California en San Francisco.

En conjunto con organizaciones latinas locales, los investigadores evaluaron a casi 4000 voluntarios para detectar el coronavirus en un área de alrededor de cuatro cuadras por seis cuadras.

Aproximadamente un número igual de latinos (40 por ciento) y personas blancas no latinas (41 por ciento) fueron evaluados en el estudio. Pero casi todos los que estaban infectados eran latinos; menos del uno por ciento fueron personas blancas no latinas.

Al inicio de la pandemia, los latinos no parecían ser más vulnerables que otros. De hecho, los latinos de California estaban subrepresentados en los datos de principios de abril y representaba alrededor del 30 por ciento de los casos. Sin embargo, a medida que las órdenes de quedarse en casa se afianzaron, las tasas de infección entre los latinos aumentaron en comparación con otros grupos.

Los puntos críticos surgieron en áreas con grandes poblaciones latinas, como el barrio de Fruitvale en Oakland.

El virus se propagó por el condado de Kings, un área agrícola en el valle central con numerosas plantas de procesamiento de carne; ahora tiene la segunda tasa más alta de infección en el estado. El condado de Tulare, cuya población es 64 por ciento hispana, subió al cuarto lugar entre los condados.

“Estamos viendo una concentración de impactos de la COVID-19 en industrias que son mayoritariamente latinas: procesamiento de alimentos en interiores, empaques, procesamiento de carne”, dijo Phoebe Seaton, codirectora ejecutiva y cofundadora del Consejo de Liderazgo para la Justicia y la Responsabilidad, una organización de derechos civiles con sede en Fresno, California, que aboga por más protecciones contra el virus en los lugares de trabajo.

El empleador de Ramírez, Ruiz Foods, tiene su sede en Dinuba, en el condado de Tulare. La empresa familiar fue fundada por Fred Ruiz, uno de los filántropos latinos más conocidos del estado y miembro del grupo de trabajo pandémico para la recuperación económica del gobernador Gavin Newsom. Ahora emplea a 1500 personas en California y a otras 2300 en plantas en Texas y Carolina del Sur, que fabrican los burritos El Monterey y alrededor de otras 200 variedades de comida mexicana congelada.

Rachel P. Cullen, la directora ejecutiva de la compañía, dijo que, como muchas empresas, la respuesta inicial de Ruiz fue dar a los empleados la opción de trabajar en casa y tomarse días de vacaciones o tiempo no remunerado si sus trabajos no podían hacerse de forma remota.

Después de la Pascua, sin embargo, el recuento de casos en el condado de Tulare se disparó, y la compañía tomó medidas agresivas para abordar el virus. Las pruebas fueron obligatorias para todos los empleados, dijo Cullen en un comunicado, y rápidamente “se aumentó el distanciamiento físico, el uso obligatorio de cubrebocas, las barreras flexibles, el control de síntomas y la toma de temperatura, la limitación de visitantes y las restricciones de viaje”.

Ningún empleado ha muerto por la COVID-19, dijo Cullen, pero la planta de Dinuba se convirtió en un punto crítico, y dos trabajadores fueron hospitalizados. Dijo que 331 empleados se han recuperado de la COVID-19 desde abril, y que cerca de 15 tienen infecciones activas.

Ramírez sospecha que pescó el virus en el comedor de la compañía, donde las mesas ahora están acordonadas para imponer el distanciamiento social. En la línea de producción donde ella trabaja con otro centenar de personas, dijo, se colocaron láminas de plástico para separar a los empleados y botellas de desinfectante de manos en cada pasillo. Eso no era el caso antes de abril, dijo.

Aún así, ella no culpa a su empleador. “Muchos de nosotros no creíamos en la COVID al principio”, dijo en español. “Yo no creí, porque no he mirado a nadie que lo tuviera hasta que me dio a mí”.

Una semana más tarde de que llegaran los resultados de su prueba, su hija de 20 años, Cynthia Orozco, también dio positivo. Debido a que su hija también cuida a los dos hijos más pequeños de Ramírez, de dos y diez años, el doctor le dijo a Ramírez que asumiera que ellos también tenían el virus.

Nadie de la familia ha requerido hospitalización, pero cuando se corrió la voz entre los amigos y parientes en California, Nevada y México, ella supo que su situación no era tan inusual como había pensado.

Un colega de trabajo de su esposo en una industria láctea en Visalia se infectó. Igual que un primo en Bakersfield que era empleado en una Dollar Store. En Modesto, un primo en el negocio de la construcción tenía la COVID-19 y estaba preocupado por su equipo en San Francisco.

“Somos los que estamos afuera, en la fuerza laboral”, dijo Orozco, estudiante de ingeniería civil en la Universidad Estatal de California, Fresno, quien agregó que el virus también le había costado varias semanas de trabajo.

Orozco dijo que ella y su madre aún no se han hecho las pruebas de seguimiento. Pero el último fin de semana, tras meses desoladores de distanciamiento de sus seres queridos, se pusieron cubrebocas y se fueron a una gran fiesta familiar al aire libre.

“Todos usaron desinfectante para manos, y pusieron nombres en sus vasos para que nadie accidentalmente tomara la bebida del otro”, dijo. “Y todos nada más nos saludamos con un puño al aire en vez de abrazarnos”.

c.2020 The New York Times Company

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