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Bob Dylan aún preserva sus ‘modales rudos y ruidosos’

Jon Pareles

Últimamente, Bob Dylan es para sus fanáticos más fieles. Su voz suena desgastada y áspera, no siempre se apega a trazar una melodía. Sus letras suelen ser crípticas o desechables cuando no son francamente sombrías. Su música es anticuada, y no pretende congraciarse con nadie.

Pero, para quienes lo siguen hasta ahora, su nuevo álbum, “Rough and Rowdy Ways”, es a la vez una recapitulación y una burla atormentada por la muerte y el malhumor. “Hoy y mañana y ayer también/ Las flores están muriendo como todas las cosas”, canta en “I Contain Multitudes”, la canción que da inicio al disco.

“Rough and Rowdy Ways” es el primer álbum compuesto totalmente por Dylan desde “Tempest”, en 2012, y canción tras canción rivaliza con la sombría convicción de discos anteriores como “Time Out of Mind” (1997) y “Love and Theft” (2001). Después de “Tempest”, Dylan grabó producciones que incluían canciones pop clásicas, pero en su nuevo proyecto no trata de emular la concisión urbana de Irving Berlin o Hoagy Carmichael. En cambio, la música de “Rough and Rowdy Ways” a menudo es cruda e indefinida, mientras que los versos de sus letras se mueven a través de perspectivas siempre cambiantes.

A sus 79 años, Dylan tiene toda la legitimidad para desarrollar una visión a largo plazo y sus nuevas canciones recorren diversos temas como la historia, la biografía, la teología, los cuentos, los mitos y las amenazas. “Tres millas al norte del purgatorio: a un paso del gran más allá/ le recé a la cruz y besé a las chicas y crucé el Rubicón”, declara siguiendo el ritmo malicioso del blues titulado “Crossing the Rubicon”.

“Rough and Rowdy Ways” a menudo proyecta un aire de conspiración. El sonido de la banda —el viejo grupo que ha evolucionado lentamente mientras acompaña a Dylan en sus giras— circula pacientemente a través de acompañamientos lentos y sigilosos o, en los momentos más optimistas, gira y hace mezclas con los blues de 12 compases. La música tiene un sentido nocturno de aislamiento y secretismo, es el sonido de músicos que se han estado escuchando de manera intensa durante mucho tiempo.

El título del álbum está inspirado en “My Rough and Rowdy Ways”, una canción que Jimmie Rodgers, el pionero de la música country, grabó en la década de 1920 y que versa sobre la idea de no establecerse por completo. Las nuevas canciones de Dylan son, para bien o para mal, una tormenta de alusiones a títulos de canciones y músicos, figuras históricas y personajes de películas, autores y montones de citas. Dylan construye un panteón cultural y, por primera vez, se mete adentro de esa edificación creativa.

Las dos primeras canciones del álbum, “I Contain Multitudes” y “False Prophet”, incluyen frases como: “Canto las canciones de la experiencia como William Blake / No tengo que pedir disculpas”. Más tarde, en “Goodbye Jimmy Reed” —un blues eléctrico al estilo de Jimmy Reed que también se remonta a la propia canción de Dylan titulada “Leopard-Skin Pill-Box Hat”— gruñe mientras dice: “Nunca fui complaciente, nunca actué orgulloso”. Aunque en general se muestra reacio a contar su propia historia, incluso en su libro de memorias llamado “Crónicas: Volumen I”, Dylan parece sincero en esos versos.

Si bien su tono es asertivo, no es triunfal; está más allá del simple regodeo. Y fija su mirada en momentos históricos que son mucho más grandes que los suyos. En “Mother of Muses”, un himno melódico que brilla al ritmo de una mandolina, Dylan reflexiona sobre la redención y la creatividad —quiere casarse con Calíope, la musa de la poesía épica— pero también elogia a los generales de la Guerra de Secesión y de la Segunda Guerra Mundial por preservar la libertad.

En los 17 minutos de “Murder Most Foul”, que fue lanzado en un disco distinto del álbum original, Dylan presenta el asesinato de John F. Kennedy en 1963 como un trauma estadounidense crucial, el momento en que “el alma de una nación fue arrancada / y comenzó a decaer lentamente”. La banda toca una ambientación glacial y sostenida que se ancla al sonido del bajo de Tony Garnier, y Dylan entona un relato del asesinato en el que se entremezclan los títulos de canciones y películas, sin explicar si todas esas alusiones culturales son una especie de consuelo o una distracción decadente.

Hay cierta ternura en “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You”, que tiene una suave melodía que recuerda a la barcarola de Offenbach en “Los cuentos de Hoffmann” donde el cantante busca el amor como una última oportunidad de consuelo. “He recorrido un largo camino de desesperación/ no me he topado con ningún otro viajero allí”, canta Dylan en esa pieza. “Mucha gente se fue/ Mucha gente que conocía”.

Pero en otros momentos se torna ácido. Hay un morbo sardónico en “My Own Version of You”, un raro vals con un narrador que es una suerte de Frankenstein que recorre “morgues y monasterios” en busca de diversas partes del cuerpo para darle vida a alguien. En “False Prophet”, un blues lento que completa cada verso con un insistente “riff” al unísono (tomado de “If Lovin’ Is Believing”, la canción de Billy “The Kid” Emerson que se grabó en 1954), Dylan se permite alardear y proyectar su ira. “No soy un falso profeta, solo dije lo que dije”, dice entre risas. “Solo estoy aquí para vengarme con la cabeza de alguien”.

Y en “Black Rider”, una balada que avanza lentamente y se detiene cada vez que Dylan toma aire, se dirige a una figura misteriosa —quizá se trata de la muerte— en un tono que va de la simpatía a las agresiones. “No despliegues tu encanto”, advierte. “Tomaré una espada y te cortaré el brazo”. Por todo lo que ya ha visto y cantado, en “Rough and Rowdy Ways” pareciera que Dylan se niega a establecerse o convertirse en algo parecido a un anciano estadista. Ve la muerte como un hecho inminente, pero sigue en la lucha.


Bob Dylan
“Rough and Rowdy Ways”
(Columbia)

c.2020 The New York Times Company

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