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Las parejas que comen juntas podrían no quedarse juntas

Desde que comenzó el confinamiento por la pandemia global, Marianne Andrews, Jonathan Miller y sus dos hijos adolescentes han estado cenando juntos todas las noches, y en ocasiones también almuerzan juntos.

La situación ha sido un poco… tensa.

Andrews es sincera respecto a su angustia.

“De por sí, los hábitos alimenticios de Jonathan me han molestado durante años y solo se han exacerbado durante las últimas seis o siete semanas que lleva trabajando desde casa”, comentó Andrews, un ama de casa de 53 años que vive justo a las afueras de Londres, en Surrey.

¿Por dónde empiezo? Ah, comencemos con el desayuno.

Andrews afirma que el problema es que su amado, con quien ha estado casada durante más de dos décadas, sorbe su café matutino. La bebida está “demasiado caliente para darle un trago, así que simplemente sorbe el café”, dijo. “No es el sonido que hace al tragar, sino el de la succión”.

Después está el asunto del implante molar que Miller, de 55 años, director del Departamento de Inglés en una escuela internacional en Londres, ha estado esperando. Cancelaron su cita debido al confinamiento, así que se ha visto obligado a masticar la comida de un solo lado, lo que ha horrorizado a su esposa.

No obstante, la transgresión más atroz, al menos en su opinión, es su hábito de masticar y triturar nueces después de comer.

“Nos sentamos a ver la televisión y él llega con un tazón de nueces, o peor aún, pistaches, de cuyas cáscaras aspira el pistache con un sonido similar a un chasquido”, narró Andrews. “A pesar de años de protesta de mi parte, sigue molestándome con eso”.

Sucede lo mismo cuando come chocolate.

“Él intenta que un cuadrito de chocolate le dure el mayor tiempo posible”, dijo. Puede escucharlo “masticar despacio”. Eso la molesta.

Es probable que, en los anales de los juzgados de divorcio, la comida no aparezca al mismo nivel que una aventura con el mejor amigo del cónyuge, por ejemplo, pero lo que come tu pareja y cómo lo come con frecuencia tiene un significado más profundo y puede ocasionar problemas reales. Para algunas personas, la comida es un asunto de poder y control. Para otras es una expresión de amor. Aun así, otros la ven como una señal de compatibilidad.

Entonces, la pregunta sigue siendo: ¿Es posible salvar esta unión si a ella le gustan los Almond Joys y él es alérgico a las nueces? ¿Y si ella lleva una dieta paleo/keto/vegana/pescetariana libre de gluten, mientras que él es Pedro Picapiedra y saliva por las hamburguesas de brontosaurio? Y, ¿qué me dices de la distinción entre los amantes de la buena comida y los que no lo son, por ejemplo, cuando una de las partes encuentra un significado profundo en las almejas del Pacífico y la flor de calabaza, mientras que a la otra le interesa la biología casera, o “biohacking”, y alterna varios días de alimentación “normal” con ayunos prolongados?

Estos problemas pueden ser incluso más graves cuando se vive confinado, haciendo tres comidas diarias juntos, en ocasiones por primera vez en años.

“La comida puede unirnos, pero también puede ser una fuente real de ansiedad entre las personas y el origen de un conflicto”, comentó Abby Langer, dietista certificada en Toronto quien ha dado consulta a parejas y familias. “Si uno de los cónyuges sigue una dieta específica y el otro no, esto puede ser causa de conflicto… en especial durante la cuarentena”.

Esto tampoco considera el ruido al masticar, los chasquidos de labios, los rechinidos de los cubiertos y los sonidos de saciedad que a muchas personas les parecen insoportables; sin embargo, en muchos casos, quienes se quejan no lo hacen por estar irascibles; es probable que padezcan una enfermedad llamada misofonía, por la que una persona experimenta sentimientos negativos ante sonidos específicos… como el famoso rechinido de las uñas en un pizarrón.

Esto es algo con lo que lucha Alex Olins, pero no de manera personal, sino por su esposo. Olins, de 49 años, directora de un programa de empleo y ciudadanía en una organización grande sin fines de lucro en Seattle, con frecuencia recibe quejas de su esposo relacionadas específicamente con su manera de masticar.

“Yo no considero que mastique ruidosamente”, dijo. “Nadie me lo ha hecho notar jamás”.

A excepción de él.

Aunque a su esposo, John, nunca le han diagnosticado misofonía, ella cree que podría padecer esa enfermedad.

“Me parece que justifica o al menos explica su irritabilidad y sensibilidad respecto a este problema”, señaló.

Es evidente que los clanes que son felices durante la comida sí existen. Algunas parejas o familias refuerzan sus lazos mientras disfrutan tazones de chili y se sirven cucharones con amor. Otras resuelven sus diferencias de otro modo.

Naomi Cahn, de 62 años, profesora de Derecho de la Universidad George Washington, es vegetariana. Su esposo, Tony Gambino, de 64, es “un carnetariano que ama el cerdo”. Una de sus hijas lleva una dieta paleolítica modificada, la otra ha aprendido a dominar la olla de cocción lenta.

Incluso antes de la COVID-19, la diferencia en sus hábitos representaba un desafío. Hasta hace poco, Gambino, asesor para una institución sin fines de lucro, tenía un apetito voraz. Para él, cocinar tenía un sentido de cercanía compartida.

“Antes me encantaba poder cocinar para otras personas y para mí”, afirmó.

No obstante, eso ha cambiado ahora que la familia tiene horarios distintos. Cada miembro de la familia es responsable de sus propios alimentos. Si están en la misma habitación al mismo tiempo, se sientan y comen juntos.

“Podemos cocinar y comer por separado y no pasa nada”, dijo Gambino. “Es liberador”.

En lo que respecta a Andrews y Miller, ambos son vegetarianos, un factor menos del cual preocuparse. Además, él es un “cocinero talentoso e intuitivo” y ha desarrollado esta afición desde que está en casa, pero su esposa afirmó que “exige muchos cumplidos y se molesta si alguien le dice diplomáticamente que prefiere un platillo distinto al que cocinó esa noche”.

Desde lo que comen las parejas hasta la manera en que comen, estar juntos todo el tiempo solo exacerba los problemas en torno a la comida. (Jocelyn Tsaih/The New York Times)

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