El uso de plantas medicinales, ciertos medicamentos cuya efectividad está en duda y algunos métodos que rozan con la ciencia, aparecen en la bandeja de alternativas que han empezado a proliferar en Ecuador, uno de los países sudamericanos más golpeados por la pandemia.
Ramas de eucalipto debajo de la cama para ayudar a los pacientes a respirar, infusiones de plantas medicinales como la manzanilla y el jengibre, y hasta el consumo de ajo natural, integran la parrilla de consejos que se pueden leer en redes sociales como alternativas naturales para contrarrestar los efectos de la enfermedad.
Ninguno de ellos aparece como antídoto o método efectivo al coronavirus, así como tampoco el uso terapéutico de la cloroquina, la hidroxicloroquina o la aspirina, o del tratamiento de “inmunidad pasiva” o “transfusión de plasma”.
Sin embargo, el uso del dióxido de cloro diluido en agua en proporciones específicas, ha ido ganando adeptos en varios sectores de la sociedad ecuatoriana, pese a que las autoridades sanitarias lo desaconsejan por no tener evidencia científica de su efectividad y por considerar que puede ser potencialmente tóxico.
Según Germán, un médico ecuatoriano que prefiere no precisar su apellido por el temor a represalias, más de 2.000 personas han podido superar la enfermedad de manera exitosa con este método.
Para él, el procedimiento es “sencillo y barato” pues, según comentó a Efe, se trata de un producto natural que se puede incluso componer con productos de uso cotidiano.
Para tratamiento a pacientes, Germán y sus socios elaboran unas botellitas pequeñas de dióxido de cloro, que dan a los pacientes para que mezclen con agua en proporciones específicas, según sus condiciones individuales.
Esa combinación se coloca en botellas de consumo individual de agua, que los pacientes beben a sorbos por varios días, la mayoría en unos diez días.
El médico dice que la efectividad es total y que muestra de ello es que muchas personas, incluidos militares y policías, les visitan frecuentemente para obtener el producto, luego de conocer los resultados en pacientes que lo han usado.
Y, aunque el más efectivo debe ser elaborado en el laboratorio, Germán aseguró que el dióxido de cloro se puede obtener de la mezcla de sal marina con un poco de vinagre o del limón con agua-sal.
“¿Qué se puede perder?” con probarlo, se preguntó al señalar que el procedimiento fue estudiado desde mediado del siglo pasado y cuyos registros son conocidos también por la Organización Mundial de la Salud que, sin embargo, considera que no posee el suficiente respaldo científico para combatir el coronavirus.
Otro de los promotores del método, William, explicó que este busca cambiar el factor del potencial hidrógeno (Ph) del cuerpo humano, para lograr cierto nivel de alcalinidad y permitir así la destrucción del virus que, como todo patógeno, es básicamente “ácido”.
Ambos, en un laboratorio ubicado en el norte de Quito, reciben a diario a personas interesadas en el método, a quienes explican hasta la saciedad las “bondades” del procedimiento que, según aseguran, es “inocuo” para el ser humano y que no se debe confundir con el clorito de sodio, que es un desinfectante potencialmente tóxico.
Los dos son seguidores de la teoría del suizo Andreas Kalcker, quien ha defendido este método, no solamente para el tratamiento del COVID-19, sino para otras enfermedades incluido el cáncer.
No obstante, Kalcker ha sido criticado en algunos países como España y Colombia por difundir su método, que no goza de un mayor apoyo entre especialistas, aunque sus seguidores culpan de ello a la industria farmacéutica que trata, según ellos, de impedir que este procedimiento se extienda en el mundo.
Para William lo primero es “perder el miedo” y luego confiar en que “sí se puede” derrotar al virus.