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El rebrote del virus en Singapur causa alerta en el mundo

Singapur es uno de los modelos a seguir en la lucha contra la pandemia. Virólogos y expertos de todo el planeta ponían al pequeño estado asiático como ejemplo. Muy relacionado comercialmente con China, pronto detectó los primeros casos. No los tomó como una gripe común. Allí tienen malas experiencias con otros tipos de coronavirus.

Establecieron un sistema de detección de infectados que resultó eficaz. Los pusieron en cuarentena y evitaron así la propagación de la enfermedad, que apenas afectó a mil personas y causó seis fallecimientos. Pero el virus, tan extendido ya por los cinco continentes, ha vuelto a Singapur. El sábado hubo 75 casos. Rebrote, probablemente provocado por ciudadanos del país procedentes de Europa, Estados Unido o Indonesia. Singapur ha tenido que volver a aplicar su método. El mundo queda avisado. Es un virus que insiste.

Con seis millones de habitantes, una renta per cápita de la más altas y un sistema político autoritario y de economía abierta, Singapur paró la primera oleada de la epidemia. Es un país que alardea de su seguridad. No hay robos. Las cámaras lo vigilan todo. El ámbito privado es propiedad del Gobierno. Para perseguir al virus, crearon una ‘app’ a disposición de los ciudadanos en sus teléfonos móviles. Cuando cada uno salía a la calle, se conectaba por ‘Bluetooth’ con los móviles de las personas que tenía cerca. Esos datos eran almacenados por agencias del Gobierno. Y si el ciudadano daba luego positivo en el test de coronavirus, avisaban a los que había estado en contacto con él y les hacían también la prueba de detección. Con medidas así frenaron la epidemia.

El virus fue tratado como un asesino. Lo persiguieron con vídeos de las cámaras instaladas en los comercios, con los datos de los móviles y hasta con interrogatorios policiales. Cercaron al contagiado y a todos los posibles portadores. Mientras la enfermedad cabalgaba desbocada hacia Europa y Estados Unidos, en Singapur la ponían entre rejas. Pero es un criminal huidizo y ha vuelto volando desde algún otro país.

Ya se ha puesto en marcha la operación policial-sanitaria para volver a ponerlo bajo arresto. Como hicieron en la primera oleada. En Singapur conocen todos los pasos del virus. Llegó a finales de enero con un grupo de turistas chinos. Pasearon por la ciudad y se pararon en una tienda de medicina tradicional, de esas en las que venden aceite de cocodrilo y hierbas para casi todo. Compraron y contagiaron al dependiente, el paciente cero. El 4 de febrero saltó la alarma. Había un nuevo virus en Singapur. Las autoridades descubrieron el foco. El vendedor había contagiado a toda su familia e incluso a la criada indonesia. Pudo haber sido un nuevo Wuhan, el gran foco de la epidemia en China. Pero lo evitaron con un cortafuegos inmediato. Le siguieron la huella al virus con la lupa tecnológica y lo pararon sin que apenas causara víctimas.

Ahora, en avión, ha vuelto. Hay una segunda ola. Singapur reinicia la pelea. No puede dejar que el virus se extienda tanto como para desbordar su sistema de vigilancia. Su lucha envía un mensaje de alerta al mundo. No se puede bajar la guardia ni siquiera cuando parece que has vencido a la enfermedad.

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