Por Lee W. Riley, Eva Raphael y Robert Snyder
Aunque la gente que puede pagar un viaje en avión y en crucero fue la responsable de propagar la pandemia de COVID-19 por el mundo, ahora, el coronavirus amenaza a las comunidades olvidadas y socialmente invisibles de los barrios pobres urbanos.
Cerca de mil millones de personas viven en barrios de tugurios, a los que Naciones Unidas define como asentamientos humanos con un acceso inadecuado al agua e instalaciones sanitarias seguras, con viviendas de una calidad deficiente, con sobrepoblación y con un estatus residencial inseguro.
Las epidemias de enfermedades infecciosas suelen propagarse en los barrios de tugurios. Ya se han reportado casos de infección de COVID-19 en Dharavi, en Bombay, India; Orangi Town en Karachi, Pakistán. y Payatas en Manila. La epidemia del ébola que azotó al oeste de África entre 2014 y 2016 se debió en buena parte al ingreso del virus en los inmensos y densamente poblados barrios de tugurios urbanos de Liberia, Guinea y Sierra Leona.
Durante las epidemias, los residentes de los barrios de tugurios son mucho más vulnerables a contraer infecciones respiratorias como la influenza y el dengue. Por ejemplo, en un informe de 2018 de Delhi, investigadores calcularon que, incluso con una campaña generalizada de vacunación y el distanciamiento social (permanecer en casa, cerrar escuelas, aislar a los enfermos), las poblaciones de los barrios de tugurios iban a sufrir tasas de infección de influenza un 44 por ciento superiores a las de las comunidades que no habitaban en estos sitios.
La sobrepoblación es una de las causas más importantes del aumento en la tasa de infección en los barrios de tugurios: por ejemplo, la densidad poblacional de los barrios de tugurios en Delhi es entre diez y cien veces mayor a la de las comunidades que no pertenecen a estos barrios, y casi treinta veces superior a la de la ciudad de Nueva York. La desnutrición infantil y la alta prevalencia de padecimientos médicos crónicos en adultos hacen que sus habitantes sean más susceptibles a infecciones.
El acceso limitado a los servicios sanitarios es otro problema: en los barrios de tugurios que carecen de baños públicos limpios, el coronavirus podría propagarse por medio de las heces. Además, el acceso al agua potable es otro problema, uno que de hecho podría ser exacerbado a causa de la restricción preventiva del movimiento.
Lo que es más, la contaminación del aire en interiores que se produce al cocinar con combustible de biomasa en casas con poca ventilación o sin ventanas puede contribuir a padecimientos respiratorios crónicos, lo cual aumenta el riesgo de infecciones graves de coronavirus para los residentes.
Sin embargo, el factor más importante que permite la propagación de pandemias en los barrios de tugurios es la negligencia con la que las élites gobernantes tratan estas poblaciones marginalizadas. Ha habido pocos esfuerzos para prevenir la propagación de enfermedades. Por ejemplo, el acceso a pruebas para el coronavirus es extremadamente limitado.
Se deben sopesar con cuidado las intervenciones. Si no se toman en cuenta las necesidades específicas de los habitantes de los barrios de tugurios, las medidas como el distanciamiento social son imprácticas. Las políticas deben realizarse en sociedad con organizaciones comunitarias como Slum Dwellers International, una red mundial de organizaciones basadas en las comunidades que representa a los habitantes de los barrios de tugurios y ha mapeado muchos asentamientos. Incluso las pandillas locales podrían colaborar. En las favelas de Brasil, algunas agrupaciones criminales han construido compartimentos para lavarse las manos en las principales entradas de algunas favelas.
Además, en cuanto una epidemia se consolida en los barrios de tugurios, su magnitud corre el riesgo de ser subestimada, lo cual produciría una mayor propagación del contagio. Por ejemplo, un grupo de investigadores de Delhi demostró que, si se ignoran los barrios de tugurios, las tasas de infección en la ciudad serían subestimadas entre un 10 y un 50 por ciento, y que la efectividad de una campaña de vacunación podría sobre estimarse entre un 30 y un 55 por ciento.
La subestimación de la magnitud de las infecciones en los barrios de tugurios podría provocar una distribución desigual de los recursos sanitarios. Es menos probable que haya disponibilidad de soportes vitales avanzados —unidades de cuidados intensivos y respiradores— para los habitantes de los barrios de tugurios que padezcan casos graves de COVID-19.
Luego, está el problema de la economía. Los residentes de los barrios de tugurios sentirán de manera desproporcionada los efectos económicos negativos de la epidemia del coronavirus. Un gran segmento de la fuerza laboral de los barrios de tugurios participa en la economía informal, la cual en esencia desaparece durante los cierres de emergencia.
En los barrios de tugurios de Nueva Delhi, Bombay, Ciudad del Cabo, Manila, Karachi, Río de Janeiro y Nairobi, Kenia, los cierres de emergencia ya han intensificado la batalla por ganarse el ingreso diario. Para muchos de los habitantes de estas comunidades no es una opción quedarse resguardados: sus sustentos mismos dependen del trabajo informal.
Anticipando estas consecuencias, el gobierno de Brasil presentó medidas y planes de emergencia para apoyar a cada uno de los trabajadores informales con 600 reales brasileños (unos 114 dólares) durante tres meses. En Delhi, las autoridades han pedido a los empleadores que paguen los salarios y a los arrendadores que no desalojen a la gente. Claro está que se necesita hacer más.
El G20 ha comprometido cinco billones de dólares para responder a la pandemia del coronavirus, una respuesta que debe incluir a las comunidades de los barrios de tugurios. Los fondos se pueden usar para expandir de forma temporal los programas gubernamentales de transferencia condicional de efectivo, como la Bolsa Família de Brasil y el programa Prospera de México, el cual estuvo en funcionamiento desde la década de 1990 hasta febrero de 2019. India ha prometido proveer raciones de alimentos y transferencias de efectivo a la gente pobre durante tres meses dentro del periodo de confinamiento. Varios países tienen programas de transferencia de efectivo diseñados para atender a poblaciones de bajos ingresos; se deben expandir.
Los trabajadores desplazados incluso podrían ser capacitados y recontratados para llevar a cabo un monitoreo de contactos del coronavirus en sus propios vecindarios, algo parecido al programa Estrategia de Salud Familiar de Brasil, en el cual hay residentes locales capacitados que ofrecen atención preventiva y básica a su comunidad.
Los asentamientos informales no solo se encuentran en países en vías de desarrollo. Las ciudades de países con altos ingresos también albergan asentamientos similares. Los campamentos de personas sin hogar en Los Ángeles; Seattle; la ciudad de Nueva York; Oakland, California; París, y Londres son vulnerables a la pandemia.
Con el tiempo, muchos de los campos de refugiados del mundo han evolucionado hasta convertirse en asentamientos que encajarían en la definición de barrios de tugurios de las Naciones Unidas. En Bangladés, Líbano, Kenia y Grecia, hay un temor creciente de que los campos de refugiados no escapen del coronavirus. La semana pasada, al menos veinte refugiados fueron diagnosticados con COVID-19 en un campo cerca de Atenas.
Los sistemas de salud pública y los gobiernos del mundo deben garantizar que la gente que vive en los barrios de tugurios, los campamentos de personas sin hogar y los campos de refugiados no sea olvidada. Debemos prepararnos para enfrentar las consecuencias de la pandemia… en todas las poblaciones.