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Confinados de por vida

Salamanca, España.- Situada a los pies del parque natural de los Arribes del Duero, a escasos kilómetros de la ahora blindada frontera con Portugal, la pedanía de Villar de Samaniego es uno de esos espacios de la España vaciada donde la soledad y el confinamiento forma parte de la rutina diaria.

Con 32 habitantes censados, sin apenas cobertura móvil, sin farmacia, la vida discurre morosa, lánguida, silenciosa, casi detenida en una sucesión de calles vacías en torno a la austera iglesia de San Toribio.

Sin espacios para socializar más allá de la pequeña tienda de ultramarinos, la propia parroquia, la visita del cartero y en particular la del médico: Luis Rodríguez Herrero, un hombre que ha superado el medio siglo y que además es alcalde de la localidad vecina de Pereña, famosa por su queso.

“Agradecen infinitamente que vengamos a verles porque es una manera de romper con la soledad y porque el médico sigue siendo una persona de referencia. Aquí no es necesario el confinamiento, ya viven confinados todo el año”, explica a Efe Rodríguez Herrero, quien admite que con la crisis del coronavirus han cambiado sus hábitos.

CONSULTAS TELEFÓNICAS 

Desde que se desatara el estado de alarma, el nuevo protocolo ordena reducir las consultas presenciales: se hace un triaje telefónico, se le explican las pautas al paciente y si necesita recetas, se hace vía electrónica.

En zonas como la que atiende Rodríguez Herrero, en el que no existen farmacias y la movilidad de los pacientes es muy reducida han llegado a un pacto: “yo llevo personalmente las recetas a una farmacia y el farmacéutico las reparte a domicilio. Se les deja en la puerta para evitar el contacto”, explican en la farmacia de María Jesús Sancho, en Pereña.

“Pero tenemos que salir y visitar a domicilio, hay que hacer seguimiento”.  Es una una población de edad avanzada y de riesgo elevado: en oeste rural de la provincia de Salamanca, cerca del 80% supera los 75 años.“Es que aquí la gente se pone mala de otras cosas. Hay que vigilar la tensión, los índices de glucosa, acompañarles. No se nos pueden escapar por otras cosas”, subraya el galeno, que pone el ejemplo de un casa en particular de la propia Villar de Casariego.

CUANDO EL MÉDICO ES UN RIESGO

En ella viven cuatro personas, la más joven tiene 90 años y la más anciana, 96. “Es como una mini-residencia. Todos tienen patologías crónicas severas, situaciones muy complicadas. “Ellos corren más peligro con nosotros que nosotros con ellos”, señala.

“Su sensación de soledad es más profunda, pero yo creo que llevan la confinación mejor que en las grandes ciudades. Su temor mayor es cuando salen, a buscar el pan o hacer algún recado. Si se caen pueden pasar horas tirados sin que pase nadie”, advierte.

Aún así, aunque la visita del médico sigue siendo uno de los hitos sociales del pueblo, Rodríguez Herrero admite que la relación ha cambiado. Las medidas de prevención, mascarillas y guantes principalmente, han abierto una distancia con los pacientes y les ha imbuido una sensación de inquietud creciente.

“Tienen miedo, yo nunca había visto tanto miedo en las miradas”, explica el médico, que suele viajar acompañado de una enfermera. Antes entraban los dos y se animaba la charla, ahora el protocolo obliga a que uno espere fuera.

ESCASEZ DE TODO

A escasos veinte kilómetros de Villar de Samaniego, Vitigudino es la cabeza de una comarca dedicada a la ganadería, con turismo creciente y una despoblación crónica que hace que los menores de cincuenta años sean una comunidad extraña.

Cuando los primeros casos comenzaron a detectarse y la alarma se expandió antes de que la decretara oficialmente el Gobierno, los pueblos de la zona comenzaron a llenarse de familias que, como si fuera verano, regresaban a sus pueblos de origen a refugiarse.

“Eso desató una psicosis tremenda en los primeros días, explica a Efe Yolanda de la Nava Calvo, doctora de atención primara en el centro de salud de Vitigudino, que atiende a unos 16.000 habitantes en la comarca.

Dispone de laboratorio de análisis, servicio de radiografía, matrona, fisioterapia, pediatría y varias otras especialidades ahora suspendidas, excepto en casos de extrema emergencia por la falta de personal sanitario.

“Atendemos por teléfono y hacemos recetas electrónicas. Además se ha montado una red de voluntarios para llevar las medicinas desde las farmacias y evitar que la gente salga a la calle. Cuando tenemos que salir, el problema es que carecemos de material. Hasta el viernes pasado no llegaron las mascarillas 3M”, relata.

Tampoco tienen batas quirúrgicas o gafas especiales para entrar en los domicilios en los que hay casos sospechosos, se queja.

Y luchan igualmente con la saturación de las líneas telefónicas de emergencia, la falta de espacio en las UCI y la escasez de ambulancias, condiciones que reducen la capacidad de reacción para atender otros casos graves, como un fallo cardíaco.

“Hay una sensación de caos e improvisación porque cada día nos llegan directivas diferentes, y a veces no sabemos cómo actuar”.EL RECUERDO DE LA GRIPE ESPAÑOLA

También por el riesgo del síndrome Saturio, que recuerda la azarosa vida de Saturio Serradilla Vicente, uno de los médicos rurales que a caballo combatieron la “gripe española” de 1918 en esta región.

Saturio cayó enfermo no por el virus -aunque se contagió- si no por el agotamiento, pero logró salvar tantas vidas que se le concedió la Gran Cruz de la Beneficencia y los vecinos de la región pagaron una de oro en agradecimiento.

En Linares de Riofrío, donde Saturio ejerció entonces, los cuatro médicos se han contagiado y sus pacientes han pasado a los compañeros.

Otros dos han sido puestos en aislamiento en pueblos cercanos a Vitigudino: “no nos hacen la prueba, a los que tienen síntomas leves se les manda a casa. Todos estamos de guardia continua y preparados para que nos asignen otro lugar”, explica de la Nava.“Va a ser muy difícil, hay mucha sobrecarga”, advierte. Pero también mucho ánimo y espíritu de servicio, los mismos que llevaron a Saturio y a los médicos rurales a ganar en 1918 con voluntad y escasos medios en una España rural entonces atrasada y ahora frágil por otras razones: envejecida, vaciada y permanentemente confinada. Javier Martín

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