Por Li Yuan
Durante tres semanas, a medida que el coronavirus se extiende por todo el país, los hospitales de Wuhan y la provincia circundante de Hubei les han suplicado a sus habitantes que envíen más equipo de protección.
Los suministros están cerca pero, de manera frustrante, siguen estando fuera del alcance. Los suministros médicos que se han donado a la sucursal de Wuhan de la Sociedad de la Cruz Roja de China permanecen en almacenes. Las personas que intentan organizar los suministros de emergencia se arriesgan a violar la estricta ley de beneficencia del país.
Pekín le ha demostrado al mundo que puede cerrar ciudades enteras, construir un hospital en diez días y mantener en casa a sus 1400 millones de habitantes durante semanas. Sin embargo, también ha demostrado una evidente debilidad que pone en peligro la vida de sus habitantes y amenaza los esfuerzos de contener el brote: es incapaz de trabajar con sus propios ciudadanos.
El brote del coronavirus ha puesto en evidencia la estremecedora ausencia de una sociedad civil dinámica en China: asociaciones civiles como grupos corporativos, organizaciones sin fines de lucro, instituciones filantrópicas e iglesias que unen a la gente sin involucrar al gobierno.
Pensemos en eso como el sistema nervioso que ayuda a la sociedad a moverse con facilidad y rapidez, algo que Benjamín Franklin reconoció hace más de 200 años cuando organizó el primer departamento de bomberos voluntarios de Filadelfia, la primera biblioteca pública y el primer hospital de beneficencia. “Es asombroso todo el bien que puede hacer un solo hombre, si puede sacarle provecho”, escribió en 1783.
“El mecanismo tradicional de gestión del ‘gran gobierno’ ya no es eficiente e incluso presenta fallas”, escribió Duan Zhanjiang, un asesor de gestión, en un artículo sobre el manejo de la epidemia. “El gobierno se ocupa de muchas tareas, pero no es eficaz. Las fuerzas sociales no se están usando porque deben mantenerse al margen, y observar todo de manera ansiosa”.
Duan sugirió que el gobierno debe reprimir su necesidad de estar a cargo de todo y concentrarse más en la supervisión.
Al Partido Comunista nunca le ha gustado la sociedad civil ni confía en ella. Le parece sospechosa toda organización que pueda representar un desafío a su gobierno, incluyendo a las grandes empresas privadas. Ha reprimido organizaciones no gubernamentales como grupos de defensa de derechos e instituciones benéficas, además de iglesias y mezquitas. El partido no quiere que nada se interponga entre su gobierno y los 1400 millones de habitantes de China.
Las grandes empresas chinas y los ciudadanos acaudalados han hecho donaciones, muchos de manera generosa, pero también tratan de mantener un bajo perfil por temor a ofender a un gobierno que está ansioso por adjudicarse el crédito de cualquier éxito y que enseguida sospecha que grupos externos quieren desafiarlo.
Estas brechas son evidentes en las primeras líneas del brote, donde a los trabajadores les ha faltado el equipo adecuado para mantenerse a salvo. Los médicos y las enfermeras visten impermeables desechables en vez de batas protectoras. Usan mascarillas quirúrgicas comunes e inapropiadas mientras realizan peligrosas pruebas de exudado faríngeo. Usan pañales para adulto porque, una vez que se quitan el traje protector de una pieza, tienen que desecharlo. Solo reciben uno al día.
Las autoridades afirmaron el lunes 17 de febrero que más de 3000 trabajadores médicos habían sido infectados, aunque no todos se contagiaron en el trabajo.
Algunos ciudadanos chinos comunes han organizado grupos en redes sociales para ayudar a los pacientes a encontrar camas de hospital, conseguir voluntarios que los transporten a los hospitales y buscar equipo protector en todo el mundo. Si se coordinaran con el gobierno, podrían hacer mucho más.
“Somos una lanchita con una capacidad muy limitada”, comentó Panda Yin, un diseñador de Pekín que organizó un grupo de voluntariado en WeChat de aproximadamente 200 personas para ayudar a buscar suministros de protección para los trabajadores médicos de primera línea. “La gente se nos unió porque sabe que la autopista que debe avanzar a gran velocidad tiene un gran socavón”.
El “gran socavón” es la Sociedad de la Cruz Roja de China. Esta sociedad no está relacionada con la Cruz Roja de otras partes del mundo y es una de las dos organizaciones controladas por el gobierno mediante las cuales Pekín monopoliza la filantropía. El gobierno de Wuhan ha insistido en que todas las donaciones pasen por la delegación local.
La Sociedad de la Cruz Roja es famosa por su corrupción e ineficiencia. Los medios de comunicación chinos han reportado numerosos escándalos, incluyendo uno ocurrido hace nueve años, en el que una persona que supuestamente tenía un puesto de alto nivel en esa organización compartió fotografías en línea de su opulento estilo de vida.
La Sociedad de la Cruz Roja ha repartido mascarillas y otros suministros con mucha lentitud, según los análisis que realizaron ciudadanos de China con base en información incompleta. En respaldo a esas afirmaciones, el gobierno central ordenó el viernes acelerar las donaciones.
Cuando la Sociedad al fin entregó las mascarillas, hizo llegar las mejores de forma directa a las agencias del gobierno local en lugar de entregárselas a los hospitales de primera línea, de acuerdo con su propia información.
Si la Sociedad de la Cruz Roja es un cuello de botella en cuanto a la distribución de suministros médicos, en ocasiones los gobiernos centrales y locales pueden convertirse en obstáculos para los esfuerzos del sector privado que busca fabricar, adquirir y distribuir esos suministros.
El Partido Comunista tampoco confía en las empresas del país.
El 3 de febrero, en Xiantao, una ciudad a 112,7 kilómetros de Wuhan y uno de los centros manufactureros de suministros de protección más grandes del mundo, el gobierno local cerró todas las fábricas de equipo de protección a excepción de diez.
Un funcionario local declaró al Diario del Pueblo la semana pasada que la ciudad había tomado la decisión de cerrarlas por motivos de calidad. De las 113 empresas de tamaño considerable en la ciudad, comentó el funcionario, solo dos tienen los certificados para comercializar batas protectoras médicas en China puesto que la mayoría de los productos textiles no tejidos de Xiantao solo se elaboran con fines de exportación.
Esas son tonterías, dijo el propietario de una fábrica en Xiantao que pidió ser identificado únicamente por su apellido, Wang, por temor a represalias. Los trajes de protección que fabrica para sus clientes británicos y estadounidenses deben cumplir con estándares que son iguales a los de China, si no es que más altos. De cualquier modo, dijo, muchos se terminan vendiendo en China. Los funcionarios de Xiantao no respondieron a las solicitudes de comentarios.
La razón verdadera es que los funcionarios de Xiantao no quieren hacerse responsables en caso de que los trabajadores de la fábrica resulten infectados o surjan problemas de calidad, afirmaron Wang y otros dos propietarios de fábricas que solicitaron mantener su anonimato por temor a represalias, una opinión respaldada por los reportajes de la prensa local en China. Coincidieron en que, en vista de estas circunstancias insólitas, el gobierno debía fijar los precios y analizar la calidad con detenimiento. Sin embargo, puede establecer reglas y supervisar a las fábricas en lugar de cerrarlas, comentaron Wang y otros.
La ciudad permitió que otras 73 empresas reanudaran sus operaciones el 9 de febrero, según declaró el funcionario local en el Diario del Pueblo, después de obtener la aprobación del gobierno provincial, la cual le garantiza protección política en caso de que algo salga mal. No obstante, la mayoría de las fábricas siguen inactivas, señalaron Wang y los demás empresarios.
Xiantao también coartó los esfuerzos del sector privado para garantizar los suministros.
A principios de este mes, funcionarios de la ciudad de Xiantao impidieron que voluntarios de Jingzhou, una ciudad de Hubei 160 kilómetros al oeste, recibieran los suministros que necesitaban. De acuerdo con el testimonio de un voluntario, las autoridades de Xiantao trataron de confiscar su equipo en un puesto de control cuando se estaban marchando, y luego los expulsaron de la ciudad. El voluntario solicitó que se le identificara por su apellido Zhang ya que es trabajador del gobierno y no está autorizado para hablar con los medios de comunicación.
Zhang afirmó que él y otros voluntarios tuvieron que intervenir porque la comisión de salud de Jingzhou estaba saturada y había demasiada burocracia para proporcionar los suministros a los hospitales locales con la rapidez suficiente.
Las fotografías y los videos que compartió en redes sociales mostraban que los voluntarios habían entregado ropa y gafas de protección, así como alcohol de grado médico a los hospitales. En un grupo de chat comentó que estuvo a punto de llorar cuando vio que los médicos y las enfermeras de una clínica ambulatoria local para atender a pacientes con fiebre no tenían más protección que las mascarillas quirúrgicas comunes. La directora de la clínica estaba tan agradecida, dijo, que le regaló cuatro sandías.
Una entrada al Hospital Central de la ciudad de Wuhan, China, el epicentro de la epidemia del coronavirus, el 7 de febrero de 2020. (Chris Buckley/The New York Times)
c.2020 The New York Times Company