Por Somini Sengupta
TIVISSA, España — Últimamente los bosques están recibiendo mucha atención de gente importante.
El martes en la noche el presidente Donald Trump expresó su apoyo a un esfuerzo global para sembrar 1 billón de árboles, el cual fue anunciado en una reunión de líderes políticos y empresariales en Davos, Suiza, en enero. Un billón de árboles, se dijo en la reunión del Foro Económico Mundial, sería de mucha ayudar para combatir el cambio climático.
Pero aunque los árboles, particularmente los bosques llenos de árboles, son vitales para captar y almacenar carbono (actualmente absorben el 30% del dióxido de carbono que calienta el planeta), también son extremadamente vulnerables en esta era de perturbaciones climáticas.
En un clima más cálido, más seco y más inflamable, como el de aquí en la región del Mediterráneo, los bosques pueden morir lentamente por la sequía o pueden incendiarse casi al instante y liberar en la atmósfera todo aquel carbono capaz de calentar el planeta que tienen almacenado en sus troncos y ramas.
Eso plantea una pregunta cada vez más urgente: ¿cuál es la mejor manera de manejar los bosques en un mundo que los humanos han alterado tan profundamente? “Necesitamos decidir cuál será el bosque del cambio climático para el futuro”, es como contextualizó el desafío Kirsten Thonicke, ecologista de incendios del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático.
El renacimiento de los bosques en Europa es lo que ahora está motivando esa discusión.
Hoy, aproximadamente el 40 por ciento de la masa continental de Europa está cubierta de árboles, lo que la convierte en una de las regiones más boscosas del mundo. También la hace propicia para los incendios forestales.
En 2019, el intenso calor y la sequía ayudaron a propagar incendios en aproximadamente 3367 kilómetros cuadrados del continente, una franja de tierra quemada 15 por ciento mayor al promedio anual de la década, según datos preliminares emitidos a mediados de enero por el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales.
Marc Castellnou, un analista de incendios de 47 años que trabaja con los servicios de bomberos de Cataluña, ha visto ese cambio de primera mano aquí en las cálidas y secas colinas de Cataluña, en el noreste de España, donde su familia ha vivido durante generaciones en un pueblo medieval con vistas al río Ebro.
La familia de su madre cultivaba almendras aquí. Los bancales o andenes que alguna vez abrieron en estas rocas duras aún permanecen, junto con el horno de ladrillos de la antigua casa de labranza y una hilera de enebros, que, según la costumbre local, indicaba a cualquiera que subiera desde la costa que allí podían intercambiar su pescado por pan.
El huerto de almendros fue abandonado hace mucho tiempo. En su lugar, ha surgido un bosque lleno de maleza con robles pequeños y pinos blancos. Donde alguna vez pastaban las cabras, ahora hay una alfombra de pasto seco. Un paisaje perfecto para los incendios.
Lo que sucedió con la granja de sus antepasados ha ocurrido en toda Europa y ha alterado profundamente el campo durante el último medio siglo. Cuando los agricultores abandonaron la tierra en favor de empresas menos afanosas y más rentables, los bosques regresaron.
Ahora Castellnou ha estado incendiando algunos de esos bosques, deshaciéndose de los pastos y arbustos bajos para que las llamas no puedan correr tan fácilmente hacia las copas de los pinos jóvenes y frágiles. Lo último que quiere que hereden sus dos hijos pequeños es una ladera cubierta de arbustos secos e inflamables.
“El cambio climático está cambiando todo” dijo Castellnou. “Estamos tratando de incorporar algunas vacunas en el paisaje”.
En Europa el año pasado, los incendios forestales se extendieron tanto que llegaron a Suecia. La sequía y las infestaciones de escarabajos acabaron con franjas de bosques en Alemania, lo que provocó un debate sobre qué árboles plantar en su lugar. El Reino Unido tuvo más incendios forestales el año pasado que nunca antes. España experimentó uno de los mayores aumentos en el número de incendios individuales. La Unión Europea describió los incendios forestales como “una amenaza grave y creciente”.
Los bosques de Europa han sido moldeados una y otra vez por las manos del hombre durante siglos. Se talaron bosques para obtener combustible y madera, luego se abancalaron para que agricultores como los antepasados de Castellnou pudieran sembrar lo que les diera la mayor cantidad de dinero.
Sus antepasados eligieron una empinada ladera y sembraron almendras. Los abuelos de su esposa, Rut Domènech, de 39 años, cultivaban avellanas. Casi todos tenían aceitunas para abastecerse de aceite durante el año. Algunos cultivaban uvas para hacer vino. Absolutamente toda la colina estaba bajo cultivos.
En la segunda mitad del siglo XX, los catalanes comenzaron a abandonar las laderas más empinadas y difíciles de labrar para establecerse en los valles, donde las máquinas y los fertilizantes hicieron que la agricultura fuera más fácil y productiva.
El padre de Castellnou dejó de trabajar en los huertos de almendros de otras personas por completo. Ayudó a construir una nueva carretera, luego una nueva planta de energía nuclear en la ciudad vecina y después se fue a trabajar a una fábrica de marcos de madera para fotos.
Con la planta nuclear cerca, los locales prosperaron. El padre de Domènech encontró empleo como albañil. Su madre abrió una boutique en el pueblo vecino.
La agricultura perdió popularidad. Los pastores vendieron sus animales.
En toda Europa, entre 1950 y 2010, en medio de la rápida reconstrucción de la posguerra, los bosques y las praderas crecieron aproximadamente 388.498,217 kilómetros cuadrados.
Los agricultores de la región vinícola de Montsant, en Cataluña, ahora cosechan en fechas más tempranas de la temporada, pues el calor endulza las uvas demasiado pronto, lo que produce un mayor contenido de alcohol; a algunos incluso les preocupa que tengan que cambiar a elaborar vinos de postre.
En un día excepcionalmente caluroso el verano pasado, en una granja avícola, un montón de abono se incendió, como ha ocurrido antes con montones de desechos animales. Pero el viento era tan feroz que las brasas viajaron a través de las colinas y causaron incendios a una distancia de hasta 21 kilómetros.
Castellnou señaló más de una vez que el fuego es el medio que tiene la naturaleza para transformar el paisaje para el futuro. Dijo que lo que surgirá en estas colinas denudadas será menos homogéneo y más resistente para un nuevo clima.
Él es partidario de lo que llama quemas controladas, que consisten en eliminar la maleza baja para evitar que el próximo incendio se descontrole. Y piensa que a veces está bien dejar que ardan los fuegos. Afirmó que es parte de la ecología natural del bosque. Los pinos blancos, por ejemplo, se reproducen solo durante los incendios, cuando sus vainas de semillas explotan por el calor.
“En lugar de combatir el fuego, hay que hacer las paces con el fuego”, aconsejó Castellnou.
Una ladera quemada que se consumió en un incendio forestal en junio de 2019 sigue seca, cerca de La Torre de l’Espanyol, España, el 23 de agosto de 2019. (Edu Bayer/The New York Times).
c.2020 The New York Times Company