Desde el inicio de la década pasada los jóvenes de las grandes, medianas y pequeñas ciudades se han convertido en “carne de cañón” de las organizaciones criminales que han reclutado a miles de muchachos para engrosar sus filas. Son la generación desechable: vivir rápido y morir pronto.
Se puede decir que en medio de la mayor crisis de inseguridad que afronta México, las nuevas generaciones crecieron en ambientes caracterizados por la pobreza y el miedo, en los que las bandas del crimen organizado se dieron a la tarea de reclutar niños y jóvenes para ensanchar sus dominios.
El propio gobierno estima que unos 460,000 menores engrosan las filas del crimen organizado. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Nuevo León, los que no estudian ni trabajan, conocidos como ninis, son el blanco más fácil de la delincuencia organizada en donde ven un medio rápido para lograr sus metas, pues es ahí donde acceden a grandes sumas de dinero.
Con este objetivo, de lograr hacer mucho en poco tiempo, hecho contrario a lo que se llama “gratificación postergada”, miles de menores engrosan las filas del narcotráfico con el fin de ganar grandes sumas de dinero a corto plazo, lo que contrasta con los jóvenes escolarizados que calientan la banca en espera de su incorporación al sistema productivo del país.
Tijuana, Mexicali, Monterrey, Saltillo, Torreón, Ciudad Juárez son sólo algunos ejemplos del involucramiento de los jóvenes dentro de las redes del crimen, de hecho, los menores son el rostro más visible del ejército de personas que trabajan en las bandas criminales.
Diversos informes señalan, por ejemplo, que el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ha enrolado a cientos de personas en los últimos años mediante engaños de trabajos seguros y bien remunerados, pero las autoridades han alertado de que comenzó a reclutar a menores.
Según informes oficiales, la organización liderada por Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, es la que tiene más miembros menores de 18 años debido a que ellos reciben un trato diferente al ser detenidos, aunque se trate de delitos graves como asesinatos.
Los preparan no pensando en crear criminales profesionales, sino que aprovechan su vulnerabilidad a sabiendas de que, si los capturan o matan, hay miles más que pueden remplazarlos.
Uno de los casos más emblemáticos, fue el de “Juanito pistolas”, conocido como “El niño sicario”, que murió degollado en un enfrentamiento entre integrantes de la llamada Tropa del Infierno, el brazo armado del Cártel del Noreste, y fuerzas estatales y federales en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Desde los 13 años se enfiló en el narco y soñaba con ser sicario y ya hasta tenía un narcorap.
María Celeste, una jovencita de 16 años, relató cómo fue que llegó a trabajar para Los Zetas y detenida por las autoridades. Originaria de Ciudad Victoria, Tamaulipas, fue invitada por unos amigos a formar parte de la banda delincuencial, donde le ofrecían 4,000 pesos a la quincena, salario que a su corta edad era imposible de conseguir en otro trabajo.
Su preparación física, tanto como el manejo de armas de fuego duró alrededor de 2 meses, donde aprendió a utilizar fusiles de asalto AK-47, AR-15 y otras armas de grueso calibre. En el 2011, a cuatro días de haber iniciado su carrera delincuencial, Celeste fue detenida por policías junto con otros nueve integrantes de la organización de entre 16 y 21 años, tras cuatro horas de persecución y enfrentamientos.
En Nezahualcóyotl se formó una banda de al menos 10 integrantes. El mayor no pasaba los 25 años y el menor tenía nueve. El más pequeño era el más sanguinario, nunca mostraba arrepentimiento y pararse a su lado daba confianza porque sabía que, si alguien se metía con ellos, el chico lo iba a matar, contó Kevin, uno de sus cómplices
Primero fue vandalismo y robo. Después drogas, extorsiones a negocios y golpizas. La idea era meter terror a nuestros rivales, detalla a El País, Kevin, de 20 años. “Todo comenzó como un juego, éramos niños jugando a ser sicarios”.
De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) de diciembre de 2006 a marzo de 2019, se tiene registro de 19,000 niñas, niños y adolescentes víctimas de homicidio doloso. Ocho de cada 10 son víctimas de arma de fuego, o sea, han sido ejecutados o mueren en enfrentamientos entre organizaciones rivales o contra fuerzas policiales o federales.