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La importancia de Alcatraz para los indígenas estadounidenses

Por Julian Brave NoiseCat

HACE 50 AÑOS, LA OCUPACIÓN DE LA ISLA PUSO LOS DERECHOS DE LOS INDÍGENAS EN LA AGENDA NACIONAL.

Del mismo modo en que Montgomery, Alabama, es ampliamente considerado el lugar de nacimiento del movimiento de los derechos civiles, la isla de Alcatraz debe ser reconocida como la plataforma de lanzamiento de la era actual del activismo y los derechos de los pueblos nativos de Estados Unidos.

Hace cincuenta años, el 20 de noviembre de 1969, un grupo de activistas indígenas conocidos como Indians of All Tribes (indios de todas las tribus) llegaron a esta antigua prisión federal en la bahía de San Francisco. La ocuparon durante año y medio. Como protesta por el maltrato del gobierno hacia los pueblos originarios —que incluía una política conocida como terminación, mediante la cual el gobierno se apoderó de terrenos pertenecientes a las tribus e intentó dejar de reconocer su soberanía—, los activistas se mudaron a los edificios que habían alojado a guardias y agentes penitenciarios, reclamaron Alcatraz para todos los pueblos nativos de Estados Unidos y colocaron un mensaje en la torre de agua: “Paz y libertad. Bienvenidos. Hogar de la tierra indígena libre”.

Richard Oakes, un estudiante mohawk, herrero y líder del grupo, expresó acerca del movimiento: “Alcatraz no es una isla. Es una idea”. La idea detrás de la ocupación era que, así como la Estatua de la Libertad recibía a aquellos que llegaban a Nueva York, simbolizando las raíces inmigrantes de esta nación, aquellos que llegaran a través del Golden Gate se encontrarían con Alcatraz, recuperada como un símbolo de los derechos indígenas.

La solicitud de los activistas de la cesión de la isla de Alcatraz no fue aceptada. Pero sus protestas forzaron al gobierno a prestarle atención a la difícil situación de los pueblos indígenas. Para el momento en que la ocupación terminó, el presidente Richard Nixon había llamado a establecer una nueva política de “autodeterminación sin terminación”.

Dos años después del fin de la ocupación, el Movimiento Indígena Estadounidense utilizó una táctica similar en la localidad de Wounded Knee, que en 1890 fue el escenario de una masacre de la tribu lakota a manos de la Caballería del Ejército de Estados Unidos, en la reserva Pine Ridge en Dakota del Sur. Al igual que la ocupación de Alcatraz, el mayor logro de la protesta fue crear una crisis de relaciones públicas para Nixon y dirigir la atención a la defensa de los derechos de los indígenas estadounidenses. Tras ese periodo de activismo, la Casa Blanca, el Congreso y la Corte Suprema empezaron a tratar más favorablemente a las tribus y sus derechos consagrados en tratados.

En la actualidad, esta historia esencial es ignorada en gran medida. Alrededor de 1,4 millones de personas van a Alcatraz cada año a echar un vistazo al interior de las celdas que alguna vez retuvieron a criminales famosos como Robert Stroud (“el pajarero de Alcatraz”) y Al Capone. En el barrio aledaño de Fisherman’s Wharf, los vendedores promocionan camisetas estampadas con la silueta austera de la prisión, además de imanes para refrigerador y recuerdos que celebran a los agentes de la ley y los forajidos que hicieron famosa a la isla. Incluso en la diversa y progresista área de la bahía de San Francisco, los miembros de Indians of All Tribes suelen permanecer en el olvido.

Este año, en la madrugada del 14 de octubre —el Día de los Pueblos Indígenas— dieciocho canoas tradicionales representando a comunidades nativas tan remotas como la Primera Nación Klahoose en la Columbia Británica y los kanaka maoli del archipiélago de Hawái, partieron del Aquatic Park en San Francisco. Una canoa de alta mar de 9 metros, con su casco tallado de cedro y tripulado por más de diez miembros de la tribu nisqually de Washington, se abrió paso en primer lugar en el malecón, con su proa apuntando hacia Alcatraz.

Los nisqually venían seguidos muy de cerca por el Northern Quest de la aldea Shxwhá:y de la Columbia Británica, cuyo casco de madera amarilla iba adornado con el emblema de un cuervo blanco. Enseguida se les unió un umiak, dirigido por un grupo intertribal de Seattle, al cual siguieron más de una docena de embarcaciones, incluyendo batangas de la Polinesia y canoas de tribus del noroeste, como los quileute, los spokane, los lummi y muchas más.

Un bote de tule representando a los locales ohlone —los Primeros Pueblos de la Bahía de San Francisco—, con su parte inferior fabricada con juncos recolectados en los pantanos cercanos, fue una de las últimas embarcaciones de la flotilla en abandonar la playa. Antonio Moreno, su capitán y el artesano creador de la embarcación, remó y dirigió a una tripulación de dos al mar abierto, con los costados de typha de su navío apenas emergiendo de las olas. Cubrió toda la distancia, hasta tocar la escabrosa costa de la antigua prisión federal.

Durante un día —o quizás solo una mañana— las canoas hicieron posible ver a Alcatraz como lo que es para los pueblos nativos: un símbolo de nuestros derechos, nuestra resistencia y nuestra perseverancia; una isla reclamada por nuestros ancianos hace medio siglo; una idea, una historia y un momento de acción organizada que doblegó el arco de la justicia en favor de los indígenas.

El miércoles, en el aniversario número 50 del inicio de la ocupación, los indígenas estadounidenses regresarán a la isla para una celebración que busca impulsar el legado de la ocupación durante los próximos cincuenta años.

Desde la ocupación de Alcatraz, gran parte del activismo de los indígenas estadounidenses se ha dedicado simplemente a dar visibilidad a los primeros pueblos de este país. Desde los primeros días de la colonización, los europeos retrataron a América del Norte como un terreno vacío listo para ser tomado. Al día de hoy, los indígenas estadounidenses, quienes conforman alrededor del dos por ciento de la población de Estados Unidos, son rara vez vistos en Hollywood, en los estudios de televisión por cable o en las salas de redacción de la mayoría de los principales medios de comunicación. Estamos insuficientemente representados en el Congreso, salas de juntas y en las universidades, al mismo tiempo que tenemos una presencia abrumadora en las cárceles. Es fácil para muchos estadounidenses olvidar que existimos.

Es por eso que la ocupación de Alcatraz fue de suma importancia, y lo sigue siendo. Puso a los pueblos nativos de Estados Unidos en la agenda nacional. Cuarenta y seis años después, el movimiento contra el Oleoducto para el Acceso a las Dakotas hizo lo mismo y, al igual que la ocupación de Alcatraz, su recuerdo y su influencia con toda seguridad perdurarán, si no en la mente de todos los estadounidenses, ciertamente en la de los indígenas.

Este otoño, luego de que las canoas que rindieron tributo a la ocupación de Alcatraz de hace cincuenta años rodearon la isla, los navegantes y remadores se reunieron en el paseo de Aquatic Park para compartir canciones, bailes, obsequios e historias acerca de lo que la ocupación significó para nuestras familias y pueblos. Sulustu Moses, de la tribu spokane, contó la historia de un ancestro salish, un jefe guerrero que estuvo encarcelado en la isla durante las Guerras Indias del siglo XIX. Cuando terminó, se puso de pie y entonó una canción de muerte para rendir honores a los líderes, guerreros y activistas indígenas del presente y el pasado. Hanford McCloud, capitán de la canoa de la tribu nisqually, habló de su tía, Laura McCloud, quien se unió a la ocupación cuando apenas culminaba el bachillerato. Lanada War Jack, una de los líderes estudiantiles originales de la ocupación, junto a Richard Oakes, compartió cuánto significaba para ella el hecho de que una nueva generación estuviera llevando adelante su labor de vida.

Hay algo sutil pero revelador y con potencial incluso transformador en el reconocimiento de que los pueblos indígenas seguimos aquí, aún luchando por nuestro lugar en las tierras robadas a nuestros ancestros. Cincuenta años después de la ocupación, esta idea —la idea de Alcatraz— todavía logra movilizar cuerpos, impulsar corazones y cambiar opiniones. En momentos en que nuestro pueblo, y todos los pueblos, siguen enfrentando diferentes crisis —un cambio climático catastrófico, la desigualdad creciente, el odio progresivo—, quizá las ideas indígenas audaces y perdurables, como la ocupación de Alcatraz, sean exactamente lo que necesitamos.

(Julian Brave NoiseCat es cofundador de Alcatraz Canoe Journey).

c.2019 The New York Times Company

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