Por Austin Ramzy
HONG KONG — Gracias a los documentos internos del gobierno de China que obtuvo The New York Times se han dado a conocer nuevos detalles sobre los orígenes y la práctica de la reclusión masiva que ha realizado China de hasta un millón de uigures, kazajos y otras minorías predominantemente musulmanas en la región de Sinkiang.
Las 403 páginas de los documentos revelan la forma en que las solicitudes de altos funcionarios, incluyendo al presidente Xi Jinping, originaron la creación de campos de adoctrinamiento, los cuales desde hace mucho han estado rodeados de opacidad. Los documentos también muestran que el gobierno reconoció a nivel interno que la campaña había separado familias —pese a que la calificó de una sencilla labor de capacitación laboral— y que el programa sufrió un rechazo inesperado de los funcionarios que temían que este propiciara una respuesta violenta y daños económicos.
Un integrante del sistema político chino que solicitó mantener su anonimato filtró los documentos con la esperanza de que su divulgación evitara que los dirigentes del Partido Comunista, incluido Xi, eludieran la responsabilidad por el programa. Representa una de las filtraciones más importantes en décadas de documentos que proceden del interior del Partido Comunista gobernante.
Estas son cinco conclusiones que se pueden extraer de los documentos.
EN PRIVADO, LOS FUNCIONARIOS FUERON FRANCOS SOBRE LAS CONSECUENCIAS.
El gobierno chino ha descrito sus trabajos en Sinkiang como una campaña benevolente para poner fin al extremismo capacitando a la gente para que encuentre mejores empleos. Pero los documentos revelan los esfuerzos del partido para organizar una campaña despiadada de reclusiones masivas, con el pretexto de frenar el terrorismo mediante un programa cuyas consecuencias se debatieron con una gran indiferencia.
Los documentos describen la forma en que los padres fueron alejados de sus hijos, cómo los estudiantes se preguntaban quién pagaría su colegiatura, y cómo no se podían sembrar ni cosechar los cultivos por falta de trabajadores. No obstante, se instruyó a los funcionarios para que le dijeran a la gente que debería estar agradecida por la ayuda del Partido Comunista y que, si se quejaba, las cosas podrían empeorar para su familia.
XI PREPARÓ EL TERRENO CONVOCANDO A UNA GUERRA CONTRA EL EXTREMISMO.
Xi, el dirigente del partido, sentó las bases de estas medidas en una serie de discursos dirigidos en privado a funcionarios durante y después de una visita a Sinkiang en abril de 2014, solo unas semanas después de que los militantes uigures apuñalaran a más de 150 personas y mataran a 31 en una estación de tren.
Convocó a una “lucha sin cuartel contra el terrorismo, la infiltración y el separatismo” mediante “los órganos de la dictadura” sin mostrar “ninguna misericordia”.
Los documentos no registran que él directamente haya dado la orden de crear los centros de reclusión, pero sí que atribuyó la inestabilidad de Sinkiang a la influencia extendida de creencias tóxicas y que exigió la erradicación de estas.
LOS ATAQUES EN EL EXTRANJERO RECRUDECIERON LAS INQUIETUDES EN EL PAÍS.
Los atentados terroristas en el extranjero y el retiro de soldados estadounidenses de Afganistán aumentaron los temores de la dirigencia y contribuyeron a la implementación de estas medidas represivas. Los funcionarios sostuvieron que los atentados en el Reino Unido fueron resultado de políticas que “ponen los derechos humanos por encima de la seguridad”, y Xi exhortó al partido a emular las características de la “guerra contra el terrorismo” de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre.
Xi señaló un rompimiento con las políticas de su predecesor, Hu Jintao, quien respondió a las letales revueltas de 2009 en la capital de Sinkiang, Urumchi, con una represión, pero también destacó el desarrollo económico como un remedio para la inconformidad étnica, una antigua política del partido.
“En años recientes, Sinkiang ha crecido de manera muy rápida y el nivel de vida se ha elevado constantemente, pero, aun así, también han aumentado el separatismo étnico y la violencia terrorista”, declaró Xi en un discurso para los funcionarios del partido. “Esto demuestra que el desarrollo económico no trae automáticamente seguridad y orden duraderos”.
UN NUEVO JEFE EN LA REGIÓN ORDENÓ REDADAS MASIVAS.
Los campos de confinamiento en Sinkiang se extendieron rápidamente tras la designación, en agosto de 2016, de un nuevo jefe entusiasta del partido para esa región, Chen Quanguo, quien difundió los discursos de Xi para justificar la campaña y exhortó a los funcionarios a “capturar a todos los que se debían capturar”.
Chen dirigió una campaña parecida a una de las turbulentas cruzadas políticas de Mao, en la que la presión sobre los funcionarios locales fomentaba los abusos y cualquier manifestación de duda era considerada un crimen.
ELIMINARON A ALGUNOS FUNCIONARIOS POR NO ESTAR DE ACUERDO CON LA CAMPAÑA.
Estas medidas represivas se toparon con dudas y rechazo por parte de los funcionarios locales que temían que eso recrudecería las tensiones étnicas y sofocaría el crecimiento económico. Chen respondió eliminando a los funcionarios que eran sospechosos de obstruir su camino, entre ellos a un dirigente del condado que fue encarcelado tras liberar a hurtadillas a miles de internos de los campos.
Ese dirigente, Wang Yongzhi, construyó extensos centros de reclusión y aumentó el financiamiento para la seguridad en el condado que dirigía. Pero en una confesión de quince páginas, que muy probablemente firmó bajo coacción, dijo que le inquietaba que estas medidas dañaran las relaciones étnicas y que la reclusión masiva imposibilitara alcanzar el avance económico que necesitaba para obtener un ascenso.
En privado, ordenó la liberación de más de 7000 internos del campo de confinamiento, un acto desafiante por el que lo detendrían, lo despojarían de sus facultades y lo llevarían a juicio.