Desde hace mucho tiempo, los esfuerzos para reducir el índice de muertes por cáncer de mama en las mujeres se han concentrado en la detección temprana y el tratamiento posquirúrgico con medicamentos, radiación, o ambos, para ayudar a mantener la enfermedad bajo control. Y ambos enfoques, en conjunto o por separado, han derivado en una reducción drástica en la tasa de mortalidad por cáncer de mama en las últimas décadas.
La tasa promedio de supervivencia a cinco años ahora es del 90 por ciento, e incluso más elevada —del 99 por ciento— si el cáncer se concentra en los senos, o del 85 por ciento, si se ha propagado a los ganglios linfáticos regionales.
Sin embargo, a pesar de que un porcentaje cada vez mayor de mujeres ahora sobreviven al cáncer de mama, la enfermedad todavía atemoriza a muchas mujeres y a sus seres amados. Afecta a una de cada ocho mujeres y sigue siendo el segundo cáncer más mortífero para ellas. Estos hechos sugieren que se le debería destinar al menos la misma cantidad de tiempo a una estrategia que podría ser aún más eficaz: la prevención.
Los estudios a largo plazo realizados con decenas de miles de mujeres han destacado muchas medidas de protección que, si se adoptan de manera generalizada, podrían reducir de manera significativa las probabilidades de que las mujeres lleguen a padecer cáncer de mama. Incluso las técnicas que ahora se usan para detectar un posible cáncer de seno pueden ayudar a identificar a las mujeres que podrían ser candidatas para medidas especiales de protección.
Por ejemplo, el Grupo de Trabajo sobre Servicios Preventivos de Estados Unidos hace poco actualizó las recomendaciones para recetar medicamentos de reducción de riesgos a mujeres cuyos antecedentes personales o familiares, o los resultados de una mamografía sugieren que enfrentan un riesgo mayor de desarrollar cáncer de mama.
El grupo de trabajo encontró “pruebas convincentes” de que existe un beneficio preventivo por lo menos moderado en tres medicamentos oncológicos bien establecidos: tamoxifeno, raloxifeno y los inhibidores de aromatasa.
Lydia E. Pace del sanatorio Brigham and Women’s Hospital dijo que: “Muchos estudios realizados con medicamentos preventivos han mostrado una reducción moderada en el riesgo de desarrollar cáncer de seno”. Sin embargo, agregó que los medicamentos reducen el riesgo de contraer los tipos de cáncer de mama que generalmente tienen más probabilidades de curarse y menos probabilidades de causar la muerte, y que aún no se ha demostrado que reduzcan el riesgo general de morir por la enfermedad.
“Para muchas mujeres estos medicamentos son una opción importante, pero la decisión de tomarlos es muy individual”, explicó Pace. “Muchas mujeres no quieren tomar medicamentos todos los días durante cinco años. Para algunas de ellas, es muy significativo que no exista un beneficio respecto a la mortalidad, pero otras quieren hacer todo lo posible para reducir el riesgo de tener cáncer de mama”. Así mismo, Pace afirmó que todos los medicamentos tienen efectos secundarios, y a menudo es difícil predecir la probabilidad de que se manifiesten.
A principios de este año, el grupo de trabajo recomendó usar la Calculadora de Riesgo del Consorcio de Vigilancia del Cáncer de Mama (BCSC, por su sigla en inglés) para identificar a las mujeres que podrían beneficiarse de estos medicamentos.
También dijeron que a las mujeres se les deberían ofrecer medicamentos preventivos si se estima que tienen un riesgo del tres por ciento o mayor de desarrollar cáncer invasivo del seno en los próximos cinco años, y también si es bajo el riesgo de que los medicamentos sean perjudiciales para ellas. El cálculo del riesgo se basa en cinco factores: edad; raza/origen étnico; historial familiar de cáncer de seno en madres, hermanas o hijas; historial de biopsias de mamas; y densidad mamaria.
Lamentablemente, las realidades de la vida moderna por lo general se contraponen a los factores que se sabe reducen el riesgo de desarrollar cáncer de seno, y no todos los factores de riesgo conocidos son modificables, por lo que es de suma importancia que las mujeres adopten los que son capaces de practicar.
La característica principal que no puede modificarse es la edad, el mayor factor de riesgo para esta enfermedad, y las mujeres hoy en día viven casi 30 años más que hace un siglo. La pubertad empieza antes, las mujeres conciben sus primeros embarazos a término completo más tarde, menos de una de cada cinco madres lacta durante seis meses o más, y algunas mujeres entran a la menopausia después del promedio. Todo lo anterior incrementa el número de años que los senos están expuestos a hormonas que propician el cáncer.
Actualmente, más mujeres beben alcohol y en mayores cantidades que en décadas anteriores, y el riesgo de padecer cáncer de mama aumenta en proporción directa a la cantidad y la frecuencia con las que bebe una mujer. La exposición se ha intensificado debido a los contaminantes ambientales que podrían alterar el equilibrio normal de las hormonas y poner los senos en riesgo. (No obstante, ni beber alcohol ni tomar píldoras anticonceptivas afecta el riesgo de manera negativa).
Además de los efectos combinados de estos cambios, está la tasa elevada de sobrepeso y obesidad en niñas y mujeres adultas. La grasa corporal produce estrógeno y también almacena contaminantes ambientales. Los beneficios de evitar el sobrepeso van mucho más allá de la prevención de cáncer.
La actividad física se relaciona con un riesgo reducido de padecer cáncer, y aun cuando las niñas y las mujeres de la actualidad son más propensas que antes a practicar ejercicio recreativo, para muchas, la capacidad de estar activas físicamente se ve limitada por las exigencias abrumadoras de la escuela, el trabajo y la vida doméstica.
Aun así, las mujeres deben hacer su mayor esfuerzo para incorporar la actividad física en sus rutinas, ya que puede ayudar a reducir el riesgo de padecer enfermedades cardíacas, la principal causa de muerte para las mujeres, así como de padecer cáncer de seno. La mayoría de los estudios han indicado que, en comparación con las mujeres que no están activas, para aquellas que hacen ejercicio de un nivel moderado a uno de alta intensidad de 30 a 60 minutos al día, el riesgo de desarrollar cáncer de mama es de un 20 a un 80 por ciento menor. El ejercicio ofrece beneficios incluso para las mujeres que empiezan a ejercitarse hasta después de la menopausia.
Para las mujeres que ya han recibido tratamiento de cáncer de mama, caminar de tres a cinco horas a la semana a un ritmo promedio puede reducir de un 40 a un 50 por ciento el riesgo de recurrencia y muerte.
El contenido y las cantidades de nuestros alimentos pueden afectar el riesgo de desarrollar cáncer de seno. La Sociedad Estadounidense Contra el Cáncer recomienda comer menos carne roja, en particular la carne procesada como tocino, salchicha y carnes frías, y más vegetales, frutas, granos enteros y alimentos tradicionales de soya como el tofu, para disminuir el riesgo del cáncer de mama y también reducir las probabilidades de desarrollar enfermedades cardíacas, diabetes, apoplejías y otros tipos de cáncer.
Sin embargo, jamás se debe culpar a una mujer por contraer cáncer de mama; incluso las que adoptan de manera más asidua las medidas preventivas pueden desarrollar la enfermedad. Aun así, es sabio considerar adoptar tantos factores de protección como sea posible dentro de las exigencias de nuestra vida, en especial porque estas medidas también pueden reducir el riesgo de una recurrencia si una mujer contrae cáncer de seno pese a todos sus esfuerzos.
c.2019 The New York Times Company