PHOENIX — Unas diez horas después de la masacre que cobró la vida de sus nietos, Kenneth Miller manejaba desesperado su cuatrimoto a través del desierto del norte de México en busca del ultimo pariente que no encontraba: una niña de 9 años que había ido a buscar ayuda.
Siguiendo un camino que salía de la carretera donde tres vehículos fueron embestidos con un aluvión de balazos, Miller y otras personas que participaban en la búsqueda encontraron unas huellas pequeñas en la arena: una de un pie descalzo y la otra con zapato. Siguieron el rastro durante kilómetros, a veces lo perdían cuando el terreno era más rocoso, pero lo encontraban de nuevo en la tierra más suave.
Luego, en medio de la oscuridad, Miller la vio. McKenzie estaba viva.
“Corrí y agarré a esa niñita y simplemente la abracé”, recordó Miller. “Le dije: ‘Soy tu tío Kenny’. Lo primero que dijo fue: ‘Tenemos que regresar por los demás’”.
La búsqueda fue el final de un día lleno de traumas desgarradores para Miller, quien esa mañana encontró los restos calcinados de su nuera y cuatro de sus nietos dentro de su vehículo baleado. En esa comunidad de mormones fundamentalistas al norte de México, donde las familias grandes abundan, los niños, incluso algunos que tenían menos de un año, fueron las principales víctimas de la matanza.
Desde ese día, mientras reciben tratamiento en esta ciudad de Arizona, los niños se han convertido en un símbolo de la unidad y resiliencia de la comunidad, pues el enclave que alguna vez fue tranquilo ahora debe lidiar con las consecuencias del ataque perpetrado el 4 de noviembre.
McKenzie Langford, de 9 años, y su hermana, Kylie, de 14, a quien le dispararon en el pie, salieron el 6 de noviembre de un hospital en Tucson y fueron trasladadas a México para asistir al funeral de su madre y sus hermanos, que fue programado para el 7 de noviembre, dijo Leah Staddon, miembro de la familia.
La mañana del trágico día comenzó con una caravana de tres autos que viajaba por un camino sin pavimentar: una vía que los integrantes de las comunidades mormonas han usado desde hace décadas. Tres madres conducían y había 14 niños con ellas.
Pero pronto comenzaron a surgir informes de que algo malo había sucedido. Kenneth Miller y otros salieron para ver qué había pasado. Primero se encontraron con el vehículo que conducía su nuera, Rhonita Miller, de 30 años, con cuatro de sus hijos adentro. Dijo que sus restos estaban calcinados al grado de ser irreconocibles.
Miembros de la familia dijeron que los niños eran Howard de 12 años, Krystal de 10, y los gemelos de 8 meses, Titus y Tiana.
Rhonita Miller, que dividía su tiempo entre esa comunidad en el norte de México y Dakota del Norte, tenía otros tres hijos que se quedaron en casa con su suegro y el resto de la familia. Su esposo, Howard Miller, luego llegó en avión desde Dakota del Norte, pero algunos familiares dijeron que los niños aún no comprendían bien qué había pasado.
“Todo es una pesadilla”, dijo Kenneth Miller.
Kenneth Miller dijo que, tras encontrar los restos de la camioneta incendiada, la familia empezó a preocuparse sobre qué pudo haberles pasado a los otros dos vehículos que iban más adelante en el camino. Habían salido hacía horas, nadie sabía nada de ellos y la noche se acercaba.
Fue entonces cuando llegó Devin Langford, de 13 años, a las afueras de La Mora. El joven estaba exhausto pues recorrió 22 kilómetros de terreno accidentado para pedir ayuda, tenía hambre y estaba deshidratado luego de caminar durante horas, y relató una historia aterradora sobre lo que les había sucedido a los otros vehículos.
Devin le dijo a su familia que el grupo conducía por el camino cuando unos hombres armados, algunos parados en una colina cercana, de repente abrieron fuego en su contra.
Cuando dejaron de disparar, los hombres armados se acercaron a los vehículos y sacaron a los niños sobrevivientes, indicándoles en español y con las manos que se fueran, afirmó Lafe Langford, un pariente. Dawna Langford, la madre de Devin, estaba tendida sobre el volante, muerta. Christina Johnson, que conducía el otro vehículo, yacía sin vida en el camino. Dos de los hermanos de Devin, Trevor, de 11 años y Rogan de 2, también fueron asesinados.
“Los niños no tuvieron más opción que ponerse a caminar”, dijo Lafe Langford.
Los hijos de Dawna Langford que seguían vivos, Devin y seis hermanos, comenzaron su travesía para alejarse de la escena, pero a uno de ellos, Cody, le habían disparado en la cadera y en la pierna por lo que no podía caminar. Otro tenía un balazo en el pie. Luego de un rato, el grupo decidió que no lograría llegar a casa y optaron por buscar refugio.
Devin los llevó bajo un árbol en la parte baja de una colina y los niños usaron arbustos para crear un escondite, dijo Lafe Langford. Luego Devin fue por ayuda.
Finalmente, miembros de la comunidad, acompañados por Devin y la policía llegaron al lugar donde estaban las otras dos camionetas juntas.
Un video proporcionado por la familia mostraba cómo ambos vehículos blancos estaban repletos de balazos. Había aproximadamente una docena de agujeros en el parabrisas del auto de Dawna Langford, el interior estaba lleno de sangre y había pedazos regados de un rompecabezas de espuma de poliuretano con el que sus hijos jugaban.
También encontraron vivos a seis niños, aunque algunos estaban heridos: una niña de 14 años con un disparo en el pie, otro de 8 años con una herida de bala en la mandíbula, uno de 4 con un balazo en la espalda y uno de 9 meses con un disparo en el pecho. Uno de 6 años no tenía heridas. En ese momento desconocían el paradero de McKenzie, pues ella también salió a buscar ayuda luego de que transcurrieron varias horas sin que Devin regresara.
Luego estaba la bebé de Christina, Faith, de tan solo 7 meses, que seguía amarrada a su silla. Kenneth Miller dijo que la silla infantil tenía dos disparos y los balazos habían penetrado en el interior del auto cerca de ella. Pero la bebé no resultó herida.
El personal de un hospital de México atendió a los niños heridos hasta que un helicóptero del Ejército mexicano los transportó a la frontera con Estados Unidos, de ahí los trasladaron a otro hospital en Tucson, Arizona.
c. 2019 The New York Times Company